martes, 11 de mayo de 2021

Tu jarrón. Mi alma

Empieza como muchas otras cosas en la vida: llega de improvisto y arrasa con todo a su paso sin que nadie se dé cuenta. Y tal como sucede después de cualquier catástrofe natural, luego cuesta un mundo recomponer los pocos trocitos que se han salvado.

Sufrir depresión es mirarte al espejo y no reconocerte. Es que tu voz interior se desgarre de tanto gritar pero que no sepas hacerte oír. Es correr hacia delante para no mirar atrás. Es un peso sobre los hombros, agotados por sostener las lágrimas que brotan de tus ojos y el dolor de tu alma. Es morir en vida. Es perder las ganas, la ilusión y la sonrisa.

No se soluciona con un "ya se te pasará". No se arregla con un "anímate, anda". No se solventa con un "siempre estás igual".

Así que, por favor:

No juzgues,

no compares.

¡No hay dos personas iguales!

Sé ese hombro sobre el que llorar. Sé esos oídos que escuchan. Sé ese abrazo que reconforta. Sé aquello que está tan desgastado en la otra persona y que necesita tanto como respirar.

Aconseja, pero no impongas.

Acompaña, pero da libertad.

No te burles.

No hagas bromas absurdas sobre el tema:

Quizás mañana estés en mi lugar.

Si faltas el respeto

supongo que se trata de un problema de conciencia,

de empatía y de desconocimiento.

Hagamos un buen uso del lenguaje,

empleemos los adjetivos en consecuencia.

¿Loca?

Bueno, quizá.

Estoy loca por salir del agujero en el que me encuentro

Estoy loca por alcanzar mis sueños.

La salud mental puede quebrarse de mil maneras diferentes, igual que un cáncer puede manifestarse en cualquier parte del cuerpo.

Porque todo parece estar bien,

de veras.

Pero, de repente, notas que estás cubierta de grietas.

Y durante un tiempo procuras poner tiritas.

Sin embargo, un buen día,

cuando menos lo esperas, se desprenden.

No pueden soportar más presión,

y es entonces cuando explotas

y te das cuenta de que estás rota.

Normalicemos ir al psicólogo. Normalicemos ir al psiquiatra. Normalicemos todo aquello que nos dé las herramientas necesarias para seguir adelante.

Es como cuando el jarrón que más te gusta cae al suelo y se rompe, y tú tratas de reconstruirlo buscando los cachitos que han salido disparados en todas direcciones; no paras hasta unirlos, hasta que quede tal y como estaba. Entonces, ¿cómo no voy a hacer yo lo mismo con mi alma?

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