Lo vi consumirse lentamente. Sus ojos que siempre habían tenido esa chispa infantil, se volvieron oscuros, hundidos, enmarcados por unas profundas ojeras. Su piel bronceada se volvió centrina tras meses encerrado. Le preocupaba mucho su físico pero empezó a adelgazar tanto que parecía verdaderamente famélico.
Si le preguntabas él decía que era la gastritis y los dolores de estómago, aunque ya varios médicos le habían advertido que debería buscar otro tipo de ayuda. Él mismo reconocía que la necesitaba ¿por qué no lo hizo? No lo sé. No sé cuántas veces habrá llorado buscando alejarse del mundo, pidiendo ayuda a gritos en la soledad de su habitación y al mismo tiempo rehuyendo de ella.
Fue la carencia, tal vez, la falta de trabajo. Pero tampoco quiso acercarse a otras instituciones, decía que le daba miedo salir, que le temía a la gente, que el mundo era muy grande y él era bastante pequeño. ¿Se habrá agravado por la pandemia? Quizá. Lo que puedo decir es que no fue de un día para otro. Y le comentaré una cosa, esa enfermedad es mucho peor, altamente contagiosa y te consume lentamente hasta que deja muy poco de ti.
Platiqué con él incontables veces, me contó que estaba defectuoso, que estaba "jodido": el estómago, la presión arterial, la falta de pareja o amigos, la falta de trabajo y dinero. No era como esos casos que muchas veces conocemos, personas que creemos que llevaban una buena vida y aun así caen en la "Enfermedad del siglo XXI", esa que no discrimina y a la que hoy todos somos susceptibles.
Pero sé con certeza que "la falta de" no era todo el problema. Ahora lo entiendo: él estaba en el vacío, ese lugar oscuro y frío imposible de ser llenado, pero del que es posible salir. La vida lo había orillado y arrojado sin piedad dejando marcas invisibles para nosotros, pero dolorosas para él.
Alguna vez escuché que los hijos heredamos algo de la carga de los padres. ¿Esto es cierto? Porque yo creo que lo es y me llena de miedo, ¿cuánto puede soportar una persona antes de que el peso termine por romperlo? El de su familia, el de la sociedad. El de su mente que había aprendido a ser cruel con el mismo, sin permitirse ser perdonado, sin permitirse aligerar la carga.
Por eso estoy aquí, porque últimamente la palabra que viene a mi mente es: "hubiera". "Le hubiera sonreído", "le hubiera contestado el mensaje", "le hubiera preguntado cómo estaba", "le hubiera obligado a ir". Y el "hubiera" me está matando y no estoy dispuesta ceder.
Mi hijo viene en camino y quiero que herede el color de mi pelo, pero no mi culpa; que herede los ojos de su padre, no sus cicatrices; los valores de sus abuelos, pero no su tristeza.
Tengo pavor de descubrir lo que me espera, pero aquí estoy, frente al caos que dará pie al cambio. Frente al inicio de mi vida, mi nueva vida.
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