A las nueve menos cinco de la mañana me presento en casa de Carlos. Hora a la que habíamos quedado para realizar varias gestiones. Revuelve en los papeles que tiene apelotonados en su cochambrosa cartera. Cartera que tiene metida en un cubo de plástico junto a unos rollos de papel, desperdicios y otros cachivaches, en los que no quiero fijarme.
Después de un buen rato de búsqueda entre sus desorganizados y mugrientos papeles, me indica que tiene todo lo necesario para hacer las gestiones que me han llevado hasta allí.
A las 9 horas y 20 minutos salimos de casa en dirección al juzgado. Subimos al coche pero no pone el cinturón, a pesar de indicárselo reiteradamente. Argumenta, que él nunca lo pone cuando va en taxi y nadie le ha dicho nada del maldito cinturón. Vamos pues con el insistente y molesto pitido del cinturón hasta el aparcamiento. Y desde allí a pie, hasta los juzgados.
Un Guardia Civil, campechano, socarrón y muy mal educado, nos dice en tono sarcástico que dejemos todo lo metálico, "pistolas y navajas incluidas", y que pasemos por el túnel. Atemorizado, espero la orden de: ¡"arriba las manos"! Pasado el control y el susto, nos indica que recojamos los objetos personales, y que subamos a la primera planta, que es donde se encuentra el juzgado nº3, donde nos han citado.
La funcionaria de dicho juzgado nos recibe cordialmente y a continuación nos dice que la cita es para hacernos la declaración del accidente ocurrido a Carlos. Pero antes nos comenta que ha estado estudiando atentamente el expediente, y que eso no debía quedar así.
-No se puede ir por ahí atropellando a la gente y quedar impugne –Dice en tono un tanto indignado -por eso les he citado, para que lo vea el forense y valore su estado.
Carlos dice que no, que ya está bien, que no quiere más líos y que no quiere perjudicar al hombre que lo atropelló en un paso de cebra y que le rompió la clavícula. La funcionaria insiste en que debemos pedir daños y perjuicios con la intención de que la sentencia sea más severa, pero Carlos insiste en dejarlo como está. Estupefacta la mujer lo deja por imposible y comienza a tomarle declaración. Cuando termina me pide el número de mi teléfono para avisarme con lo que decida el fiscal, Carlos firma, y nos vamos. El feliz y yo consternado.
Vamos sin demora hasta el lugar donde dejamos el coche porque tiene mucho interés en estar en casa cuando llegue la nueva asistente social.
Le recuerdo que todavía tenemos que ir al Centro de Sud Mental. Pero se niega en redondo diciendo que no piensa ir, que lo deje para otro día. Como no quiero ni puedo seguir irritado, hago una autorización para que la firme, y me dirijo a los servicios de Salud Mental por si puedo realizar los trámites por él, pero me dicen que no, que se requiere la presencia del interesado.
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