Un mal día un monstruo llegó a mi vida. Era horrible, enorme, y espantoso. Yo lo odiaba.
Algunos días el monstruo se me ponía cara a cara. Yo cerraba mis ojos para no ver su horrible rostro.
"¡Vete, desaparece!", le decía. Pero con los ojos cerrados yo no podía ver nada.
Otros días el monstruo me hablaba al oído. Yo trataba de no escuchar sus terribles mentiras y amenazas.
"¡Cállate, por favor!", le suplicaba. Pero con los oídos tapados yo no podía escuchar nada.
Algunas veces el monstruo caminaba frente a mí y me retrasaba.
"¡Anda, salte de mi camino!", le gritaba.
Otras veces el monstruo caminaba tras de mí, y me empujaba con prisa.
"¡No me empujes, no quiero ir tan rápido!", le repetía vez tras vez.
Cuando montaba mi bicicleta, el monstruo subía al manubrio, y me hacía dar virajes equivocados.
"¡Oh, no! Yo no quería ir para allá", lamentaba.
En las noches el monstruo no me dejaba dormir. A menudo tenía pesadillas sobre ese monstruo malvado.
El monstruo horrible, enorme y espantoso estaba conmigo todo el tiempo, cuando estaba a solas, y cuando estaba entre la gente. El monstruo me seguía a la escuela, al parque, ¡hasta al baño!
Una vez intenté librarme del monstruo saltando en una alberca. Pero el monstruo nadó conmigo.
Traté de salir del monstruo mudándome de lugar. Pero el monstruo me siguió todo el camino.
Cambié mi apariencia para confundir al monstruo. Pero el monstruo no se dejó engañar.
Finalmente, caí en cuenta y entendí. Jamás podría eliminar, exterminar, o perder al monstruo. Ese monstruo estaba en mi vida para quedarse.
Así que decidí hacer un trato con el monstruo.
"Si vas a estar conmigo, entonces serás mi monstruo. Puedes quedarte, pero yo soy quien mando", le dije.
Poco a poco, el monstruo se encogió al tamaño de un ratoncillo. Pasó de ser un MEGA-MONSTRUO a ser un mini-monstruo.
Desde ese día llevo a mi monstruo en mi mochila o en mi bolsillo. Mantengo mis ojos y oídos despejados. Camino a mi propio paso. Y decido dónde y cuándo hacer virajes.
Cuando mi monstruo trata de subirse a mi cara, hablarme al oído, retrasarme, apresurarme, o desviarme, lo regreso de vuelta a donde le corresponde.
No le doy mucho de comer a mi monstruo, para que no se haga demasiado pesado para cargarlo. Y me mantengo lejos de otros monstruos, por si acaso. ¡No quisiera que mi monstruo se apareara con otro monstruo y resultara con muchos más monstruos!
Llegué a entender y a aceptar que todos tenemos uno o más monstruos. Algunas personas viven temiendo y huyendo de sus monstruos. Otros se pasan la vida batallando con sus monstruos. Y hay quienes han entablado amistad con sus monstruos.
Un mal día, un monstruo llegó a mi vida. Era horrible, enorme, y espantoso. Yo lo odiaba.
Todavía tengo un monstruo feo. Pero ahora es mucho más pequeño, y ya no me asusta tanto. Estoy aprendiendo a vivir con mi monstruo.
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