Cuando Pablo tenía un poco menos de dos años de edad, sus padres notaron que su mente parecía vivir en un espacio diferente y otro tiempo. Él casi siempre ignoraba todo a su alrededor, solo le interesaban sus juguetes y lo poco que hablaba con su voz cantarina y entrecortada. Cuando otros niños querían jugar con él, ellos eran invisibles para su conciencia, y si le insistían lanzaba una mirada que advertía una posible agresividad.
Él era un enigma para sus padres, que no sabían si él no entendía lo que se le decía o simplemente vivía en su propio mundo, uno de una concentración exagerada y casi enfermiza. Un ser muy extraño que no podían entender.
Los padres de Pablo hablaron de esto con la pediatra y ella dijo que algunos niños eran más lentos en el desarrollo de sociabilización y aprendizaje que otros, pero de todos modos les consiguió una cita con una psicóloga infantil.
Después de ir varias veces al consultorio de la profesional, la psicóloga les dijo que Pablo tenía el trastorno del espectro autista, pero que no era en un nivel grave y que con ayuda, el niño podría mejorar.
A medida que el tiempo avanzó sus actitudes confirmaron que efectivamente había un problema en su nivel de aprendizaje y su forma de sociabilizarse; sin embargo con la ayuda de la psicóloga, las actitudes de ira que tenía en ocasiones fueron disminuyendo, y empezó a integrarse un poco con otros niños, aunque no en el nivel que sus padres querían.
Pablo estudiaba en la misma escuela de su hermano Hernán, que tenía un año menos de edad que él, pero poco a poco se fue quedando atrás en los grados escolares, a pesar de ser mayor que él. En una ocasión la escuela decidió hacer un concurso de creatividad, entonces Hernán decidió participar. Su madre entonces le preguntó que deseaba hacer para el certamen. Hernán, aunque era uno de los mejores en la escuela, especialmente en matemáticas, dijo que no se le ocurría nada para crear, que él no era bueno para el arte ni para inventar historias.
Los padres observaron que Pablo acostumbraba mucho jugar con unas marionetas, e inventaba unas historias fantásticas, entonces le sugieron que participara en el certamen. Él aceptó con la condición que sus padres se encargaran de hablar con la escuela y coordinar todo. La participación de Pablo atrajo muchos aplausos y fue la ganadora del certamen.
Hernán sintió envidia, porque siempre había recibido elogios de su inteligencia, y su hermano autista había ganado el premio. Esto fue una lección de la vida de que la creatividad no puede ser enseñada y que ser bueno para aprender no necesariamente significa que se tiene talento para crear; que si bien la capacidad de aprendizaje se puede enriquecer con creatividad y viceversa, en ocasiones pueden tener cierta independencia. ¡Después del concurso miles de personas asistieron a varios famosos eventos, en los que actuaban las marionetas del autista!
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