Sentía haber tocado con la palma de la mano el fondo del abismo, fangoso, inhóspito, como si una vez te atrapara, te fuera a succionar para siempre. No había luz, ni vestigios de vida, solo una inabarcable soledad, un terrible desamparo. Agradecía sentirme vivo, por haber acariciado la profundidad abisal, y haber salido indemne. Nada me reconfortaba. La culpa era insoportable. Había transgredido los límites. Desolado y avergonzado, solo, en mi deriva. La química me regalaba la pausa, jamás el descanso. Emergía y me sumergía a su antojo, en constante duermevela.
"Centro de Salud Mental", rezaba un cartel frente a mi habitación. Me revolví entre las sábanas deseando que mi frenesí alterara el diagnóstico. Tras unos minutos, agotado, desistí. "Centro de Salud Mental" porfiaba el letrero. A los pies de mi cama, mi padre hacía guardia con el firme propósito de que ningún demonio intentara de nuevo arrojar a su hijo al vacío. Su cuerpo se mantenía erguido, no así su alma, postrada, sangrante. No pude evitar mirarle sin dolor. Desvié mi atención a la cama de al lado. Un serafín sin alas yacía implorando un consuelo empecinado en esquivarla. Su sueño, vigilado con celo por sus ángeles custodios. Nuestros ojos se cruzaron, una vez, dos…quizá tres. ¿Casualidad? ¿Necesidad?. Serendipia. Mis labios intentaron trazar una mueca parecida a una sonrisa, "¿Se me ha olvidado sonreír?". Reflexioné turbado. Ella me regaló la suya, radiante. Volví a dormir, esta vez plácido, sereno. Transcurrido un rato de forzado descanso, aquellos ojos verdes seguían clavados en mí, ahuyentando a los súcubos que moraban a los pies de mi cama. "Pero, ¿Qué les pasa a tus pupilas?". Pregunté sin palabras, pues su oscuridad te arrastraba a un precipicio insondable, a un pozo infinito. "También tú quisiste volar, mi ángel" Insistí sin cuestionar, sabiendo que me entendería. Asintió con la cabeza. Avergonzada, se giró negándome el brillo de sus ojos. "Descansa", pensé. "yo cuidaré de ti". Su alma se abandonó al reposo. Lo supe, porque sus labios dibujaban sonrisas. Lo supe porque sus ángeles de la guarda suspiraron aliviados contemplando el gesto plácido que ofrecía su rostro. "Está tranquila", decía la madre emocionada. El padre conmovido, asió su brazo con fuerza. Se enjugó una lágrima.
Una inoportuna enfermera quebró nuestra magia. Con gesto amable comprobó los goteros. Nos arropó a ambos, más en ademán cariñoso que por necesidad. No alcancé a oír lo que hablaba con las familias. Allí seguía mi ángel sin alas, postrada en el lecho donde sus heridas curaban. Despertó. Sus ojos volvieron a cruzarse con los míos, regalándome caricias. Un segundo o una eternidad, había perdido la noción del tiempo, nuestras miradas aún se sostenían. Se buscaban, y siempre se encontraban. Esta vez dormí yo, al cobijo de sus ojos, acunado por su vigilia. Una sensación recorrió mi cuerpo. Esta vez síntoma de vida. Me abandoné, me abandoné…Ella despierta y yo dormido, compartimos nuestros sueños
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