martes, 11 de mayo de 2021

Fracturada


Érase una vez un cuerpo con cuatro almas, cada cual melliza y distinta a la otra, que vivían cada una en un rincón de la mente. Y aunque sea peculiar e incluso imposible, ellas eran felices, cada una a su manera.


A la primera le tocó el dominio del instinto y la intuición, vasto y primitivo, por donde viajaba a través de montañas y bosques, vigilante y guardiana que todo estuviera en su justo lugar.


La segunda, adquirió el campo de la vitalidad y la alegría, viendo la belleza en la penumbra, iluminaba a cada mirada las sombras que las acechaban. Allí, con la esperanza como espada, vivía dentro de ese cuerpo, amortiguando todo golpe que da la vida.


La tercera, más perspicaz y seductora, se apropió de los aspectos más turbios y crueles, creando gratamente un mundo de tinieblas y sombras donde conocer y controlar el caos, cual diablo en el averno.


Y finalmente, la cuarta y última, dueña de la realidad y de la vida física, y conductora mayoritaria de ese cuerpo, vivía el día a día, a veces con más esperanza, otras más caótica, y algunas otras de manera más vasta y primitiva. Por eso, la gente la criticaba, pues las otras personas solo veían desestabilidad e incongruencia. Así que empezaron a repudiarla.


- Ignóralos y no les guardes rencor, hermana -habló la primera, después de deliberar con las otras dos- pues nunca entenderán que nosotras vivimos cada parte que forma un ser humano; por separado, sí, pero hallando respuestas dónde la mayoría solo encontrará más preguntas.







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