martes, 11 de mayo de 2021

Gratitud




Esta tarde al ocultarse el sol observo sus cenizas con gratitud, como ella sutilmente me aseguró en alguna ocasión, y me parece escuchar un concierto de mariposas blancas, cuan fantasmas casi desnudos y de poco peso, con su misma estampa de vida sobre la plenitud de este momento de pensamientos errantes y blanda nostalgia indefinible.

Creo ver embelesadas en la vasija una escena de algo parecido a pequeñas y vivas virutas blancas. Una y otra y otra tiemblan sin peso, y son todas del color del azahar. Su luz fresca, libre e insistente, da armonía al metal azulado. Parece que con el último hilo de luz del anochecer se les antoja mostrarme su hermosura brillante, y susurran que se suman para alumbrar mi solitario torrente de dolor.

Suspiro y lenta y mustia y echo cuentas del tiempo que mamá no lleva en casa, a mi lado, y torno la cabeza hacia la ventana intentando huir de mi indefensión de enferma mental y de sus recuerdos. Chorrean por los rincones que mi vista alcanza y se me agolpaban en medio de la cabeza, como aquellas palabras del médico cuando murmuró: –Es la hora-, y le cerró los ojos entornados y negros, para dejarla dormir para siempre.

La brisa del ocaso abierto tras los cristales, multiplica mi racimo de momentos juntas, y embriagada de ilusión recuerdo sus besos con olor a jamón y su mirada absorta en mí, Cómo me conocía bien sabía cuándo era necesario prestar el ardor de algunos de sus consejos-pregones, tan útiles, siempre de interés. Palabras claras con afán de realidad para mi guía y amparo en este -paraíso terrenal-, chorreante de contradicciones y puertas semiabiertas . Algunas tapando polvorienta tristeza, manos indispuestas, y no siempre tendidas a mis problemas de salud mental.

-Paraíso terrenal-. Así llamaba a la vida.

A veces mientras hablaba al gato le acariciaba el pelo embriagada de secretos, festoneados de esperanza voluntaria. Su tierna humildad de frágil lirio de cristal fino me dio siempre alas invisibles.

No dejo de observar la urna. Creí no servir para estas cosas y hasta la acaricio despacio, a sabiendas que no puede hablarme ni impacientarse por mi guía y amparo, aunque a veces, como hoy, sienta su mano pálida abriéndome las horas de este mes de mayo, caluroso y solitario.

Y su voz pueda acallar con disimulo los picaportes de las puertas entornadas de la casa que chocan con mis brazos desnudos porque mis ojos se cansan de llorar hacia dentro y lo hacen largamente y temblorosos hacia fuera, cargan los diamantes de sus lágrimas sobre mis parpados, luego se escurren de ellos y me pintan la cara de lágrimas. Se empañan mis pupilas y me alejan o acercan demasiado a las cosas más cotidianas, hasta dejarlas fuera de mi alcance, yo como un débil rayo me estampo contra ellas.

Luego el súbito silencio viene a acompañarme en esta nueva vida sin sus mimos ni sus palabras quebradizas y asmáticas, alumbrandome estos días de invierno.



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