—Te prometo que no sé qué más hacer con este chico. No es consciente de la falta que nos hace. Con él en pista, hoy no habríamos perdido.
—Puedo intentar hablar yo con su familia.
—Pierdes el tiempo. No hay con quien hablar. El padre se fue hace años y él se hace cargo de los hermanos mientras su madre trabaja.
—¿Y él qué te dice?
—Hace ya días que no hablamos. Dejé de insistir después de tres semanas seguidas sin poder contar con él. Me pidió que lo dejara tranquilo. Solo sabe decirme que no tiene ganas de jugar, que no se encuentra bien. Que no quería seguir así porque cada vez le apetecía menos venir y sufría antes de los partidos. Yo lo notaba últimamente un poco más nervioso de la cuenta, casi agobiado, pero vamos, ya te digo yo que no tenía motivos para ponerse así, ni para ir con la cabeza baja como iba, que ni te miraba a los ojos. Un día hasta pareció que iba a ponerse a llorar en el entrenamiento por una corrección que le hice. Él sabrá…
—Por lo que cuentas, puede que tenga problemas en casa y esté pasando por un mal momento.
—Mira, ni problemas ni nada. Ese pasa los días entre tele y videojuegos, tirado en el sofá. Se ha acomodado y ahora a ver quién lo saca de ahí. ¡Pero si hasta ha cogido peso! La última vez que nos vimos se le notaba barriguita.
—Eso sí que es sorprendente en él, siempre atlético. Recuerdo que hace un par de años, cuando llegamos a la fase final, la única manera de pararlo si enfilaba hacia canasta era hacerle falta. Escucha, a lo mejor lo que le pasa tiene solución acudiendo a algún sitio. Igual necesita ayuda; los problemas del coco están a la orden del día.
—Anda sí, no me hagas reír. ¿Lo que le pasa a este lo va a arreglar un psicólogo de esos? Que están en una edad complicada, y cuando pasan tantas horas sin el control de un adulto hacen lo que quieren. A él ahora le ha dado por que no le apetece el baloncesto. Y vete tú a saber si no tiene por ahí alguna otra afición que le guste más. Lo que tiene que hacer es espabilar, dejarse de tonterías y de paso darse cuenta de que ha dejado tirados a los compañeros. ¿Recuerdas aquel esguince tremendo que se hizo en el tobillo?
—Sí, claro. El club le pagó el fisio. —¡Y no solo eso! Fui yo personalmente quien lo llevó a todas las consultas en mi coche porque ese especialista que encontré estaba en Murcia y él no tenía cómo ir. Y así me lo agradece. Que no, ya está. No pienso involucrarme otra vez, ahora no hay ninguna lesión que arreglar. Y si está triste por lo que sea, que se anime: para correr y saltar tampoco hace falta tanto.
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