lunes, 18 de diciembre de 2023

Ganador de la cuarta edición del concurso de relatos Construyendo cultura en salud menta: "Rompiste el tabú, me hiciste mejor", de David Mabras Morales.

David Mabras Morales, ha sido el ganador de la cuarta edición del concurso de relatos Construyendo Cultura en Salud Mental.

El jurado, compuesto por los bibliotecarios de los pueblos de la Comarca del Mar Menor, una psiquiatra experta en infanto juvenil de la Unidad de Salud Mental del Hospital Los Arcos, un grupo de usuarios y personal de AFEMAR y trabajadores sociales de RESET, ha valorado especialmente la forma de la que el relaro nos habla del estigma que hay sobre el suicidio con un discurso literario de novela intimista.

Enhorabuena David, y hacemos extensible esa felicitación a todos los que en 2023 habéis participado en el concurso, por construir entre todos este océano semántico y terapéutico que pretende construir salud mental a través de la cultura.

Os dejamos el relato ganador:

Rompiste el tabú, me hiciste mejor

El último recuerdo que tengo de mi padre fue en la verbena. Tenía 5 años, y esa noche me tocaba cantar los números de la rifa. ¡Estuvimos a nada de conseguir la paleta de jamón! Era un sábado por la noche, pero de ese verano sólo resta el vacío.

Lo encontraron ahorcado en el garaje. Pero claro, no fui consciente que se había suicidado ya pasado un tiempo. Mi yo alegre y revoltoso dejó de tener chispa. La pena me invadió, la luz en mi mirada se había apagado demasiado pronto. ¿Por qué lo hiciste? ¿Fue por mi culpa? ¿Algo hice mal?

En los años 90, el bullying no existía, quién iba a psicólogos estaba loco y el que se ausentaba del trabajo por estrés era un débil. Nadie me contó que la mente humana enfermaba, que hay que cuidarla, darle cariño y tratarla.

Eres un buen hombre. Gracias a ti, papá, soy psicólogo (y con mi propia clínica y todo). Y permíteme contestarte a tus preguntas, no, no eres un fracasado, no estás loco, ni eres un cobarde. Simplemente, no supimos ayudarte, no supimos darte las herramientas y te marchitaste. Rompiste el tabú, me hiciste mejor.

sábado, 16 de diciembre de 2023

Día 100

                                                                        
          

Hoy observé largamente en el espejo la cicatriz del cuello. Es impresionante. Pocos saben de su existencia y apenas algunos la han visto.

No es fácil hablar sobre lo ocurrido, aunque hayan pasado cien días ya, porque todavía siento una mezcla de vergüenza y de tristeza. Sin embargo, es una marca que me ayuda a comprender que la vida es hermosa y que vale la pena vivirla.

En cinco minutos viene a buscarme un amigo para que vayamos al grupo de terapia. Allí nos encontraremos con personas maravillosas que nos comprenden y nos enseñan cómo enfrentar la realidad. El pasó por lo mismo, aunque no llegó tan lejos como yo. Ambos luchamos aún con algunos resabios de aquellos recuerdos duros y tristes.

Pero hoy estoy más optimista, porque las cosas comenzaron a encaminarse hacia un futuro prometedor. Por eso tomé coraje y me animaré a contar mi historia. Quizás ayude a los demás como los demás me ayudaron a mí y puedan encontrar en mi fe la fortaleza necesaria para seguir adelante, como yo aprendí a encontrar mi propia fortaleza a partir de sus palabras de aliento.

Sonó el timbre. Después seguiré escribiendo. Afuera me espera un mundo de esperanzas…



Nandotto

jueves, 14 de diciembre de 2023

Finalistas de la cuarta edición del concurso de relatos Contsruyendo Cultura en Salud Mental

Estos son los 19 finalistas de la cuarta edición del concurso de relatos Construyendo Cultura en Salud Mental, la edición con diferencia con más relatos enviados para concursar, cuatrocientos ocho.

Desde la Comisión de salud mental y cultura de la comarca del Mar Menor os damos las gracias a todos los participantes por ayudar a crear este océano literario y terapéutico: mil gracias y enhorabuena. El lunes 18 anunciaremos al ganador.

 Rompiste el tabú, me hiciste mejor

Sombras y luz

Cicatrices de tinta

 Cinco minutos

Profe.

Sombras de esperanza

No lo hagas.

La sonrisa de Laura

Chico raro

Reverse


Sin alzar la voz

Chica del espejo.

Una tarde más 

No puedo hacerlo solo

Al límite de todo

Ese monstruo que acecha

Visión distorsionada por la tristeza

Él no te ama

Yoplait

¿Qué queréis?




Aprendiz de vida

Recuerdo mi vida como sencilla y feliz, mi familia estaba unida y yo era buen estudiante y tenía un grupo de amigos con quienes salir los fines de semana e ir a la playa.

Pero con 16 años, la noche llegó a mi vida. Comencé a cambiar mi actitud, me volví agresivo, sentía cosas y oía cosas que los demás no. Mis padres, muy asustados me llevaron al médico, el diagnóstico fue Esquizofrenia y una losa cayó sobre mí.

Inicié un tratamiento que me dejaba atontado, engordaba y me hacía sentir un inútil, aunque las cosas raras ya no me aparecían.

Mis amigos me miraban diferente, ya no era tan guay como ellos, y las chicas casi me esquivaban. Había miradas de condescendencia por todos lados.

Mis padres sobreprotegiéndome, casi no me dejaban salir, y no creían que estuviese preparado para estudiar ni trabajar. Nadie creía en mí, ni yo mismo. Pensé que la vía más rápida sería desaparecer, era lo mejor para todos. Un adiós piadoso.

Un soleado día vi a Luis, nuestro panadero, buscaba un aprendiz. No dudó, me lo ofreció y casi obligado lo acepté.

Ahora mi vida es otra, soy autosuficiente y tengo proyectos e ilusiones.

El cuarto grito

El suave sonido del viento solía darme aviso de la oscuridad que se avecinaba. Un grito que se convertía en dos, luego en tres, nunca en cuatro. Siempre me obligué a levantarme y cerrar la ventana antes de que sucediera. Mi padre murió poco después de escucharlo entrar, también mi abuelo y el padre de mi abuelo.

¿Qué o quién gritaba al anochecer? ¿Por qué? ¿Qué relación tenía con mi familia? Un misterio que estaba dispuesto a resolver antes de que acabara conmigo, con mi cordura.

Llegó el día. Seis treinta de la tarde y mis alarmas sonaron. Mi oído se agudizaba, mi piel se erizaba; mis ojos se clavaron en la pantalla. Observaba las múltiples imágenes de las cámaras de seguridad instaladas recientemente alrededor de la casa y esperé.

Esperaba el sonido del viento. Tan habilidosos se volvieron mis oídos, que censuraban cualquier ruido impertinente, esperé.

Esperaba la vibración en la ventana. Mi memoria espacial era precisa, aún sin luz podía navegar entre muebles y paredes como si fuesen parte de mí, esperé.

«¡Llega ya, llega ya, llega ya!»; me detuve naturalmente antes de repetirlo una cuarta vez. «Maldito número cuatro, maldito anochecer, malditos gritos», esperé…

Segunda oportunidad

Ella trepó en el aire desde la calle hasta el décimo piso y su sangre subió con ella. Entró por el ventanal abierto. Se secó las lágrimas. Guardó en su bolsillo la nota aquella. Abrazó a su abuela. Caminó hacia la escuela, el sol se alzaba en el cielo desde el oeste. Entró a la escuela empujada por otros niños. Sonó el timbre de salida, se abrió la puerta del aula, y ella se sentó en el último banco.

Escuchó las risas, vio sus dedos apuntándole. Se manchó su pollera con la sangre primera de sus 11 años. Le dolió el vientre y se asustó. Se levantó de su silla y caminó sola por el pasillo, mientras sonaba la señal de entrada. Llegó a casa y no desayunó.

Papá dijo: ¿Por qué no comes?

Ella se miró al espejo y se detestó. Se puso el pijama.

Mamá dijo: ¿A qué hora te dormiste anoche?

Ella giró en la cama. Y se durmió llorando.

Sonaron los mensajes en el celular: "Gorda" "Fea" "Sucia" "Tonta".

Pero quizás…

Ella despertó .

Mamá dijo: Acá estoy, te amo. ¿quieres contarme qué pasa?

Papa dijo: Lo que sea. Te amo.

Entonces el futuro existió.

Otra Vez

Otra vez en las noticias. Otro caso más. Otra ocasión en la que lamentarse a posteriori. Y otra disputa en la mesa. Él no lo entiende. Mi padre es testarudo, cabezón y a veces, peca de orgulloso. "En mis tiempos no había ni salud mental ni pamplinas de estas, y todos como una rosa". Mi hermana salta, mi madre trata de mediar, y yo intento explicárselo. Traducirlo a su idioma.

