Ahora no podía sonreír nunca aunque de pequeña había sido alegre y agradable con todo el mundo. Tenía una muñeca, Clara, con la que inventaba todo un mundo de fantásticas aventuras. Disfrutaba leyendo los cuentos que le compraban y le gustaba mucho dibujar. Dibujaba mariposas, estrellas y flores.
Pero un día le pasaron muchas cosas malas y empezó a ponerse enferma de tristeza. Dejó de jugar a cualquier tipo de juego. Abandono al grupito de amigas del colegio. Pasaba el tiempo del recreo en un rincón del patio ignorando como las otras niñas cuchicheaban sobre sus descubrimientos de adolescentes precoces. En vez de hacer sus deberes escolares dedicaba su tiempo libre a dibujar. Cada vez que cogía el lápiz y el bloc dibujaba animalitos tristes y personas tristes. Con frecuencia le reprochaban que siempre dibujara seres con semblante triste ¡Que sabían ellos!
Su tristeza se fue acentuando y los médicos le diagnosticaron un problema de salud mental: depresión profunda, manifestada en un aparente sentimiento de culpa y una total falta de autoestima además de trastornos del sueño y del apetito. Al poco tiempo la ingresaron en una residencia para hacerle un tratamiento antidepresivo, dijeron. En sus muchas horas muertas, tenía permiso para leer y dibujar. Ahora solo dibujaba a la adolescente que la miraba desde el espejo de los lavabos. También dibujaba a otros enfermos y el mundo imaginario donde vivía su miedo. Ese era un lugar horroroso.
Cuando se atrevía intentaba dibujar a algunos de los monstruos que aparecían exultantes y forzudos en su memoria. Pero solo le salían borrones y más borrones oscuros. Sus monstruos ocupaban ahora gran parte de su mundo, de su imaginación y sus recuerdos. A algunos de ellos los odiaba sin más. Pero otros eran muy especiales, por ejemplo papá o tío Ángel y no hubiera querido hacerlo. Cuando vivía en casa y ellos venían de visita, corría siempre a esconderse donde fuera. Por desgracia, los monstruos siempre acababan encontrándola. Cuando lo hacían, la manoseaban por todas partes y la forzaban a jugar con sus horribles cuerpos encima o por detrás de ella. Después, cuando ya se habían ido al bar, ella se quedaba con todo su cuerpo dolorido y llorando horas y más horas
Su madre la ignoraba. Era consciente de que para ella era una rival con la que era imposible comunicarse. Para ella era solo aquella jovencita introvertida, más desarrollada de lo que tocaría por su edad, constantemente deprimida, siempre enfurruñada y negativa.
A pesar de su miedo, en su cerebro vivían aun seres felices que esperaban a que les dieran vida para ser libres. Ella también hubiera querido tener libertad para dibujar a sus preciosas hadas y a sus seres de ensueño. Hacía unos días que en la clínica trabaja una doctora que también tiene mirada triste y que transmite algo que hace tiempo que no veía. Quizá ella si se atreviera a ayudarla o al menos a comprenderla … ¡ojalá pudiera hablar con ella! ¿sería capaz?.
Pero un día le pasaron muchas cosas malas y empezó a ponerse enferma de tristeza. Dejó de jugar a cualquier tipo de juego. Abandono al grupito de amigas del colegio. Pasaba el tiempo del recreo en un rincón del patio ignorando como las otras niñas cuchicheaban sobre sus descubrimientos de adolescentes precoces. En vez de hacer sus deberes escolares dedicaba su tiempo libre a dibujar. Cada vez que cogía el lápiz y el bloc dibujaba animalitos tristes y personas tristes. Con frecuencia le reprochaban que siempre dibujara seres con semblante triste ¡Que sabían ellos!
Su tristeza se fue acentuando y los médicos le diagnosticaron un problema de salud mental: depresión profunda, manifestada en un aparente sentimiento de culpa y una total falta de autoestima además de trastornos del sueño y del apetito. Al poco tiempo la ingresaron en una residencia para hacerle un tratamiento antidepresivo, dijeron. En sus muchas horas muertas, tenía permiso para leer y dibujar. Ahora solo dibujaba a la adolescente que la miraba desde el espejo de los lavabos. También dibujaba a otros enfermos y el mundo imaginario donde vivía su miedo. Ese era un lugar horroroso.
Cuando se atrevía intentaba dibujar a algunos de los monstruos que aparecían exultantes y forzudos en su memoria. Pero solo le salían borrones y más borrones oscuros. Sus monstruos ocupaban ahora gran parte de su mundo, de su imaginación y sus recuerdos. A algunos de ellos los odiaba sin más. Pero otros eran muy especiales, por ejemplo papá o tío Ángel y no hubiera querido hacerlo. Cuando vivía en casa y ellos venían de visita, corría siempre a esconderse donde fuera. Por desgracia, los monstruos siempre acababan encontrándola. Cuando lo hacían, la manoseaban por todas partes y la forzaban a jugar con sus horribles cuerpos encima o por detrás de ella. Después, cuando ya se habían ido al bar, ella se quedaba con todo su cuerpo dolorido y llorando horas y más horas
Su madre la ignoraba. Era consciente de que para ella era una rival con la que era imposible comunicarse. Para ella era solo aquella jovencita introvertida, más desarrollada de lo que tocaría por su edad, constantemente deprimida, siempre enfurruñada y negativa.
A pesar de su miedo, en su cerebro vivían aun seres felices que esperaban a que les dieran vida para ser libres. Ella también hubiera querido tener libertad para dibujar a sus preciosas hadas y a sus seres de ensueño. Hacía unos días que en la clínica trabaja una doctora que también tiene mirada triste y que transmite algo que hace tiempo que no veía. Quizá ella si se atreviera a ayudarla o al menos a comprenderla … ¡ojalá pudiera hablar con ella! ¿sería capaz?.
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