Qué triste cuando un jueves me senté a cenar con mi familia, encontrando que pronto llegaría mi deceso, aunque los miraba y me miraban, como ellos rebosaban de alegría y salud, sabiendo que mi condición se presentaba cada día porque mi cuerpo y mente llegaban al despido.
Me entregué deseoso a tropezar lo espiritual en la oración profunda, de cada uno de los que me rodeaban en la mesa, pero en la recitación de sus versos, encontré que los seres humanos meditan diariamente en el regreso a casa, con la entrenación de sus propias mentes.
Al parecer enfrentado a la forma efectiva y eficaz de liberar la vida cotidiana, en los ciclos de los nacimientos y las muertes que curan y previenen la enfermedad mental, al mantener la mente despierta, en la observación permanente de cada ser, cosa u objeto que me rodeaba, hallé el gozo de la paz espiritual, que alaba la salud física, permitiendo el deleite de lo interno a lo externo.
Pero las diversas partes del cuerpo, hacían imágenes, sonidos y en forma de números el pensamiento meditaba sobre el vacío, que impulsa a decir, que la curación del espíritu y la mente van unidas para aceptar que estoy cansado en mis ochenta y dos años, consintiendo que ha llegado la hora de despedirme.
Aunque el ser de mi hija me enseñó que los procesos de regeneración y autocuración vendrían de la visualización sobre las emociones que producían el malestar en lo físico, mi cuerpo me decía que era hora de abandonar, entendiendo que mi cuerpo humano reflejaba la interpretación del universo.
Comprendiendo que la verdadera salud mental y espiritual retornaban al vivir los procesos de la enfermedad física, renaciendo el sentir como niño, y en esa esencia descubrí lo divino que era respirar una mente que fluía como el agua de los mares, localizando el espíritu de lo físico, dejando atrás el traje humano, para volver en un vuelo celeste a la naturaleza estelar de donde vine, viendo por unos días lo que fui para los demás, y lo que por sí mismo no vi que era yo.
Sentí que, al salir del traje humano, me convertía en una estrella, que, entre nubes polvorosas, podría volar con mi mente al encuentro con el creador, dejando de cuestionar y abandonando el cuestionarme, quitando la cadena de sacrificios para seguir luchando con el corazón en su bombear respiros, que ya no querían producir vida, sino ascensión al libro de mi vida.
De esta manera abandoné la tierra, convirtiendo mi salud en una mente que brilla desde los cielos los cuerpos que dejé en el olvido, por la sencilla forma de liberar el cansancio de batallar con el servicio a la humanidad, jugando a construir sueños y realidades en los demás, que por propia cuenta fui llamado a ser obra y semejanza del avance en los que por sí mismos no podían solucionar, simplemente porque la inteligencia hologramática quedó dormida en el vacío.
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