miércoles, 12 de mayo de 2021

Los recuerdos de Mathilda

Mathilda, salvando la ingrata demencia, logra rescatar en los recuerdos algo de su vida. Domingo, desde mi memoria el atrio huele a sahumerio. Las manos: una con mi madre, la otra con la abuela, para mirar los fieles caminar arrepentidos a una nueva semana. Bajando la calle, el aroma humeante del chocolate con rosca de dulce premia mis estudios. No sé, cuantos domingos nadie premia mis olvidos. La desmemoria de mis cercanos supera mi lucidez deslucida. Olvidan estoy en casa, al convivir con su desorden, con su bulimia, con su anorexia. Con los insomnios que desojan miedos y deseos: salidos de las pantallas a robar las caricias, las buenas noches. El sueño se esfuma, llegó ¡el lunes!

Yo disfrutaba del ¡lunes! El frío, camino a la escuela. Mi taquicardia: despertándoles; bañándoles; aventándoles al trasporte: ¡mamá!, olvide la mochila. Domino: pinta labios, sombras, las pestañas rizadas con la cuchara. Me presento firme: soy nueva al trabajo. Veinte y cinco años apresurando al ¡viernes!: lanzo tacos, maquillaje, ¡acosos!; la adrenalina al ¡sábado! impertinente, cumplo el pacto: no molestar. Roncan mis querubes: recuperan fuerzas tras la farra tras la joda. Las madres en casa, trabajamos. Descartemos: viernes, sábado y domingo para morir. Los médicos hibernan, las enfermeras al mercado, crematorios y farmacias cierran; la ambulancia tarda: juega voleibol el chofer.

Él ¡martes!, mejora la cordialidad en todas partes, no las novedades: se acumulan las anteriores y, de la siguiente semana. Cordial reunión colegial la próxima, sancionatoria: por acoso escolar a los gorditos; suplantación de firmas en las tareas; indicios de consumir drogas. Él ¡miércoles!, prestamos atención a la semana. No comprendí ¡por qué? dediqué a cumplir ciertas obligaciones: las facturas, el banco, saludos y cumpleaños. ¡Si entendí! Las electrizantes cefaleas, desenredando las encubiertas reuniones entre semana inventadas por el padre proscrito de mis hijos. Punto.

Vamos al ¡jueves! Antecede al caótico fin de semana, incluido el viernes. Morir de poco requiere día y hora concertada. No temprano, tampoco a medio día; entrada la noche nadie te pondrá pijama. Si mueres puede si o que no, algún noticiero, desvista tú despiste: persona de la tercera edad desaparecida. Al día siguiente: apareció desprovista de la memoria, escapó del confinamiento domiciliario. Los medios suelen premiar él no olvido: flash informativo o crónica roja.

Hoy jueves por la mañana: no es hora pico, el teletrabajo no distrae a los cibernautas. Los nietos en recreo; mujeres y hombres fuman por las ventanas. Otras mujeres lavan las tazas, tienden las camas; otras: venden de todo, buscan comida. Se olvidaron, de ellas.

Mathilda, acaricia estar lucida repentinamente, rebobinando lo mejor de su vida escribe un mensaje a los suyos: no estaré en casa ¡olvide como regreso!

Obituario:

Este jueves, a las diez y media de la mañana en su entrega habitual del todo por nada. Mathilda, incomparable madre: deja una lección de amor en nuestros ingratos recuerdos.

¡Ella siempre estuvo! nos esperó en casa. La olvidamos.

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