Al salir me encontré con uno de mis médicos, me miraba estupefacto, sin saber qué decir.
Casi todas eran superficies horizontales de ladrillo rojo unidas por juntas impermeables, otras, las más antiguas, permanecían cubiertas de tejas descoloridas que en su juventud, ya hacía ochenta años, debían haber sido de color naranja. La gente salía a aquellas terrazas con los ojos fijos en el claro cielo, pasaban de la incredulidad al miedo más absoluto o a la mayor y eufórica alegría, se dibujaba en sus rostros todos esos sentimientos contradictorios.
Otra gente prefería ver aquel fenómeno desde sus balcones, lejos de toda esa masa humana, creyendo que sus casas les ofrecían mayor seguridad, pronto se darían cuenta de su equivocación.
Los menos abandonaban las terrazas apresuradamente, después de echar un atento vistazo y angustiarse, el frío corría por su cuerpo y por sus caras claramente difuminadas, salían por la misma puerta por la que habían accedido al exterior, abandonaban el edificio caminando a sus casas y de ahí quién sabe dónde irían.
— Miren allí, alguien gritó.
A cada segundo se acercaban más aquellas centelleantes luces, parpadeando y cambiando de color progresivamente, unas veces rojas, otras veces verdes o azules, parecía que dialogaran entre sí, en una conversación agotadora y sin fin. Se iban perfilando, bajo las luces, unas figuras triangulares y negras. Las luces permanecían suspendidas sobre los campos de Naranjos, sin acelerar pero acercándose a la ciudad. Al fin se posaron sobre nuestras cabezas aquellas máquinas voladoras formidables.
— Son esas bestias, han vuelto, exclamé.
Pronto toda la humanidad lo sabría.
Al cabo de pocos minutos se empezaron a vaciar las terrazas, desapareciendo las figuras humanas.
Tantos años de tratamiento psiquiátrico, convenciendo a mi insana mente que todo era producto de mi imaginación, que nunca había sido abducido y no existían esos crueles monstruos, tantos años de hospital en hospital, mandándome de unos médicos a otros, con mi salud mental cada vez más deteriorada a pesar de los infinitos tratamientos.
Ahora se darían cuenta que yo estaba totalmente sano y todos los absurdos prejuicios de la humanidad desaparecerían de un plumazo.
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