miércoles, 12 de mayo de 2021

Destinos

    Ocurrió cierta vez que en el pueblo llamado Ceirno, unos jóvenes se convirtieron en indolentes y desocupados por voluntad propia, abandonaron sus labores en las tierras y con los ganados, y dieron en reunirse para contar fantasías y divertirse con sus pensamientos de sutiles imaginaciones. Tal hallazgo intelectual les hizo perder el tiempo en sueños y asuntos poco razonables, ocupando así las horas de trabajo con lecturas, escrituras y diálogos sobres invenciones sin más sentido que las quimeras de poca lógica y juicio incompresible. Su ímpetu era tan sublime que olvidaban los tiempos de la comida y también las celebraciones señaladas, tanto familiares como vecinales, incluso las eclesiásticas. Así fue que en Ceirno se les conoció primero por los tontos y después por los locos. A resultas de su gusto hacia la contemplación de las nubes y otras ensoñaciones distantes, en nada ayudaban al trabajo doméstico ni en el campo; tan siquiera eran útiles para una conversación sobre lluvias y cosechas, pues sólo hablaban de ausencias y sentimientos, de lejanías, metáforas, desvaríos e incongruencias como los ojos ocultos en el vientre del aire y cosas así. Todo esto acabó acongojando no sólo a las familias de los trastocados, sino también a las autoridades civiles y eclesiásticas; por lo que se dispuso atención inmediata sobre el grupo de jóvenes reunidos en torno a sí mismos y ajenos al resto.

En poco tiempo los integrantes del incordio popular fueron apartados los unos de los otros por el bien, se dijo, de su salud mental, pues era creído que la soledad cura del mal contagio. También se les sometió a la educación del saber antiguo, aquel compartido por todo el pueblo. El proceso fue largo, duro e incluso cruel, pero colaboraron en él familiares interesados en la recuperación de los malsanos junto al resto de convecinos, pues temían una epidemia peligrosa en otros jóvenes aún sumisos y respetuosos de las costumbres habituales, siembra y cosecha, pastoreo y matanza.

Tras largos meses de lucha popular contra el mal del ensueño, se logró devolver a Juan al cuidado de su piara de cerdos, a Julia con sus labores domésticas al servicio de cinco hermanos pequeños, a Ceferino se le juntó otra vez a la azada y al huerto, y a Celeste consiguieron hacerla regresar a los interminables cuidados de sus cuatro tíos solteros. Todo volvió a ser tranquilo en Ceirno, un pueblo sin locos.

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