Abandona la mesa refunfuñando. "No sabéis lo que era vivir antes". No, no lo sabemos. Preferimos centrarnos en los problemas del ahora, y este es de los importantes ¿Qué le da tanta rabia? El derecho de la gente a pedir auxilio, o el propio acto de que lo hagan. A veces pienso que él nunca ha tenido la oportunidad de reclamar ayuda. No lo criaron así. Gracias a Dios, piensa él. Me preocupa. Porque lo veo cada día. Más cansado. Más apagado. Abatido. Desesperanzado.

Hoy ha vuelto a aparecer otra noticia similar, pero no ha habido quejas. Solo somos tres en la mesa. Qué pena no poderle enseñar a tiempo el verdadero significado de esas dos palabras tan repetidas últimamente. Para desgracia nuestra, sus otras tres víctimas, nunca lo olvidarán.

El ovillo

Hubo una vez una mujer que tenía un ovillo lleno de nudos en su corazón. Un día al despertar lo tuvo claro y decidió pedirle ayuda a una costurera, pero ella solo veía una manera de proceder, cortar y eso la hizo correr, hasta que el ovillo comenzó a deshacerse y tropezó; con él fuera del pecho, pudo observar con detenimiento, cada nudo; cada palabra que guardó y no dijo, cada vez que su boca dijo una cosa, pensando otra. Cada vez que no fue ella y se tragó su corazón, un nudo se formaba en su pecho y también en su garganta... y por fin lo vio, allí estaba el primer nudo y recordó ese día.

Pudo visualizarse de niña en el patio; sin miedos... meses más tarde el escenario cambiaba, mucha gente la rodeaba; gente de su edad, esta vez no estaba feliz sino asustada; quiso desaparecer, pero no lo hizo.

Suavemente agarró la madeja y comenzó a deshacer uno a uno aquellos nudos; que no quiso cortar porque también eran parte de ella y cuando terminó cogió la punta y bailó con el ovillo, bailó para devolverle a esa niña lo que le había robado.

Antojo

Veinticuatro horas al día, eso, es la vida. Como frontera la piel, como sostén los huesos y como motor una energía etérea que nos crea o destruye a su ANTOJO. A menudo me pregunto cómo las placas solares son capaces de recoger la energía del Sol. En algún sitio alguien lo pensó, lo supo, lo plasmó, lo creó y lo hizo tangible. ¿Cómo inventar ese método?... ese sistema que nos haga capaces de transformar las energías que hay dentro de cada uno; de pensarlas; saberlas; plasmarlas; crearlas; hacerlas tangibles.

Debiera ser cada uno quien más se conoce para usarse como quiere, a su ANTOJO: volver productivo lo natural, confortable lo propio, estable lo desequilibrado. Conquistar el Sol para que su calor no queme, su luz no dañe los ojos y su fuerza sea siempre estímulo positivo. Pero no es fácil llegar al Sol sin formar un equipo de expedición. Ni de plantar placas solares sin que uno sujete sus bases mientras otro atornilla sus carcasas. Debemos acompañarnos para dar tiempo a que llegue el amanecer, porque no se puede esperar que salga el Sol por las noches. (aunque se nos antoje)

Ni la muerte

Mi ventana no se abría. No podía yo levantarme ni dormir. Vero había salido al trabajo bien temprano, como siempre. Por esos días Jaimito, uno de nuestros hijos, compartía sus vacaciones con nosotros. Pero ni la presencia de Jaime en casa había logrado disuadirme de la certeza de que nada ya tenía sentido. Ni la muerte…

Sonó una alarma en la otra habitación. Él se levantó con soltura.

¿Ni la muerte? De repente las palabras resonaron en mi mente de otra forma. No diría yo una lógica, sí tal vez una intuición oscura, me golpeó las puertas de la percepción: si no se revela un sentido, vivir se hace más liviano.

Fue entonces cuando escuché a mi hijo tan puro, tan amable en la cocina (fue el sonido de una tos de la mañana), y me generó tal inmensa culpa haber cedido así al letargo, que al menos pude incorporarme, abrir la ventana y pasar rápido a ducharme y a tomar algo con él.

Conversamos cortamente. Él pensaba ir a comprarse zapatillas. Puso música y parecía disfrutar. De estas cosas también la vida se nutría.

Ahora, al lado de mi pecho asfixiado, palpitaba un corazón con cierto entusiasmo.

El Frasco

Tomé con mi mano izquierda el frasco lleno de esperanza, como si fuera un tiquete de tren a una tierra desconocida, una tierra sin tanto sufrimiento, sin tanta presión, un lugar donde ese hueco que tenía en el centro de mí, al menos dejara de crecer. Tenía la esperanza, sobre todo, de una tierra sin ellos. Sí. Ellos eran tan observadores que encontraban defectos míos que ni siquiera yo conocía. Ellos que al verme llegar se reían a mis espaldas.

Sus risas me dolían, el recuerdo de la humillación, me hizo apretar más y más el frasco, como si en las pastillas no estuviera mi tiquete de viaje, sino sus rostros empequeñecidos, apreté tan fuerte que el frasco se rompió, sus rostros se esparcieron en el suelo bañado con mi piel y mi sangre, el ruido llamó a la docente que irrumpió en el baño, el tren había partido sin mí.

Unos días después pude hablar de ello, con mucho esfuerzo decidí cerrar el hueco y llegar a mi destino por otro medio, la docente, mis padres y mis amigos, que ya no eran ellos, me acompañaron, hoy muchos años después aún no sé cómo rompí el frasco.

Aliados

Luchaba por zafarse de su propia sombra; no comprendía qué era lo que le pasaba.

Llegaban desde el -pasado- sus vivencias lejanas y recientes. Deseaba escapar de esa pesadilla acelerando la huida.

La melancolía se entremezclaba con el continuo jadear de una respiración tan espesa como sonora.

¡Todo le daba vueltas! Como una especie de caída al abismo.

Las pupilas tiritaban y se entreabrían los labios sólo para aspirar con toda la fuerza posible.

No podía más con su -presente-. Se levantó y abandonó la butaca de su cine.

¿Para qué seguir con este pesar?

No podía aguantar a causa de la angustia que le producía su balance personal.

Salió «de sí» buscando ayuda y paró un taxi pero no se subió. Siguió caminando y llegó.

Al abrir la puerta: ¡¡¡Estaba ahí!!!

Le acarició con sus ojos; le intimidó ligeramente, como si le reclamara. Recordó el tremendo dolor de cabeza con el que había salido unas horas antes.

Sé que se durmió a la espera de un -futuro- día.

Justo en ese mismo instante: ¡Salté de la cama!

A lo largo del día entendí, que no éramos aliados sino rivales.

Y seguí mi camino, con tranquilidad y aplomo…

Apoyo crucial

Hoy mi memoria tejida al paso del tiempo me deja contar que mis padres se divorciaron cuando apenas tenía tres años, mi madre enfermó y murió poco después y mi querido padre contrajo nupcias de nuevo y me llevó consigo. Mi madrastra poseía un rasgo natural de autoridad, hablaba alto, con palabras que parecían truenos, era nula en respuestas afectivas. Me infligía regaños, amenazas, exigencias. En sus miradas no había dulzura, en sus gestos faltaba cariño. Mi padre se comportaba muy tibio y yo necesitaba respeto y afectos.

En la escuela advertía con claridad las insatisfacciones de mi infancia al ver las cariñosas madres como besaban con ternura a sus hijos; gestos que atizaron las llamas de mi angustia.
Con tanto sufrimiento me envolví en un mutismo impenetrable y desesperado tomé la decisión de no vivir un minuto más. Ingerí una sobredosis de pastillas. desperté en el hospital rodeado del cariño de mis familiares. El hecho revolvió conciencias. Se eliminaron contrariedades. Floreció el amor. Sentí un apoyo de vecinos, amigos y familia tan potente que resurgieron mis sueños e ilusiones y di gracias a Dios por su participación.

Colores de Abril

Abril sorprende a Irene con los colores de la primavera pintados en el rostro. Pájaros cantarines acompañan sus pasos y sonríe como si fuera la primera vez que descubre la luz del sol. Atrás quedó la vergüenza, el esconder la depresión, el sentirse sola en medio de la tempestad, el reconocer que existía la tempestad. Una mano en el hombro le recuerda que tal vez sola no hubiera sido posible, por eso su felicidad se multiplica y sabe que acertó cuando dejó de esconderse en la crisálida y pidió ayuda. Ahora hay aire puro, luz entre las nubes traviesas, sueños en el horizonte y una lluvia de flores en los campos: miles de pequeñas cosas hermosas y cotidianas que en otro tiempo no supo apreciar, pero que otros ojos le enseñaron a ver, quitándole la venda que se lo impedía y mostrándole que todos, en algún momento de nuestras vidas, sentimos las mismas necesidades, los mismos miedos, la misma desesperación. Se siente fuerte de nuevo, con ganas de correr, de saltar, de agitar las alas y perderse en el cielo, dejando atrás la crisálida de la que acaba de salir, convertida en mariposa.

