miércoles, 12 de mayo de 2021

Voces

    Ella jamás supo lo que era la soledad. Las voces que escuchaba no se lo permitían. El problema era que no sabía cómo convivir con ellas. Tenía noción de que algo andaba mal en su salud mental y que necesitaba ayuda, pero sus padres nunca se preocuparon. Cuando era una niña creían que era normal que tuviera amigos imaginarios, pero lo que no sabían era que no tenía una relación de amistad con quien fuera que estuviera hablando cuando estaba sentada sola, en un rincón de la casa, mirando hacia la blanca pared.

Los problemas aumentaron cuando tuvo que enfrentarse cara a cara con la sociedad. Sus hábitos despertaban la crueldad que tienen muchos niños en las escuelas, sin poseer la real dimensión del mal que pueden llegar a provocar en el otro. Siempre había sido marginada y nunca tuvo amigas. Las voces reales que podía oír de otras personas no eran amables. «Ahí está la loquita», escuchaba con frecuencia.

Intentó con todas sus fuerzas no responder, al menos en público, a las palabras que provenían desde su interior, pero no podía. «Quédate con nosotros», oía en su cerebro y, aunque ella no quería quedarse, tampoco podía escaparse. Ya no podía vivir así, y decidió enfrentar a sus padres. Les comentó la discriminación que sufría, pero ellos seguían con su habitual negacionismo.

Terminó la primaria a duras penas y pensaba que, en la secundaria, podría mejorar su nivel de relacionamiento, pero se equivocaba. Sus nuevos compañeros la mantuvieron aislada. Lo único que cambió fue el apodo. En vez de La Loquita pasó a ser La Rarita. Más de lo mismo.

Una tarde había faltado la profesora de Matemáticas y las chicas más populares del curso aprovecharon el tiempo libre para molestarla. Le tiraban bollitos de papel y la maltrataban verbalmente. «Hazlo», le ordenaron desde adentro, y lo hizo. Se levantó, fue en busca de una de ellas, y le clavó la afilada punta del compás, en sus brazos y manos, todas las veces que pudo, antes de que la separaran. La chica recibió, al menos, veinte puntadas. Ninguna de gravedad, pero ella fue sancionada.

Sus padres se despertaron de una siesta de muchos años y escucharon la recomendación del rector del colegio para que la llevaran con un profesional de la salud. Después de unos años de tratamiento, tanto psicológico como psiquiátrico, empezó a evolucionar. Las voces se escuchaban con menor frecuencia, y cuando aparecían, ya no eran agresivas. Muchas veces, hasta eran favorables. Le dieron muchísimas ideas, que pudo plasmar en la pantalla de una computadora. Tenía un talento innato para la escritura. Con los años, su forma de escribir fue valorada. La Loquita o La Rarita pudo editar varios libros y vivir, sin que le sobrara ni le faltara nada, de lo que le gustaba. La sociedad empezó a respetarla y logró rodearse con un grupo de personas que podían considerarse amigas, por primera vez desde que había llegado a este mundo.

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