Abrir la puerta del aula se le hacía casi imposible. Tanto como levantarse. Como desayunar. Como coger el coche e ir hasta el Instituto, donde le esperaban sus alumnos de arte, especialmente, Gael, que todo el día estaba incordiándole.
Sabía que Gael, era un caso aparte, y que a un asperger tenía que ganársele, pero no encontraba la forma de que aquel alumno mostrase interés por una asignatura que a él también comenzaba a aburrirle.
Sin saber el porqué, desde aquella mañana en que no quiso levantarse, la vida se le hacía insoportable. Ir a trabajar era desesperante, y nada parecía ya ilusionarle.
"A Gael tienes que motivarle", se decía, pero a su vez se preguntaba: "Y quién le motivaría a él, que ya estaba harto de no poderles decir la cruda realidad a los padres.
Estaba harto de no poder decir la verdad cruda de lo que en realidad pensaba de la mayoría de aquellos rapaces, que no pensaban en otra cosa que quedar bien ante sus compañeros y en las redes sociales.
"¿Qué te pasa? -le preguntaban sus colegas, pero él guardaba silencio, para no ser el centro de sus comentarios.
Es más, sin haberlos dicho nada, cuando entraba en la sala de profesores se hacía el silencio, y se callaban todos los que estaban cuchicheando: "su salud mental se está deteriorando". "Tiene una depresión de caballo". "Hace cosas muy raras". "Algunos padres ya se están quejando", y cuando iba a entrar en clase, hacía como que no escuchaba los comentarios ultrajantes e hirientes de sus alumnos: "que viene el loco" y "ya está aquí el zumbado".
Bien sabía él que no estaba loco. Que su depresión era crónica, y que su ansiedad le iba minando de manera intermitente, como si no encontrara la manera de huir de aquel descorazonador calvario.
Una mañana, después de analizar en el aula la obra "El Grito" de Edvard Munch, Gael, al verle llorando solo en su mesa, se acercó a él y le dijo: "¿Duele?
-Tú, ¿qué crees?
Y Gael, sin saber que responderle, guardó silencio, y le susurró al oído:
- Yo, siempre que estoy así, deprimido, cuando no me escucha nadie, grito.
- ¿Y qué ganas gritando?
- Es la mejor manera de saber que sigo vivo, y que debo de seguir luchando.
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