Regadío

En las sombras de mi mente, luché contra tormentas que amenazaban con oscurecer mi luz. La soledad parecía ser mi única compañera, hasta que decidí alzar la voz y romper el silencio. Compartir mi batalla contra la oscuridad fue mi primera victoria contra el estigma. Descubrí que el volver a sentirme yo no solo empieza con la autocuración, sino permitirme que la comprensión florezca en conversaciones sinceras. Al desafiar los prejuicios arraigados, encontré apoyo en lugares inesperados. Mis amigos y familiares se convirtieron en aliados en esta lucha, no jueces. La aceptación reemplazó al juicio, y juntos construimos un puente hacia la esperanza. Al compartir mi experiencia, iluminé rincones oscuros que temía explorar. No solo salvé mi propia vida, sino que sembré semillas de empatía y entendimiento. La prevención, para mí, se volvió una red de conexiones humanas tejida con valentía y compasión, derribando muros de estigma y desafiando prejuicios para construir un mundo donde la salud mental florezca sin temor ni juicio.

Mi vida... y los otros: promoción de la salud mental y prevención del suicidio

Ineludiblemente, la concreción del movimiento se encuentra entre las especulaciones más abstractas. Tomando la aristotélica ("movimiento es el pasaje del no-ser al ser), solo al transitar de aquello que aún no es pero puede llegar a ser es posible el movimiento, y a su través actualizar el estado de las cosas sujetas al cambio.

No elijas, pues, cuna eterna en brazos de Morfeo buscando paz de lirón que vive sin conocer invierno; no hibernes, migra iniciando camino al cambio que haga transitoria toda oscuridad cuandoquiera que te invada el sueño. Déjate impulsar si hace falta, pero anda… porque si movimiento es el acto inacabado consistente en estar en potencia, de su permanente irresolución resultará la eternidad de tu supervivencia.

Existe en ti un repertorio de posibilidades aún no realizadas, muévete, anda y bendice estar en camino porque al hacerlo se irán revelando ante ti nuevas potencialidades que te harán seguir andando. Anda, pues, anda; porque mata la languidez del reposo, anhelando en vano un destino que no llega sin los pasos vivificadores que nunca se dieron…

La última carta

"Ayer fue un día más; nada especial, sólo el paso del tiempo almacenándose en el baúl del pasado, donde las personas guardan los años vividos y van olvidando sus pesadillas.

Pero yo no puedo olvidar. Aquel día quedó fotografiado en mi memoria. Ya no tengo sueños que dibujar. Quizás la gente no me comprenda al observar mi uniforme de Guardia Civil cuando trabajo, cuando acudo a sus llamadas para intentar ayudarlas con sus problemas; olvidando los míos… porque también yo soy una persona. Quizás mis compañeros no se den cuenta de que necesito ayuda para seguir soñando con los recuerdos de un futuro. Pero nadie tiene la culpa, nadie puede ayudarme.

Te pido que me perdones compañero, y que le digas al Sargento que mañana no podré ir a trabajar.

Un abrazo."

Cuando termino de leer las dos últimas palabras de la carta, el reloj marca las siete de la mañana. Estoy en casa de José, intentando comprender la realidad que mis ojos tratan de traducirme, pero no lo consigo. Cojo el teléfono y llamo al Sargento. Y al observar el cuerpo inerte de mi compañero, una lágrima en la mejilla me susurra que quizás, "un abrazo" le hubiera ayudado.

A veces es demasiado tarde

"El suicidio es actualmente la primera causa de muerte no natural en España especialmente entre los jóvenes." Escuchaba Marta en la televisión mientras merendaba al volver de clase. Estaba sola en casa, sus padres trabajaban hasta la noche.

Después de comer se acostó en la cama, cogió el teléfono móvil y abrió Instagram. Lo primero que vio fue un vídeo publicado esa misma mañana por Ana, su mejor amiga del instituto. En el vídeo aparecían varios de sus compañeros de clase junto a ella ridiculizando a Martina, otra chica de su clase. "¡Sucia! ¡Pobre! ¡Guarra! ¡Pordiosera!" y seguido un escupitajo directo a su pelo y una patada dirigida a su espinilla. Marta bloquea su teléfono y se queda pensativa. En su cabeza se repiten las palabras "suicidio", "primera causa", "jóvenes"…

Por la noche llegan sus padres a casa pero Marta decide quedarse encerrada en su habitación. Algo en ella está cambiando sin duda. La noticia sobre la importancia de la salud mental junto con la publicación del vídeo no la ha dejado indiferente.

Al día siguiente Marta sale de casa con la intención de hablar con Martina pero esta no acude a clase. Demasiado tarde, nadie sabe dónde está Martina.

Caminando

Camino en una oscura noche de invierno, sin rumbo fijo, con paso lento.

Me cuesta encontrar el sentido, el porqué y el cómo, no hayo el acierto.

Siento un profundo y hondo vacío, exhalo un suspiro, no siento el viento.

Me gustaría encontrar otro camino, me siento solo, perdido y sin aliento.

De pronto una mano amiga roza suavemente mi espalda, me abraza fuerte, palpita mi alma.

Insinúo una leve sonrisa, merece la pena buscar ayuda, encontrar la calma.

Regreso a casa tranquilo, escucho música, mi corazón rebosa esperanza.

Batalla exitosa

En cada cofre neuronal de su mente colocó de a poco una parte de su ser asociando las vivencias que lo acompañaron en su corta vida. Comenzó a desgajarse como un tronco al que se le aplica severidad extrema. No pudo explicarse cómo una fuerza más intensa que la de la gravedad , le permitió caer tan profundo en esa telaraña de recuerdos y pensamientos oscuros que lo devoraron y lo deterioraron.

El cable a tierra significó la conexión incansable con los terapeutas, que lo trajeron varias veces de regreso a la realidad. Sin embargo, la lejanía entre los diferentes mundos se convirtió la mayor parte del tiempo en un abismo infinito, donde continuaba el camino hacia algún lugar recóndito y confuso, donde preguntar por el suelo nunca hizo falta.

La lucha por volver fue constante, aunque en algunos momentos la decisión se tornó muy difícil. Y al parecer esa pelea que continuó reiterándose, originó el punto de partida para volver al caleidoscopio existencial que lo identificó como ser y gracias a ese rayo luminoso, que llegó hasta sus manos frágiles permitiéndole así su ascenso directo a ese lugar tan esperado, donde pudo descubrir y entender la importancia de VIVIR.

Cicatrices de Colores

En la penumbra de su habitación, Marijose afrontaba los demonios que habitaban su mente. Las cicatrices, visibles e invisibles, de años de violencia la mantenían presa del miedo y la ansiedad.

Un día, en un centro de ayuda a la violencia de género conoció a Laura; de aspecto juvenil y ojos comprensivos. Laura no sólo veía en Marijose las huellas físicas del abuso, sino también las llagas invisibles que afectaban a su salud mental.

Juntas, comenzaron un viaje de sanación, basado en la confianza y el respeto, que forjó un vínculo irrompible entre ellas. Laura ayudó a Marijose a encontrar herramientas para reconstruir su autoestima. Mientras, Marijose, con cada paso que daba, desafiaba las barreras del trauma.

A medida que Marijose recobraba su poder interior se concedía caprichos que le reportaban felicidad. Decidió tatuarse un símbolo que conectase salud mental y violencia de género, transformando su dolor en un testimonio de fortaleza.

No todas las batallas se libran con puños; algunas se ganan con valentía, comprensión y el apoyo de aquellos dispuestos a transitar juntos el camino a la curación. Pasó el tiempo y Marijose no dejó de superarse. Los tatuajes aumentaron, aportando color a cicatrices que ya no dolían.

No te vayas, por favor

Es domingo. Las aves tienen un vuelo lento y apaciguado. Las personas mantienen un caminar pausado; van arrastrando los pies en el pavimento de sus temores. Hoy domingo mis familiares vendrán a comer. Tengo que preparar todo para su llegada.

Mi madre me había hablado el día anterior. Me comentó que mi hermano ya había salido del hospital y quería ir a comer a la casa. Me sorprendí cuando me lo dijo; ya que hace varios años no sabía nada de él, hasta hace un mes, cuando intentó suicidarse y terminó internado en un hospital psiquiátrico.

