martes, 11 de mayo de 2021

La jábega


Él la esperaba al otro lado de la red. Ella, inquieta, abrió su pantalla; se lo imaginaba tal y como había soñado.

Tras un año enredado de palabras mensajeras haciendo de palomas, se encontraron. Se conocían, no hicieron falta más verbos para conocer sus acciones ni más adjetivos para sentir sus emociones. La pandemia les había unido, conectándoles de forma inesperada a través de una fotografía: ese paisaje desde tu ventana compartido en Instagram. Ella, curiosa e interesada en las versiones de las personas, preguntó y él, aun sintiéndose torpe e inexperto en interacciones, respondió.

Las redes sociales son como un obús irrumpiendo de forma vertiginosa en las vidas ajenas, como una malla que atrapa a los peces en el mar. Cambios tortuosos y veloces que derivan de contactos, al principio, conocidos…después inesperados. Él se expuso gradualmente desde la inseguridad de su trastorno mental y ella demostró tanta empatía, tolerancia y escucha que desencadenó un flujo diario de bienestar para ambos.

No importaba el lugar, ni la fecha, ni la edad, ni el físico. Los dos conectaron cuando él le contó su viaje a Francia con un programa de voluntariado y ella sintió admiración, acerca de un mundo laboral no desconocido, por su dedicación. Un programa de comunicación en el norte de Burdeos para ayudar a jóvenes que, como él, tenían dificultades de relación. A través de plataformas mass media y actividades lúdicas entretejían un nuevo sistema de experiencias divertidas que mejoraban su salud.

Con el sonido de los acordes de ella, se cogieron de la mano, disfrutando de un concierto figurado; una experiencia en el Estadio Bernabeu escuchando a grandes artistas del pop coreano. El disfrutó de la vibración del sonido de instrumentos encima de un escenario y del conjunto de voces de los cantantes de BTS, que llegaron antes del aplauso.

Cuando sus miedos se cruzaron…él le ayudó a elegir su especialidad universitaria, sugiriendo el fomento de la participación como quinto poder mediático a través del periodismo ciudadano. Y ella, estudiante y publicista, le habló de lo que conocía del mundo laboral audiovisual.

Idas y venidas de correos a deshoras, impulsos desbocados para contar en cualquier momento, esperanza e ilusión por las respuestas a recibir. Se sintieron útiles y comenzaron a quererse como si se conocieran.

Cuando creó la última videoconferencia virtual antes de conocerse, Adrián comenzó a respirar hondo y a sentir la cercanía de una paz que llegaba. Cuando abrió su ordenador, el reloj de arena de la mesa de estudio de Berta se detuvo, sólo un instante. La tecnología sin barreras hizo florecer su amistad eterna, para siempre, para él, para ella.


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