Hacía tiempo que había dejado de sentir las pequeñas cosas de la vida, los bostezos, la risa, el hambre. Estaba pasando por ella de puntillas, sin disfrutar, cubierta de miedo, y pena, y llanto.
Le resultaba imposible explicar con palabras cómo se sentía, y no lograba que nadie entendiera el hueco tan profundo que había en su interior, como si sus entrañas se hubieran desgarrado y estuvieran sujetas por hilos muy finos, sin apenas estabilidad, y que se podían quebrar en cualquier momento, convirtiéndola en un ser sin vida.
Tras desvivirse buscando, encontró una forma de explicar cómo era su día a día, y es que se veía a sí misma sentada en una barca como las del Retiro, pero en lugar de remos tenía una vara de bambú, lo suficientemente fuerte como para resistir, pero no como para remar correctamente. Estaba sola en la barca, en mitad de un mar que a veces estaba en calma, pero otras se tornaba enfurecido y, en cualquier caso, en el que siempre llovía.
Había días que solo chispeaba y las suaves gotas de lluvia le acariciaban la piel sumiéndola en un estado de trance. Otros días, la mayoría en realidad, el agua caía sin cesar, furiosa, dolorosa incluso, lo que la dejaba calada hasta los huesos, tiritando y sin poder parar de llorar, exhausta por la perenne lucha que libraba contra el mar embravecido.
Ella se sentía sola en su barca, si bien podía ver tierra firme a lo lejos. Era un halo de esperanza que se truncaba cuando intentaba remar con su vara de bambú, pueslo único que conseguía era dar vueltas sobre sí misma, llegando a la extenuación más profunda. A menudo pensaba en qué pasaría si dejaba de luchar soltando su remo y dejando que fuera la corriente la que decidiese dónde acabaría.
Pese a toda explicación posible, eran pocas las personas de su entorno las que lograban llegar hasta ella, haciéndole más llevadera esa lucha interna, invisible a simple vista pero condicionante en extremo. Y es que el mundo que le rodeaba no entendía de heridas del alma, tan solo de aquellas que se podían ver y tratar físicamente. Así, la sensación de soledad aumentaba a cada paso que daba, creyéndose sola, aunque en realidad fueran muchos los que estaban sufriendo el mismo infierno silencioso.
La realidad es que el ser humano huye de aquello que desconoce, y más aún si esto causa dolor y sufrimiento, aunque no se vea.
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