La mañana se esfumó y la tarde se asomó por la ventana. Yo estaba en la cocina; la comida no paraba de salir. El timbre de la puerta comenzó a sonar constantemente; mi pareja fue abriendo la puerta y recibiendo a todos mis familiares. La casa se llenó de conversaciones y recuerdos. De pronto sonó la puerta y mi hermano entró. Todos voltearon a verlo, nadie se acercó a saludarlo. Mi pareja se acercó a él; lo abrazó tan plenamente que alcancé a ver una sonrisa en su rostro. Me miró, abrió los ojos y una mueca de felicidad comenzó a pintarse en sus labios. Entró a la cocina, caminó hacia mí, estiró su mano; su muñeca estaba vendada.

Sostuve fuertemente a mi hermano con un abrazo. En un instante volvimos a ser niños; cuando nuestra madre nos obligaba a terminar el conflicto con un abrazo. Lo sostuve por un minuto completo. Sentí sus manos en mi espalda. Regresamos a ser niños; reconciliándonos y limpiándonos las lágrimas. Lo miré a los ojos; se veía un perdón a través de sus pupilas. Sus labios intentaban sonreír; luchaban contra el peso de los años que lo hacían llorar. Le tomé del rostro y le dije: Aquí estoy, siempre voy a estar aquí. No te vayas, por favor. Me abrazó y sentí su corazón en mi pecho. Volvíamos a ser niños; sin miedos ni preocupaciones; jugando a ser felices. Me tomó de la mano y salimos de la cocina. Ambos nos sentamos. Las miradas de nuestros familiares nos seguían. Paulatinamente el ambiente fue relajándose. La sonrisa de mi hermano volvía a su rostro. Se lo repito cada fin de mes: No te vayas, por favor. Quédate un día más conmigo. Solo uno.

¿Vienes?

—Nuestra ignorancia nos protege de la desolación que sentiríamos al conocer la verdad; el universo resguarda sus secretos celosamente, no por egoísmo o indiferencia, sino para protegernos.

—¿Realmente crees que sea así? Sin embargo, yo sin conocer esos secretos me encuentro en la desolación absoluta.

—La incertidumbre es lo más hermoso de la existencia, no sabes lo que va a ocurrir más allá de la cena de hoy. ¿Acaso no te da curiosidad de lo que te depara en un futuro?

—No, para nada, ya no me importa nada.

—Ten, toma.

—¡Estás loco, sabes el estado en el que me encuentro y aun así me das un arma!

—Aparentemente sí te importa algo. Podría darte alguna motivación hedonista, pero sería un hipócrita. Solo te diré que puedes contar conmigo y mi compañía, dentro de tu ser encontrarás ese sentido que buscamos desde el descubrimiento de nuestra autoconciencia. Creo que Val hizo pollo asado con papas, como el que solía hacer mamá, ¿quieres cenar con nosotros?

—¿También ensaladilla rusa?

—No, pero si vienes temprano la podemos hacer juntos.

—De acuerdo. Oye… gracias.

—Te esperamos a las seis, hermano.

Odio compartir mi casa

Odio tener que compartir mi casa. Al principio, cuando mi compañera llegó, casi no notaba su presencia; solo noté que físicamente se parecía mucho a mí. Pasaba de vez en cuando por delante de mi puerta o hacía un poco de ruido, pero me dejaba estar tranquila. Ahora, cada vez se deja ver más. A veces me obliga a quedarme todo el día en la cama. Las sábanas me tragan hasta que ella me deja volver a salir. También consigue meterse en mi cabeza con mucha facilidad: he llegado a pensar que quiere hacerme daño por las cosas que se me pasan por la mente cuando ella está presente.

Gracias a mi vecina de arriba, estamos consiguiendo echarla. Ella trabaja con personas que no logran vivir en paz por culpa de sus compañeros de casa. Cada vez que siento que mi compañera se acerca a mi habitación, subo las escaleras y toco su timbre para poder charlar con ella. Me ha prometido que juntas vamos a conseguir que recoja sus cosas y se vaya de una vez. ¡Qué ganas tengo de que por fin se vaya de mi casa!

Te he oído

—«Pidió ayuda pero el tubo de escape de una moto cercana ocultó sus palabras. Volvió a intentarlo y un niño gritó llamando a su madre. Tampoco esta vez consiguió hacerse oír. ¿Has dicho algo? No, nada. Al día siguiente dijeron que se había quitado la vida, pero ¿por qué siento que no fue él sino el mundo?».

Un aplauso atronador retumba en la sala y bajo la cabeza. No debería haber subido a leerlo, ¿por qué lo he hecho?

—Gracias. —Alzo la vista y encuentro unos ojos, parecen amables—. Me siento así a veces y lo has expresado de forma sencilla y tremendamente compleja al mismo tiempo. ¿A ti también te pasa?

Abro la boca para responder pero el barullo se intensifica de pronto y mis palabras se pierden, diluidas entre un mar de sonidos felices. «Tampoco esta vez consiguió hacerse oír». Bajo los hombros y me dispongo a negar con la cabeza pero entonces me rodea con sus brazos, con una gentileza y cuidado abrumadoras. Y me envuelve en ellos. Casi parece que el ruido se calma, solo un poco.

—No tienes que decirlo. —Cierro los ojos mientras apoyo la cabeza en su hombro—. Te he oído.

Estoy bien

Mi vida, la veo pasar entre las ruedas que arrastran los vagones del tren y la quietud y el silencio de los viajantes que miran aturdidos sus pantallas.

Aquí nadie te ve, aquí a nadie le importas, un lugar de rutina donde nadie te conoce... no hay mejor sitio donde sentirse.

Cada día, cada noche entre vagones. Muchas horas vacías haciendo crucigramas. En mis auriculares la misma melodía, la misma rabia, la misma tristeza, la misma impotencia y soledad. La misma que cuando era un chiquillo. Y al igual que entonces, no tenía a nadie a quien contarle lo que me pasaba.

Lágrimas acompañadas de un monstruoso dolor de cabeza, un dolor somatizado, pinchazos en el estómago y polillas muertas en mi interior.

No queda un atisbo de vida en mi mirada. Los globos oculares llenos de sangre, se acentúan con las lágrimas. La garganta rota.

Pero estoy bien.

¿Hace más daño el valor o la misma mentira diaria?

Odiaba...

Hay odio,

porque en algún momento

te quise.

Tender puentes

Mi vida era un descalabro, para mí y para mis familiares y amigos. Tenía que acabar con mis complejos e inseguridades para siempre.

Caminé por el lateral de aquel largo puente y, justo a la mitad, me detuve dispuesto a saltar al río. Como no sabía nadar, no habría escapatoria posible. Coloqué las manos en la barandilla y miré al cielo. Y justo cuando estaba a punto de despedirme de tanta desesperanza, sonó mi teléfono móvil. Quise rechazar la llamada, pero un hálito de curiosidad me venció. Bien, mi suicidio podría esperar unos segundos.

Era mi exnovio Héctor, al que no veía desde hacía dos años. Estaba deprimido, e iba a lanzarse a un río desde un puente.

–¡No saltes! –le rogué.

–¿Por qué, Luis? No hay nada por lo que luchar –repuso, alicaído.

–¡No saltes! ¡Hazme ese favor! ¡Necesito contarte algo muy importante! ¡Luego haz lo que desees!

Héctor accedió. Y mientras yo abandonaba mi puente en dirección al suyo, fui inventando una historia de amor imposible que todo lo supera, una mentira llena de verdades, una ficción sincera que pudiera convencernos a ambos de que juntos podríamos afrontar todos los desafíos de esta vida.

La piedra

Mi primer recuerdo vívido es uno no muy destacado en mi niñez, donde jugando en el patio de mi casa con una piedra me lastimé el brazo. Con toda la fuerza que pude la alejé de mí, donde no pudiera hacerme daño. Nuestra amistad terminó, me parecía injusto que al ser el mismo golpe para la piedra como para mi, a ella no le dolía, mientras que yo no podía parar de llorar. A mi rescate, por supuesto, llegó mi mamá, con ternura se sentó a mi lado y contribuyó a la causa de mi brazo malherido. Yo, por mi parte, me dediqué a sacarme los últimos mocos mientras ella me limpiaba como si fuera lo más valioso en su vida. Le conté mi nueva enemistad con la piedra, y confesé que mientras tenga esa herida, no me olvidaría de aquel fatídico día. Mi mamá sonrió, besó mi herida, y dijo "Nada es absoluto, nada es permanente…ni siquiera esta frase".

Cada vez que siento que la vida quiere arrebatarme la felicidad, viene a mí la voz de mi mamá, diciéndome que nada, por más doloroso que parezca, y por mucho que pueda doler, es para siempre.

Entre pasos y páginas

Me encerré en mi, a pesar de la tela de araña que formaron a mi alrededor, para no permitirme caer, pero iba en picado.

Y un día cualquiera, apareció mi marido con un libro en la mano, y me dijo: lo he visto en la biblioteca, he pensado que puede gustarte.

