Hacía meses que estaba dando avisos pero irrumpió de un modo drástico aquel día. Fue suficiente un cambio en la rutina, por ingreso hospitalario de su marido, para que sufriera el brote más demencial que hasta entonces habíamos conocido. Los recuerdos se borraron y las personas a su alrededor aparecían y desaparecían, adoptando caras ya hacía tiempo fallecidas. Todo se transformó para ella en una vorágine de imágenes y sensaciones..., de inseguridad y miedo.
Más pronto que tarde, el cuerpo también se fue adaptando a la nueva situación, y dejó de funcionar con la normalidad de antes. Los movimientos se hicieron pesados y dolorosos. Era un sentir sin estar..., una espiral de dudas y de terror. Ni ella comprendía lo que le ocurría, ni los de alrededor sabíamos cómo ayudar. Las explicaciones no servían para nada y el círculo se cerraba en una única dirección: la enorme preocupación a lo desconocido.
El infierno había llegado casi sin aviso, y ninguno estábamos preparados. Ella, la persona que siempre había orientado, aconsejado y guiado a la familia, se estaba perdiendo en un mundo interior desconocido, plagado de ansiedad y demonios.
El mundo conocido hasta entonces se había dado la vuelta. Su marido no podía ausentarse ni un minuto de su lado, pues corría el riesgo de que a su regreso ya no fuera reconocido por ella.
El inicio del confinamiento, que coincidió con esta gran crisis personal, no hizo sino aumentar los efectos negativos y empeorar enormemente la situación.
Y fue entonces cuando, unos ángeles de la guarda, en forma de médicos especialistas, empezaron a tomar las riendas de la situación. Al cabo de no pocos cambios en el protocolo del tratamiento, empezó a surgir la luz de la esperanza en ese largo túnel de tinieblas.
Así, poco a poco, con recuerdos borrados que recuperaba a través de la siempre presencia de su marido, entre ambos y con la ayuda del resto, consiguieron que la tranquilidad fuera regresando.
La memoria de los dos la ponía él, y la claridad fue abriéndose paso en la oscuridad.
Aprendió a vivir sin recuerdos pero, con mucho cariño y amor, las dificultades se fueron sobrellevando. De este modo, y paso a paso, una nueva y tranquila normalidad se hizo patente.
Esta mujer fuerte, con un gran sentido de la familia y muy espiritual, es mi madre. Junto con mi padre, los dos han dado, y lo siguen haciendo, un gran ejemplo de superación frente a la adversidad. ¡Qué maravilla verlos pasar caminando, tranquilamente, como antaño, agarrados del brazo, a su cita en la peluquería!.
La preocupación ha dado paso a la esperanza y al agradecimiento. En primer lugar, al equipo médico que la ha tratado. En segundo, a la asociación de la que forma parte. Y como no, a ella misma, por la fortaleza demostrada. Gracias a Dios, el difícil regreso del infierno se ha producido.
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