Idiopática. No idiota. Idiopática. Odio esa palabra. Cuando después de muchísimo tiempo supieron ponerle un nombre a lo que me pasaba, resultó llevar consigo un apelativo ridículo, proclive a los chistecitos. Tiene su lado bueno, claro. Puedes hacer limpieza de gente muy rápido. El típico graciosillo que cree que es el primero que hace el juego de palabras. Block. Fuera de mi vida. Bastante tengo con aguantar los tóxicos químicos como para encima tener que aguantar tóxicos humanos, que suelen ser bastante peores. Porque lo más duro de nuestra enfermedad no es lidiar con los agentes externos que nos atacan. Es la incomprensión, el “a ver, que no hay para tanto”, el “lo siento si te molesta, pero yo necesito llevar mi perfume cada día, pide un cambio de despacho” y todo eso. El que te tomen por loca, o por holgazana. Cuando me aislé de todo fue siguiendo las pautas fisiológicas médicas, pero acabé descubriendo que quien más se benefició de ello fue mi mente.
Y ahora soy yo quien os veo sufrir encerrados, intentando huir de un virus que no distingue si sois perfectos o no. Es exactamente lo que llevaba yo haciendo tantos años, y espero que salgáis de esto con toda la empatía que a muchos os ha faltado todo este tiempo. Ahora que también lleváis mascarilla y guantes, ya no os hace tanta gracia que os llamen Michael Jackson, ¿verdad?
Ahora se os cae encima la casa y os aburrís, y no podéis recibir visitas ni salir a pasear y os parece un castigo tremendamente injusto por algo que no habéis hecho. Porque parece ser que un señor se comió un murciélago a la plancha a diez mil kilómetros de vosotros. Porque habéis aprendido de golpe que las acciones de uno acaban afectando a los demás, mucho más de lo que pudieseis jamás imaginar. Bienvenidos al club. Os entiendo y os apoyo, aunque ese apoyo no siempre haya sido recíproco.
Y yo, mientras tanto, paso mi doble confinamiento como lo he llevado haciendo estos últimos meses. Tuve la suerte de encontrar un trabajo que se adaptase a mis circunstancias, y soy por ello una privilegiada respecto a la mayoría de gente que sufren el mismo síndrome.
En mi solitario faro, en medio de un islote del Atlántico, solamente conectada a vuestras vidas a través de los elementos tecnológicos, os veo como animalitos en una jaula de zoológico, que por más amplias y limpias que sean no dejan de ser cárceles para seres inocentes.
Empieza a anochecer. Enciendo el faro y espero pacientemente que algún barco pesquero pase por estas aguas, saludándome en la distancia. Soy feliz en mi confinamiento parcialmente escogido. Y esa es la gran diferencia.
¿Están todos los relatos ya publicados? No veo el mío
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