Desde aquel día, y muy lentamente, la lectura me hizo tejer aún más fuerte esa tela de araña, creer en mí y quererme; la solución estaba entre las páginas, entre esas aventuras e historias que cada semana me traía de la biblioteca.

Esa fortaleza que descubrí en mi, hizo ponerme a prueba.

Viajar completamente sola y caminar durante diez dias con una mochila como única compañera de viaje.

Anduve ese tiempo e iba soltando piedras acumuladas en la mochila, y a cambio iba llenándola del cariño y apoyo de personas desconocidas, disfrutando de sonidos, olores, paisajes, sensaciones y experiencias extraordinarias.

Llegué a una catedral y lloré como una niña, descubriendo que soy fuerte y valiente, capaz de todo, y no débil, insegura, e inferior como siempre he creído ser.

Encontré mi cura entre páginas y caminando.

Una esperanza

He pasado por ello muchas veces. Sé de lo que hablo y te pido que me leas. Debo ser breve.

Sé que te sientes fatal, pero debes esforzarte en ayudarte, porque solo tú tienes la llave para salir de donde estás. Si no lo has oído ya, te lo digo yo ahora: por mucho que valgan los demás nunca valen más que por el hecho mismo de ser personas, como tú. Con ayuda saldrás, como yo mismo hice varias veces, y aconsejarás otros, como ahora yo contigo. Pasea mucho. Nútrete del sol y no desperdicies de él ni un rayo. Déjate aconsejar por quienes te quieren bien y acude pronto a un psicólogo. Sabrá guiarte hasta que encuentres tú misma tu propia salida. Recuerda que cuando estás resfriada acudes al médico y te cura. Es lo mismo. No eres menos si acudes. Al contrario, demuestras valentía, y el solo hecho de ir será el comienzo de tu recuperación. En caso grave, acude a urgencias sin dudarlo porque te ayudarán. Tal vez te parezca cara una terapia, pero cuando te recuperes y mires atrás te parecerá hasta barato.

Confía en ti: tienes en tus propias manos la solución. Aplícala ya.

Juguemos a ser estrellas

Mamá era mi superheroína, creativa, amorosa, fuerte y siempre feliz.

Pero los superhéroes no existen en la vida real, todos somos seres humanos y no siempre somos felices. El día en que murió mi superheroína fue un día cualquiera que vagamente recuerdo, solo eran gritos y ella tomando una cuchilla entre sus manos. Vamos a jugar mamá, jugaremos a las estrellas, la primera en llegar al cielo gana.

Mamá era mi superheroína, creativa, amorosa, fuerte y siempre feliz.

Tener creatividad es muy difícil mamá, pero beber alcohol también se hace difícil por las mañanas. El día en que por fin decidí matar este dolor es un día que firmemente recuerdo, estaba en el hoyo y a pesar de que la caída en mi vida siempre fue lenta, nunca hice nada para detenerme. Hoy vamos a jugar de nuevo mamá, jugaremos a buscar ayuda, la primera en pedir ayuda gana.

Caminos

Para suicidarse hay que ser muy cobarde, dicen.
Para suicidarse hay que ser muy valiente, dicen.
Para suicidarse hay que estar loco, dicen.

Los que dicen cualquiera de esas tres afirmaciones, no saben de lo que hablan.

No saben lo que es perder a un hermano, perder un trabajo, estar en la calle, no tener para comer, no poder ir a clase por culpa de tus compañeros, o muchas otras cosas que están fuera de tu control y que te condicionan para siempre, que te hacen la vida imposible.

No saben lo que es sentirse solo incluso estando rodeado de gente.

Mientras pensaba en esto, miré a esas tres personas que me habían acompañado durante el último mes, personas que ni siquiera me conocían. Un mes buscándome soluciones, caminos y motivos, que no es poco.

—Cuánto cobráis? —Mi pregunta sonó igual de ridícula entonces, que ahora al leerla.

El hombre más joven me sonrió y dijo: — Somos voluntarios.

Voluntarios. En ese momento veía eso como algo muy lejano.

Hoy, 14 años después, ayudar a la gente es parte esencial de mi vida. Mi camino.

No estás sola

Ya no puedo más. Despertar es un suplicio. Me pesan los párpados como si un elefante estuviera sentado sobre ellos. Mi cuerpo no responde. El despertador suena y suena. Lo apago. Debo darme un baño para ir a trabajar. Lo logro. Cumplo con llegar a la oficina. Cabeceo en el escritorio. Estoy cansada. Mis piernas están aletargadas, como si hubieran cabalgado miles de kilómetros a lomos de un buey. Quiero dormir y no despertar. No quiero sentir esta presión en el pecho, me falta el aire, todo es gris. Me aburrí de tomar medicamentos. Me dejan atontada, más lenta y con mucho sueño; hace días que no los tomo y no noto ninguna diferencia. Pensé que estaría mejor sin ellos, pero no ha sido así. Suena el teléfono. Es mi madre. Le contesto y me arrepiento de inmediato. Me cuenta que viene de visita, que me extraña. Yo rompo en llanto. No sé por qué. Ella me habla, yo no entiendo lo que dice. Mis compañeros de oficina al verme me rodean, me abrazan. Alguien recoge el teléfono y lo escucho hablar con ella. «No estás sola», me dicen y me confirman que mi madre viene en camino.

Inseguridades impuestas

Yo, que necesitaba más tiempo para interiorizar los conceptos e ideas expuestas en el aula, había suspendido ya dos exámenes. Parecía que por mucho que me esforzara en seguir el ritmo de mis compañeros no lo conseguiría jamás, y eso me mataba por dentro. Ese viernes, al llegar del colegio con el cuatro con cinco en la mano, mi madre me soltó una mirada de repudio, como si el día de mañana no fuese a ser nadie o peor, como si mi suspenso la deshonrase. Me sentó al escritorio sin
comer con el libro delante, 'que sea el último suspenso que traes, inutil' dijo. Intenté no llorar, pero a medida que pasaban las horas me hacía más pequeña, y más, y más hasta que me sentí lo que decía que era: inutil.

Mi aparente inutilidad me carcomió hasta dejarme vacía durante años. Aún a día de hoy me falta algo que en su día mi madre me arrebató. Sé que nunca seré capaz de resolver todos los problemas, pero como usted siempre me ha dicho doctora, la clave está en intentarlo.

Si pudiera decirle algo a mi yo de ese viernes, sería que de inutil no tengo ni un pelo.

Sombras y Luces en el Camino

En el laberinto de mi mente, cada paso resonaba con el eco de mis pensamientos. Las paredes, adornadas con los murmullos de la incomprensión y el prejuicio, parecían cerrarse sobre mí. Yo, atrapado en mi propio laberinto, luchaba por encontrar una salida a la oscuridad que me envolvía.

En ese viaje, aprendí que cada sombra es una historia no contada, cada susurro un grito por ayuda. En mis momentos más oscuros, cuando la idea del final parecía una dulce melodía, descubrí que no estaba solo. Había otros como yo, escondidos detrás de sus propias máscaras, luchando batallas silenciosas.

Fue en el compartir de nuestras experiencias, en el apoyo mutuo, donde encontramos una luz tenue pero persistente. Aprendimos que hablar abiertamente sobre nuestra salud mental no era un signo de debilidad, sino de valentía. Romper el estigma comenzó con nosotros, reconociendo nuestras luchas y ofreciendo una mano a quienes aún caminaban en la penumbra.

En mi viaje, descubrí que la salud mental es un camino de altibajos, de sombras y luces. Pero lo más importante es que no tenemos que recorrerlo solos. En cada paso, en cada palabra compartida, en cada mano extendida, hay una oportunidad para iluminar el camino de otro, para cambiar una vida, para salvar un alma.

Y así, mi vida... y los otros, se convirtió en un himno de esperanza, un recordatorio de que, incluso en los días más oscuros, siempre hay una luz que nos espera, si solo nos atrevemos a buscarla.

Y confío...

Siempre pasaba lo mismo, cuanto más creativo era el informe jurídico que tenía que redactar, más se acercaba su vencimiento y más difícil me podía resultar reproducirlo, aparecía un problema en el guardado del documento. (Nunca me pasaba con un formulario que pudiera recomponer cubriendo simplemente de nuevo los campos en blanco…No.) Las argumentaciones jurídicas nacidas de emociones me parecían ya irreproducibles y recuperarlas era un esfuerzo casi impensable. Sin embargo, lo acababa consiguiendo…unas veces gracias al informático del despacho y otras veces reseteando el ordenador y volviendo a empezar. ¡Cuántas veces pensé que el documento era irrecuperable y cuántas veces estaba guardado en otra carpeta o simplemente le había cambiado el nombre! Aprendí a confiar y cumplía los plazos.

