miércoles, 12 de mayo de 2021

Multiplicidad

    Era imposible saber quién era, porque cada mañana me despertaba en un sitio y una fecha diferente. No digo que me molestara, solo que era incómodo algunas veces más que nada porque no podías controlar la historia que te pasaba. Lo mejor de todo que siempre estaba ella allí, cuidándome. O de senadora romana, de esclava bereber o incluso de alienígena informe solo con ojos muy humanos. Una vez tuve un amigo al que le encantaban los videojuegos combinados con los porritos. Dijo que lo mejor que había en el mundo era no saber nunca cómo acababa una historia. Dejó de pensarlo cuando le clavé un tenedor en la muñeca, luego de un par de caladas y unas birras. Nunca volvió a hablarme, pero sí dijo de mí barbaridades del tamaño de catedrales. Estaba a punto de tirar la toalla cuando en una de esas aventuras conocí a Teclas. Me dijo con mucha dulzura que todo era producto de mi mente inquieta. Eso fue decisivo para creerla, porque desde niña había escuchado que mi mente estaba mal o que era una jodida enferma. Primaria, fue poco más que una tortura con niños gritones que me odiaban o hasta me escupían. Secundaria, una cárcel con partes y broncas. Supongo que por eso volaba- cada vez más lejos- con la sola maleta emocional que tenía la mágica función de hacerme regresar a la realidad porque era mi madre. Ella siempre me acompañaba en aquellas crisis, para velar porque volviera. Hasta que llegó Teclas con su chaqueta del SAS donde ponía "Salud mental" en letras verdes esmeraldas. No me dio pastillas, ni consejos , sino que me escuchó atentamente. Me fue deconstruyendo como si fuera una tortilla en manos de un chef afamado para sacarme los huevos, las patatas, el aceite y la sal. Luego las batidas, las manos de la cocinera y hasta la sartén y el fuego que me habían cocido. Fue poco a poco metiéndose en mí, haciéndome suya para entender el dolor, la rabia y la soledad que me hacían vagar por mundos infinitos sin que supiese quién era ese día en que me levantaba cada mañana. No fue fácil, ni divertido, ni relajante. No fue rápido, ni alegre, ni entretenido. Quise volver muchas veces a volar sola por esos mundo en los que nadie te desprecia, ni te hace recordar cómo no importabas a nadie excepto a ella, que siempre había velado por ti. Por ella lo hice al principio. Por mí y mis mundos internos escondidos en mis ganas de vivir y ser una con los que me rodeaban, lo hice después. Aún sigo en el empeño. Lo mismo seguiré para siempre, domando las ganas de saltar al vacío de la multiplicidad y la nada. Lo mismo es eso la vida… eterna lucha con nosotros mismos. Pero por fin ayer pude abrazar a mi madre y decirle que "la quiero" , mientras mi psicóloga tecleaba.

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