Me acuerdo de muy pequeñito cuando el miedo se presentó por primera vez; te crea un sentimiento que ya nunca puedes olvidar. Poco a poco se convirtió en mi sombra. En la etapa de la niñez, me entorpecía a la hora de subir en bicicleta, correr, saltar… Siempre estaba ahí, ¡agarrando, frenando mi vida!
Después, en la etapa de la adolescencia, fue ganando aún más poder, conquistado mi mente, convirtiéndome en su esclavo. Una vez hecho mi dueño y señor, nunca más me dejó sonreír ni reír. Se dedicó a torturarme con amargura y una vida de angustias. A todo el sufrimiento interior se sumó el tormento exterior; casi todos a mi alrededor eran expertos en salud mental y me empapaban de su sabiduría con frases como: ¡Tú puedes! ¡Ponte música! ¡Anímate, sé valiente! y otros que me valoraban como ¡gallina! y así fue pasando la vida.
Llegó la etapa de adulto. A la hora de buscar trabajo yo avisaba, ¡ataques de angustia podían darse en el lugar de trabajo! y todos cerraban sus puertas y colgaban el cartel de no se admitirán trabajadores con problemas de salud mental.
No podía más, necesitaba liberarme de mi carcelero y de alguna forma la muerte, en algún momento, se convertía en una salida. El médico de familia me recetó antidepresivos y ansiolíticos, unas herramientas que no eran suficientes para romper las cadenas que al miedo me aferraban. Entonces, el médico de familia sugirió que, en estas relaciones tan duraderas con cadenas emocionales, el mejor herrero para romperlas era el psicólogo. Mi familia, rica en ignorancia es este tema, pensó: "¡Esté médico necesita un psiquiatra! ¿Cómo un psicólogo solucionará su vida?", y no creyeron necesaria mi visita a este especialista en salud mental.
Llegó el día en el que ya no me importaba la opinión de mi familia, el miedo a qué pensaran, y decidí visitar al psicólogo "¡Ahora sí que sí está loco!", pensaron todos a mi alrededor, "ya no tiene remedio, ¡va al psicólogo!".
Ha pasado un año desde mi primera visita a mi psicólogo, un gran herrero especialista en romper cadenas emocionales. No me reconozco. Ahora, con sus enseñanzas, yo soy mi dueño y el miedo mi criado. Sólo me sirve en el lugar adecuado y el momento oportuno. En la consulta de mi psicólogo, donde aprendo lecciones de la mejor filosofía para la vida, he aprendido a vivir presente en el presente, a enfrentarme a todo tipo de situaciones y tomar decisiones.
Ahora soy yo el que ve a muchas personas con cara de loco a mi alrededor. A mí, casi todos los días me acompaña la sonrisa. Disfruto de todo en la vida: del trabajo, la familia, los amigos... y del universo entero. Y si un día tengo que estar triste, ¡no pasa nada! Por un día me lo puedo permitir; a veces llorar es tan necesario como reír. Todas las emociones bien gestionadas son necesarias, ¡hacen al ser humano excepcional!
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