En mi vida personal pasaba algo parecido; las ideas complejas se amontonaban en mi cabeza mezclándose con sentimientos y en ocasiones me resultaba difícil ordenarlas y eso me atormentaba, me desesperaba, me bloqueaba; mi madre decía que nos pasaba a las personas más sensibles. "Busca gente que te quiera".

Ella era mi informática, ahora reflexiono. Me ayudaba a ordenar los sentimientos y aprendí a buscarlos en las carpetas adecuadas, a identificarlos por otros nombres. Cuando eso no funciona, reseteo…y confío.

No me dejes solo

Es raro, escuché al acercarme al grupo, pero me hicieron lado.

Sus estados de ánimo cambian con demasiada frecuencia, no me fío, dijo Marta aquella tarde, aunque dejó un hueco para que yo acercara mi silla al velador.

Un día llega muy triste al partido y otro exultante, anunció Ernesto a los demás tras vencer cinco a uno. Aún me seguían pasando el balón.

Aquel periodo de melancolía se alargó más de la cuenta. Acabó con mi primer intento y dos días de ingreso en la Unidad de Salud Mental. Hay que poner remedio, declaró mi madre.

Un diagnóstico cambió mi vida.

Es bipolar, susurraban a mis espaldas.

Ya no charlo en los corrillos del trabajo, ya no salgo de cañas con la pandilla, ya no juego al balonmano.

El diagnóstico cambió mi vida…, para bien.

Un día conocí a Aurelia; no me dejó solo.

Ahora me divierto en la asociación, dialogamos mientras disfrutamos del senderismo, también nos tomamos nuestras copas y he descubierto que me encanta el baloncesto.

No he vuelto a intentarlo.

Gritos silenciosos

La sonrisa dibujada en unos labios agrietados, la mirada grisácea perdida en un lugar insondable. Camina por los pasillos del instituto con la cabeza agachada, los brazos apretados a los costados, los pensamientos flotando como volutas de luz anacarada.

Las heridas son tan profundas que le rasgan el alma y, por cada pequeño paso que da, se siente más perdida y vulnerable en un mundo donde es invisible. Debe forzar una risa escueta, negar la evidencia de sus días, pues teme ser señalada y estigmatizada.

Pero lo cierto es que sufre igual que el resto, y las raíces del dolor son tan profundas que engullen todo su ser. A veces quiere desaparecer, perderse en la oscuridad de donde jamás debería haber despertado.

Los gritos silenciosos de ayuda están grabados a fuego en su piel. Necesita que le miren de verdad y que, por un solo instante, alguien se quede a su lado y escuche lo que tiene que decir.

Un reto constante

Di un paso hacia atrás del abismo, de aquél dejarme ir en caída libre hacia el vacío, al que me condujo el impulso y la desesperación al no vislumbrar un camino. La presencia, las voces de mis padres y de mis hermanos me alejaron de allí, fueron el asidero para apoyar mis manos y mis pies. Los faros que iluminaron mis pasos para salir hacia un paisaje claro, en donde he disfrutado de días soleados, también hay momentos en donde se presentan nubarrones, tormentas, pero que en compañía son estados llevaderos y puedo atravesar las corrientes de ríos caudalosos. Así es el periplo por la vida.

Ahora soy profesor de escalada, enseño los fundamentos para usar adecuadamente el equipo de seguridad; el arnés que me sustenta, los mosquetones, el casco de protección, la elección de la cuerda apropiada de la cual va a depender la vida. La técnica cuenta; el apoyo de los pies calzando los "pies de gato", el desarrollar la fuerza para agarrarse de los montículos que ofrece una pared rocosa. Me satisface ayudar y brindarle la confianza al otro para que alcance la cima. La escalada es como la vida, es el constante reto de mi existir.

Tal vez tú

Tomo tu mano, que gracias a ella se me hace más suave, más soportable.

Me levanto, tu me limpias las rodillas como si todo estuviera bien.

No nos hacen falta las palabras para saber que he vuelto a caer en un ataque de ansiedad, que ya no soporto tanto estrés, y que tú estarás ahí para levantarme otra vez. Que de no ser por ti mis rodillas no se podrían sostener, que mi corazón seguirá roto y mis ojos rojos.

Sé que ya no estoy solo, que me puedo apoyar en tu hombro y el cuchillo nunca más estará en mi mano. Tú, que me enseñaste a pedir ayuda, aunque sólo pida la tuya, que me ayudaste a empezar a sanar y saber que sentirse así no está bien, que no soy yo el problema.

Mis lágrimas se frenan y con un ligero "vamos", nos alejamos de toda esa nube de pensamientos oscuros, hacia casa, nuestra casa. Un lugar seguro.

Un adiós al sufrimiento

Estaba toda la familia lista para dormir, de repente se oye un grito desesperado de la mama, en esos momentos se apodero de ella un fuerte dolor en su cabeza y pecho, se acercaba el final, el término de una vida de abnegación, esfuerzo, trabajo, sacrificio y de mucho amor para con los suyos, ¡partió la mamá! Quede boquiabierta; lloraba, lloraba sin consuelo.

Aislada en mi cuarto sin hablar con nadie, aun rodeada de mi papa y familiares, con la rebeldía que acompaña la adolescencia sentía un abandono.

Súbitamente elegí deshacer de mi interior la tristeza y llevar la mama en los recuerdos: ¡Salí de la habitación! ¡Papá! deseo volver a la escuela, allí recibí ayuda emocional, cosa que impulso el gran cambio desde mi interior, termine mis estudios, trabaje como maestra ayudando a otros con el mismo animo que me dieron y que yo acate, es necesario buscar ayuda cuando nos encontramos en situaciones de dolor

Luego de pasar el tiempo puedo testificar que cuando estamos atravesando momentos de dolor: busco ayuda sin culpar a nadie, me hago responsable de cuidar mis pensamientos y actitud, dando un paso atrás al sufrimiento.

Soy tú

Todo formaba parte de mi suicidio metafórico, las pastillas de la discriminación y las soluciones mágicas me crearon una sobredosis de pensamientos redundantes que no me llevaron a nada. Nadie más que yo sabía que tus últimas palabras fueron las que me reconfortaron y aliviaron, lejos de ese insensato pero auténtico dolor que todos confunden con la tristeza, con el término coloquial "estoy depre".

Valió la espera el final de tu silencio, ya que luego de dos minutos de sentimientos, puntos suspensivos me dijiste solo dos palabras que por primera vez no me hicieron compararme con nadie más: "Soy tú".

Hablemos

Sentadas al borde de la cama en mi habitación mi madre y yo, la cabeza tomada entre mis manos, con mis escasos catorce años le dije que ya no quería vivir más. Que estaba harta de la escuela, de mí misma, de la gente, incluyéndola a ella. Bruscamente se levantó de mi lado, me miró sin hablar y pude leer en sus ojos como si fuera un letrero de luces de neón en la oscuridad:
-Y con todo lo que YO he hecho por ti

Salió de la estancia dando un portazo que terminó de cerrar mi sufrido corazón. Tal vez inmediatamente después de ocurrido ese incidente actué muriendo por suicidio… Tal vez hoy tengo cuarenta años… Ese día salí llorando, sintiéndome muy sola, hasta que rendida por el cansancio terminé sentándome en una banca del parque, justo al lado de un señor mayor que al verme sumida en la tristeza me preguntó si quería contarle lo que me ocurría. Hablé, hablé mucho tiempo con ese desconocido sin saber por qué y él me escuchó sin juzgarme, sin estigmatizarme. Me abrazó como a una hija, haciéndome prometerle que nos volveríamos a encontrar.

Versos de Consciencia

Visualiza un vergel donde las mentes vuelan como mariposas, cada color representando una etapa única de superación. En este edén, los habitantes se unían en una danza de empatía y entendimiento, tejiendo redes de apoyo a partir de sus experiencias de depresión, ansiedad, trauma o adicción. Un día, un sonetista en busca de la belleza en la fragilidad humana convocó a la comunidad con versos que resonaron como campanas de consciencia:

En el jardín de las mentes floridas,

en donde todos los colores cuentan,

se encuentran todas las almas que alientan,

y comparten temor agradecidas.

Tan solo necesitan ser oídas,

y que comprendan las luchas que enfrentan,

apoyando y animando a quienes mientan,

por prejuicios que nunca salvan vidas.

¡Presten atención! ¡Requieren ayuda!

Cada persona busca pervivir,

sin importar si la persona es muda.

Lo que en verdad importa es convivir,

y prevenir la existencia con duda,

demostrando esperanza y fe en vivir.

Cada mariposa, más que una superación, representaba una etapa única, y cada rosa, un matiz distinto de experiencias similares. Juntas, pintaban un arcoíris de esperanza, donde cada palabra era un rayo de luz que disipaba las tinieblas y tendía puentes hacia la comprensión.

El Reflejo de Daniel

Daniel sentado en frente de su mesa de noche, su mente era un gran torbellino de lamentos, mirando al espejo fijamente, acto seguido le habla a su reflejo:

- ¿Por qué?

