miércoles, 12 de mayo de 2021

Redefiniendo la salud mental

La pierna derecha comenzó a temblarme. No podía ser, en ese preciso instante no. Había vivido en numerosas ocasiones esta reacción de mi cuerpo ante la ansiedad. Pensé que me encontraba mejor, ya que hacía casi dos semanas que no me sucedía. Pero mi peor pesadilla volvió a atizarme de nuevo.

La voz me comenzó a temblar y mis manos no eran capaces de sujetar ese más que arrugado papel. Mi compañera trató de tranquilizarme, poniéndome su mano sobre mi hombro. En cierta medida, me calmó pero ni mucho menos logró vencer ese temblor y esos sudores fríos que recorrían todo mi cuerpo.

El silencio sepulcral que había hasta ese momento en el aula comenzó a transformarse en un barullo incómodo, que me hacía ponerme aún más nervioso. No era la primera vez que me sucedía en una clase pero sí en ese nuevo instituto en el que no conocía a prácticamente nadie. Ni, por supuesto, ellos a mi.

Nunca podría explicar con clarividencia lo que pasa por mi cabeza en esos terroríficos momentos. Los pensamientos se arremolinan y bloquean mi mente, tanto que no puedo pensar con frialdad en relajarme, como me lleva pidiendo mi psicólogo desde que voy a sus sesiones.

Claro, es muy fácil decirlo, pero llevarlo a la práctica no lo es tanto, y menos justo en ese momento en el que tus neuronas parecen conectarse y desconectarse entre ellas a una velocidad de vértigo.

Los comentarios de mis compañeros de clase dejaron de ser en voz baja y alguno me increpó algo que no llegué a entender siquiera. Por tanto, antes de terminar de montar una escena que todos los allí presentes recordaran de por vida, en un instante de lucidez (o eso considero), solté el papel que llevaba en la mesa del profesor y, apartando a mi compañera, salí corriendo por la puerta del aula.

Ya atravesando el pasillo pude oír de fondo a toda mi clase riéndose a carcajadas. No hacía más que correr, tratando de huir de ese cruel infierno. Tenía grabado en mi cerebro todas esas voces, esos ojos mirándome con una mezcla de sorpresa, incomprensión e hilaridad.

Hasta que no llegué al baño no pude encontrar un espejo, mirarme a los ojos y relajarme. Desde mi niñez había ido al hospital a la zona de salud mental, ya que consideraban que yo carecía de ella. Pero, ¿y mis compañeros? ¿Acaso sus reacciones fueron más normales que la mía? ¿Acaso ellos sí tenían salud mental? Permitidme que, cuanto menos, lo dude.

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