miércoles, 12 de mayo de 2021

Los pasillos no son blancos

Querida hermana:

Qué extraño esto, ¡ni que te escribiese en el 1800! Creo que la última vez que redacté una carta fue en primaria, cuando nos enseñaban dónde poner la fecha, el lugar, el encabezado y todo eso... En este caso no es necesario, ya todos sabemos que estoy en el loquero. Perdón, no me hagas caso, pero bromear con estas cosas es necesario porque si no una enloquece, pero de verdad. Y acá aprendí a reírme de la vida (sí, ¿quién lo diría?), a sentir que nada es tan grave como para no poder recalcular. Ojo, no creo que haya que llegar a un psiquiátrico (ahora sí, hablo con propiedad, ya imaginé tu gesto reprobatorio con la otra expresión) para darte cuenta de esto. Hay gente que logra descubrirlo antes, pero yo no ¿qué va a ser? Igual cada caso es un mundo, no voy a generalizar, hablo por mí, y eso ya es un montón: asumir las decisiones de mi vida.

Bueno, volviendo a la carta, el no tener el celular a mano te abre nuevos caminos. ¿Qué te puedo contar? Me da un poco de vergüenza haber caído en el cuento hollywoodense de los psiquiátricos con pasillos blancos y paredes acolchadas. Al menos éste no es así. Se parece mucho a la casa de la abuela en Vicente López, sobre todo el jardín: hay un olmo que miro desde la ventana al despertar y en cuyo tronco me suelo recostar por las tardes a leer un rato.

Los días acá parecen durar el doble, pero eso porque no estamos enchufados a la compu o la tele. Cuando bajó mi ansiedad pude empezar a disfrutarlo: el tiempo invertido de a rebanadas en observar, hacer un crucigrama, asistir a algún taller o simplemente conversar.

Ésa es otra gran sorpresa que me llevé acá dentro. La gente es normal, como vos y como yo (bueno, eso desde ya, si no no estaría acá adentro, ¿no?). Me imaginaba que las personas iban a estar golpeándose contra las paredes o hablándole a una muñeca mientras la mecían por algún rincón. Pero no. Hay muchos compañeros que, como yo, simplemente no podían sacarse ese vacío del pecho y trataban de compensarlo con drogas. Están quienes no tenían fuerzas para levantarse de la cama y quienes fueron un poco más lejos y atentaron contra su vida… Ahí entendí por qué me hicieron sacar el cinturón y los cordones al entrar…

Y acá llega el motivo por el cual hoy me senté a escribir esta carta, viene al final porque es lo que más me cuesta decir. Gracias por acompañarme siempre, por no juzgarme, por tomar una decisión difícil por mí. Me avergüenzo de muchas cosas que hice pero no me culpo (eso es algo positivo también). Creo que hice lo mejor que pude, pero sé que lo puedo hacer mejor, y es lo que voy a hacer en adelante.

Te ama siempre tu quilombera hermana menor (ya más sosegada)

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