- Porque así ha sido siempre – responde el reflejo

- ¡Ya estoy harto!

- Tu vida ha estado marcada por mala suerte y malas decisiones

- ¿Sí?

- Así es, por esa novia a la que todo le diste y luego se fue, por ese amigo que por tu ayuda mejoró su calidad de vida y después se olvidó de ti, por esa gente a la que le tocaste la puerta y no vieron tu potencial solo por no ser de su círculo…

- No puedo más

- ¿Sientes que no puedes seguir?

- Pues, llorar ya es algo cotidiano, por eso a veces río

- La decisión es tuya

- Lo sé – finaliza DanielSus pasos se dirigen hacia la cocina donde toma un cuchillo y se hace dos graves heridas en sus muñecas cortando sus venas, desangrándose poco a poco a convertirse en un cadáver que sus vecinos encontraron después de tres días por el fétido olor. Cada 40 segundos alguien se quita la vida por depresión.

Una sola vida

Llevaba varios días sin comer ni beber cuando aquella mujer tan generosa me rescató del interior del motor de un automóvil. Su rostro fue lo primero que vi al abandonar la oscuridad. Antes de eso, mi vida no tenía ningún sentido. Abandonado por mi madre, sucio y lleno de chinches, lloré inútilmente. Tras muchos intentos por salir de ahí, desistí y llegué a pensar que no podía más. Me abandoné a los delirios y me dejé morir. Pero fue caer en las manos de ese ángel y renacer de nuevo en el amor y la alegría. Me llevó a su casa, junto a su pequeño hijo, un niño deprimido que sufría acoso escolar. Nuestras tristezas conectaron y nos hicimos inseparables. Ambos sanamos poco a poco, compartimos juegos, paseos y siestas. «El amor y el respeto de una sola vida puede salvar el mundo», pensé. Así lo hicimos. Dimos buen ejemplo. Él me acariciaba cada dos por tres, yo meneaba la cola y le lamía el rostro: cosas de perros.

!La escritura es salud!

El escritor buscó entre sus personajes al sicario más económico. Al día siguiente le dejó el mensaje en la casilla de correo que había tenido en aquella novela.

El asesino acudió puntualmente. Por costumbre palpó su 32 corto bajo la chaqueta, antes de sentarse. Un jerez amenizó el encuentro.

- Quiero que me mate, sentenció el escritor.

- Vaya coincidencia, yo venía a pedirle que me mate usted a mí, con su teclado como arma, claro. Esto del sicariato me tiene harto y mal pago.

La salida del mercenario lo sorprendió.

- Un momento, el autor soy yo y usted hará lo que le indico. Es sólo una cuestión de estructura narrativa, que haya que pasar por esta escena.

- Y esta escena es propiamente la que está escribiendo, señor. Me citó a mí, su asesino con peor puntería. ¿No le dice nada esto? ¿Y el hecho de que sigue golpeando teclas mientras le hablo, y cada vez de ubica más lejos de su objetivo?

- Es que entiéndame, las palabras se me han vuelto locura.

- Pues siga así. Ponga: familia, amigos, música, medicación, arte, ejercicio, terapia, agua. Y no le digo más porque se me agotan las palabras.

Antes de matar

Debió ser por el apuro que no pensaron mi nombre. Por tener que casarse con el embarazo en camino. Con todos los parientes, que para eso están los parientes, presionando para que se casaran. Casados en octubre, mi nacimiento en abril. Seis meses de rodaje. El día que saqué la cuenta fue como darse cuenta de que Papá Noel no existe, o de que en realidad es el tío Beto, lo cual es mucho más decepcionante.

Cuando se lo dije a mi madre me dijo que yo estaba loco, que no podía ser.

-¿Cómo que no puede ser?

El día que lo reconoció lo hizo utilizando una frase curiosa:

-Vos te casaste con nosotros –dijo.

Me pasé muchos años analizando la frase, buscando entonaciones y sentidos distintos. Supongo que sigo tratando de descasarme. Porque las dos veces que estuve por hacerlo me terminé descasando. Con Karina y con Lara. Dije que sí pero sabiendo que era mi suicidio. Un calco de la vida de mi padre. Por suerte no me casé porque yo no soy ningún suicida. Un suicida elige matarse antes de matar a lo que lo está matando.

La buena acción del día

¿Sabes, cariño? Creo que hoy he ayudado a la vecinita del segundo. Estaba llorando en el banco de la esquina y me he acercado a animarla. La pobre estaba hecha polvo. Me decía que este mundo no era para ella, que la vida era una mentira, que ella era una cobarde, una carga y que nadie podía ayudarla. Supongo que la chica no encaja, y es que es duro ser adolescente en estos tiempos, con el internet y todo eso. No me cambiaba por ellos y mira que tuvimos lo nuestro.

Parecía imposible sacarla de ese terrible pesimismo e insistía en que estaba cansada de luchar, pero poco a poco la he notado mejor.

—Quiero terminar con todo, voy a acelerar las cosas y así pronto dejaré de sufrir —me ha dicho levantándose del banco.

—Eso es, corazón, no hay que dejar para mañana lo que se pueda hacer hoy —le comentaba mientras caminábamos hacia casa.

Hemos entrado juntos al ascensor y creo que ya era otra. De hecho, ha seguido subiendo porque iba a la terraza a destender. ¿No te parece toda una señal de iniciativa?

Historia de un esqueleto

Como todos los días desde hace meses, se levanta envuelta en su monólogo, un bucle enfermizo del que no sabe ni quiere salir y que la va hundiendo cada vez más y más en el fango.

La gente no la entiende, no ven esa gordura de la que tanto se queja, no ven que solo quiere estar sana, hacer ejercicio y comer menos, no parecen conscientes de cómo se ve su vientre cada vez que se sienta, ni del inmenso mundo que supone salir en manga corta. Para ellos es muy fácil "Come, come, come…" solo quiere que la dejen en paz, ¿es que no la ven? No ven que está gorda, que da asco, que así es normal que nadie la quiera, que nadie la desee, que le den pánico los espejos y que cada día tenga la necesidad de, con el corazón en la mano por puro terror, hacer una visita a esa máquina que la traduce a dos cifras que no paran de menguar, aunque nunca le basta.

Como todas las noches desde hace meses, transporta su esquelético cuerpo de 58 años hacia la cama; rumiando las mentiras que su mente se ha empeñado en creer.

¿Y si...?

Noches malas, días peores. Quiero, pero no puedo. No quiero. Tengo miedo y angustia. Me siento sola, muy sola. No puedo más.

Las paredes se encogen, el aire se torna irrespirable, las conversaciones se alejan, la gente me aterra. Mi familia no me entiende, no saben qué me sucede, quieren ayudarme, pero no conocen el camino. Probablemente, porque ni yo misma lo sé. Puede ser, tal vez, alguna herida de infancia, o no. Quizá, el causante de mis males sea el trabajo, mi propia familia, mi vecino del quinto… quizá todo o quizá nada. Alguien, supongo, sabrá. Yo no. Soy una desconocida para mí.

Transitaba a diario por el abismo abrumador de la incertidumbre, del miedo a no ser. Me desgastaba y hundía inexorablemente.

Sin embargo, por ciencia infusa, inspiración divina o, como quiera decirse, un día de esos en los que la desesperanza y el final parecían el principio, de repente, mis despistadas neuronas, lanzan un mensaje: ¿Y si...?

¿Y si las cosas mejoran? ¿Si me reconcilio conmigo misma, puedo volver a sentir felicidad y, como decía Sabina, quiero que el fin del mundo me pille bailando? Pues entonces: ¡Adelante! ¡Baila! Baila como yo bailé.

Solo por si acaso

Pasó rápido frente a la portería. Quizá susurró "buenos días" o quizá simplemente sus labios se movían acompañando sus pensamientos, lo cierto es que ni se volteó a mirarle. Pedro le vio salir pensando en lo diferente que parecía desde hacía unas semanas. No es que fueran amigos (quizá en otras circunstancias), pero había tenido más relación con él que con la mayoría de vecinos del edificio y siempre le había resultado simpático. Hace no tanto solía asomarse a la portería a saludarle y comentar algún partido del Atleti, afición que compartían.

Se percató de que el gesto le había cambiado, parecía preocupado, como ausente, con los ojos hundidos y cansados. Hasta le pareció más delgado, quizá fuera por la ropa, que se veía más descuidada que de costumbre. De repente le recordó a su hermana, a aquella época...sintió un escalofrío al recordar la llamada del hospital diciendo que había tratado de quitarse la vida. Volvió a sentir la culpa. Pero, ¿y ahora?, quizá estaba exagerando. Buscó rápido en internet. "Por algo hay que empezar" – pensó–. "Solo por si acaso".

Vio volver al vecino, se apresuró –Miguel, me sobra una entrada para el partido de mañana, ¿te apuntas?

Susurros de esperanza

A veces aún recuerdo esas eternas noches, llenas de preguntas y sin ninguna repuesta. Cuando dormir era la unica forma de callar las esas voces pero también la tortura de empezar un nuevo día. Noches confusas mezcladas con días sin sentido, esperando que acabara una semana para no desar comenzar la siguiente.

Hundida en todo este caos, un día toqué a su puerta. Solo me esperaban un sofá y un cuaderno. No recuerdo que dije, o que dejé de decir, ni la velocidad con la que pasó el tiempo.

Me aterraba ser juzgada o exacerbar las heridas que sentía. Al contrario, cuando crucé de nuevo el umbral de la puerta, me encontré a misma teniendo nuevas herramientas para superar el día siguiente.

Sorprendentemente esa noche conseguí dormir, sabiendo que podría derrotar a esos fantasmas si decidía enfrentarme a ellos. No fue fácil al principio, pero semana tras semana conseguía erguirme con más seguridad y esperar con animo a un nuevo amanecer.

Ahora que miro en perspectiva, solo puedo darte las gracias por haberme alentado a hablar, a liberarme de mis prejuicios y cuidar del tesoro que soy. Porque ahora me atrevo a pedir ayuda, porque ahora vuelvo a ser yo.

Dando valor a mi vida

Hubo un capítulo en mi vida en el que me perdí en una oscuridad profunda. El pensamiento del suicidio cruzó mi mente más veces de las que puedo contar. La locura parecía ser mi única compañera constante, susurrándome incertidumbre y agitación a cada paso.

En esos momentos, no veía salida alguna. Cada día, me sentía un poco más absorbida por ese torbellino interno que consumía cada chispa de luz que intentaba encontrar. La idea de compartir estos pensamientos con alguien más me aterraba; no quería que nadie se diera cuenta de que estaba perdiendo la cordura.

Sin embargo, en medio de esa penumbra, llegó a mi vida un ser que irradiaba luz y comprensión. Gracias a esta persona, pude ver que mi lucha no se debía a una locura incurable, sino a una enfermedad que podía enfrentar y superar.

Ahora entiendo la importancia de buscar apoyo y la valentía que se necesita para tomar el primer paso hacia la sanación. Es fundamental reconocer y desmitificar los problemas de salud mental, hablar abiertamente sobre ellos, e involucrar a profesionales que nos pueden guiar por el camino del bienestar. La recuperación es un viaje personal, pero no tiene por qué ser solitario.

La luz que encontré en ti

Los insultos me perforan como dagas en el vientre. Las oscuras nubes sobre mi cabeza dan paso a la tormenta. Después llega raudo el vacío y, con él, el abismo insondable. No veo nada a través de este velo opaco por más que lo intento y decido.

Decido morir.

Algo inesperado sucede; un evento que tira por tierra mis planes.

No recuerdo tus palabras pero sí lo que provocan. La amabilidad y calidez que las envuelven. El esbozo de una sonrisa, real esta vez, aparece en mi rostro. Durante un instante, dejo de ser una extraña en mi propia piel. Recibo tu cariño y siento merecerlo. Soy capaz de ver a través del velo y decido de nuevo.

Decido vivir.

Me enfrento a la tempestad porque he conocido la calma. Sé que vale la pena luchar por ella. Que en el esfuerzo de encontrar el rumbo en este barco a la deriva, hay otros que me acompañan. Otros como tú.

Siento que rozo la luz con los dedos.

Y esta es la luz que encontré en ti.

Luz

Eché a andar hacia la estación. El camino, hecho de pesadumbre, era sinuoso. La tristeza me seguía a todas partes. No se marchaba a pesar de rogarle que se fuera. Logró que la felicidad huyera. En esa senda que yo percibía agrisada, no veía árboles, y los había, no sentía la calidez del sol, y el sol estaba, no olía el olor a campo y el aroma a campo flotaba en el aire. Todo sabía a hiel. Andaba con la cabeza gacha como si el cielo estuviera bajo mis pies.

Frente a las vías sentí que la muerte me agarraba y me obligaba a ir con ella. Pasó un tren. Una niña me sonrió y me saludó con su manita. Se parecía mucho a mí cuando era pequeña. Fue cuando sentí que la vida, hecha del afecto de los que me querían, me cogía del brazo y tiraba de mí con ímpetu. Di media vuelta. Miré hacia atrás para cerciorarme de que el pasado no me seguía. Continué andando. Al final de ese farragoso camino me aguardaba la esperanza.

Mi pena construyó ese pasado que, ahora, agonizaba. Mis manos lo deconstruyeron para crear un futuro. Sentí el olor a vida.

Muy al fondo de la oscuridad también hay luz

A veces pienso en que todo iría mejor sin mí. No sabía que se podía caer tan profundo, como para empezar a sobrevivir encerrada en una caja. Todos me miran raro, se alejan, eres "un bicho raro" en mi cabeza resuena. Nadie me hace caso, "no ves como nadie te quiere" ronda en mi cabeza. Parecía que había dejado atrás todo y vuelve, y vuelve… Parece que no tengo derecho a ser feliz. Intento sonreír, pero no me sale, intento socializar pero no me nace, intentan entenderme y no son capaces. Tenerle miedo al miedo y vivir con miedo y yo pensando en las ideas autolíticas. Pero, me pregunto: ¿qué es lo que quieres hacer con tu vida? ¿te quieres quedar aquí, en el suelo tirada, o tiramos con todo? Ahí es cuando mi cabeza hace clic.

Hace tiempo que no vivía esta situación, la recuerdo se llama "paz interior". Por supuesto, me he perdonado y he descubierto que el amor de mi vida soy yo. El pasado es pasado, el futuro no ha llegado, pero algo claro tengo, quiero seguir viviendo, al fin y al cabo, aquí es donde estamos.

Torres de niebla

Nacían en la niebla y morían en ella.

Se hacían llamar los Perfectos, y al cumplir la mayoría de edad consagraban el resto de su existencia a la construcción de torres. Su fin era alcanzar la única estrella que alumbraba el firmamento. Todo aquel que lo consiguiese le sería concedido cualquier deseo y riqueza que pudiera imaginar.

Aquellos seres, poseían una habilidad especial que les permitía moldear la bruma que cubría esas inhóspitas tierras. Por lo que condensaban aquella niebla para construir sus torres. Las más altas y esbeltas pertenecían a los Perfectos más admirados. Unos guantes recubrían sus brazos, simbolizando su estatus. Eran conocidos como los Enguantados. Todo el mundo aspiraba a ser como ellos.

Los Perfectos pasaban el resto de sus días en la torre que cada cual edificaba. Estas carecían de puertas y ventanas. Entonces… ¿Quién iba a imaginar que dentro de una fortaleza tan imponente podía habitar una persona que sufría en silencio? La frustración y el dolor que reprimían debilitaba su habilidad para condensar la niebla. Eso era lo peor que podía pasarles, ya que su torre nunca sería lo suficientemente alta como para llegar hasta la luz de la estrella. Por ello, la única forma de recuperar sus poderes era hacerse pequeños cortes en las muñecas, liberando el sollozo que no podían articular en palabras. Pues de hacerlo, la torre se disiparía y se convertiría en lo que siempre fue. Niebla.

A fin de cuentas, lo más importante siempre fue construir la torre más grande, perseguir una estrella ficticia olvidando la luz propia, seguir ocultando que los Enguantados, aquellos a los que todo el mundo aspiraba a ser, poseían las manos y brazos con más cicatrices.

Eva

Eva era una chica morena, algo rellenita sin llegar a ser obesa. A sus 14 años cursaba segundo de la ESO. En clase percibía un rechazo general hacia ella, el cual había influido en su carácter retraído. Alumna trabajadora, sacaba buenas notas, lo cual incidía en un rechazo mayor y que algunos la tachasen de empollona.

Cuando entró en el instituto, recibió de su tía un móvil, cuyo número se había extendido por el instituto recibiendo, con número oculto, frases ofensivas y amenazantes. Era un caso claro de bullying.

El acoso había empezado en primer curso y ahora era un constante bombardeo. Le daba miedo abrir los mensajes.

Se había vuelto huraña. Empezaba a suspender exámenes. La depresión iba creciendo lentamente. Pensamientos autodestructivos la invadían. La idea del suicidio se iba abriendo paso.

Su madre, preocupada, llamó a su tía. Esta habló con ella y tuvieron conciencia del problema.

Su madre y su tía hablaron con el jefe de estudios, pero el problema continuó.

Su madre recordó que tenía una amiga de Primaria que estudiaba en otro instituto. Hicieron las gestiones pertinentes y la trasladaron de centro. Le compraron un móvil nuevo. Estuvo yendo al psicólogo. Logró rehacer su vida.