jueves, 30 de noviembre de 2023

Resiliencia: Pintando Amaneceres

En el lienzo de la vida, cada trazo tiene un propósito. Aunque las sombras se entrelacen, recuerda, eres un universo de posibilidades. Tus días son capítulos, y en la página de la adversidad, escribes tu resiliencia.

No hay fracasos, solo lecciones que esculpen tu fortaleza. En el jardín de la mente, cultiva pensamientos de amor propio. Eres la melodía única en la sinfonía del universo.

Cuando el peso parece insoportable, recuerda que la tormenta también es efímera. Tú, querido lector, eres un arquitecto de sueños. La esperanza es tu brújula, y la comunidad es tu red de seguridad.

Que cada palabra de aliento sea un faro en la oscuridad. La salud mental florece con comprensión y amor propio. Juntos, desterremos el estigma, tejiendo historias de resiliencia y esperanza. Tu existencia es una canción invaluable en la sinfonía de la vida.

Déjame que te cuente

Las heridas, forjaron un corazón fuerte.

No, tú no tuviste la culpa de ser víctima de los injustificados celos de tu padre.

No, tu no elegiste ser víctima de la burla de los que tú creías amigos.

Hazte esta reflexión:

¿Por qué hacen daño a las que son buenas personas?

¿Cuándo tú vas a un jardín, que flor arrancas?

Tu no debes cambiar, tú no estás equivocada, no dejes de brillar y aplaca con tu luz las malditas sombras que envidian tu sonrisa a pesar de los pesares.

Me lo repito cada día, frente al espejo.

El día del diagnóstico

Al ver su mirada perdida no pude sino recordar el día en que papá y mamá me la presentaron, sus iniciales balbuceos y, luego, palabras, sus primeros garabatos parecidos a los más sencillos números y letras, su inicio de colegio en una mañana de finales de verano, sus nervios de la Noche de Reyes, su pasión y miedo por las olas del mar en la playa, su cariño inmenso por nuestro perro Bravo, su mecano preferido con el que construía una y otra vez, su bicicleta, sus primeros amigos de tantos secretos en el recreo de la escuela, su vestido de Primera Comunión, su primera excursión con noche fuera de casa, sus lágrimas en el entierro del abuelo, su cambio suave a la adolescencia, sus primeras fiestas juveniles... "¿Qué dice el médico?", me preguntó.

"¡Qué es obligatorio cumplir lo que dice y ser feliz!", y le sonreí como siempre.

En casa, papá y mamá le hacían cien mil preguntas, a la inteligencia artificial, sobre la esquizofrenia...

Un rey imperfecto

Hace años, en Turma, gobernó el rey Malkir. Era el más guapo de todo el reino, pero ocultaba un gran secreto: era calvo.

Malkir siempre llevaba una peluca de cabello castaño, liso y corto.

Un día, Malkir se enamoró de una paisana y se casaron. Seguro de sí mismo y en confianza con su amada, le confesó su gran complejo. Jimena convenció al rey para aceptarse y mostrarse ante su pueblo de manera real: sin pelo. Malkir, tremendamente enamorado, aceptó y convocó a todo el pueblo para mostrarse tal y como era. Al ver aquello, el reino entero no podía parar de reír.

Jimena, que se sentía infinitamente culpable, organizó otra reunión. En ella, Jimena contó la lucha que llevaba Malkir, lo difícil que había sido para él aceptarse y compartir con su reino, al que adoraba, esa verdad. Los habitantes se dieron cuenta que no importaba cómo fuese el rey, sino sus buenas acciones y para disculparse, al día siguiente, salieron a la calle con ropas ridículas y como norma, estaba prohibido reírse del otro.

El rey, asombrado por ese acto de valentía, decidió dejar esa fiesta para celebrar anualmente, donde se festejaba la belleza interior de cada uno.

El Reflejo de Daniel

Daniel sentado en frente de su mesa de noche, su mente era un gran torbellino de lamentos, mirando al espejo fijamente, acto seguido le habla a su reflejo:

- ¿Por qué?

- Porque así ha sido siempre – responde el reflejo

- ¡Ya estoy harto!

- Tu vida ha estado marcada por mala suerte y malas decisiones

- ¿Sí?

- Así es, por esa novia a la que todo le diste y luego se fue, por ese amigo que por tu ayuda mejoró su calidad de vida y después se olvidó de ti, por esa gente a la que le tocaste la puerta y no vieron tu potencial solo por no ser de su círculo…

- No puedo más

- ¿Sientes que no puedes seguir?

- Pues, llorar ya es algo cotidiano, por eso a veces río

- La decisión es tuya

- Lo sé – finaliza Daniel Sus pasos se dirigen hacia la cocina donde toma un cuchillo y se hace dos graves heridas en sus muñecas cortando sus venas, desangrándose poco a poco a convertirse en un cadáver que sus vecinos encontraron después de tres días por el fétido olor. Cada 40 segundos alguien se quita la vida por depresión.

El último día

Llegó el día. La noche anterior organizó cada uno de los detalles con sumo cuidado. Planificó cada minuto y cada segundo: de quién se despediría en cada momento y como sería el final. Lo había pensado muchas veces, pero, esta vez, estaba decidida. No podía más. Llevaba meses en que lo único que oía eran sus miedos. Sonó el despertador. Hoy sí. Se miró en el espejo. "Hasta aquí", era lo único que pasaba por su cabeza. Con todas sus fuerzas gritó y sin saber por qué empezó a sentirse mejor. Siguió voceando y sacando toda la rabia contenida. Después, vinieron las lágrimas. Y ahí, empapada en toda la mierda que se había creado durante años, se dio cuenta del daño que se había hecho. Se pidió perdón. Y decidió que era el final. Ese era el último día que pasaba luchando contra ella misma. Cogió el teléfono. Pidió ayuda. Tiempo después, reconoció su valentía. Aprendió a vivir: con tristeza, con alegría, con pena, con euforia, con miedo, con valor... Descubrió que podía perdonarse y controlar su mente. Legitimó sus emociones. Bendito último día.

Yo

Por favor, no me dejes sola. Podemos hablar, volver a intentarlo. Hacer que todo vuelva a ser como antes. Sin discusiones, sin remordimientos, sin odio, sin reproches. Te prometo que quiero cambiar, convertirte en mi prioridad, acompañarte y ayudarte en los momentos de oscuridad donde la luz no encuentra su sitio. Escuchar tu voz sorda susurrando en mis oídos, mientras escribo cartas huérfanas emborronadas de sal y grafito. Apreciar cada instante contigo, incluso aquellos en los que, con irracional impotencia, desearía no haber existido.

Créeme de verdad. Eres lo único que tengo. Un preciado tesoro ignorado y tachado de locura, aun sabiendo que, sin ti, todo es nada. La columna que sostiene sobre su base, la arquitectura de una vida. El motor que impulsa un caminar firme y prospectivo y que arrastra las consecuencias de un pasado repleto de obstáculos cargados de sentido.

Por todo ello, me pido perdón. Por mi vida y por la de otros. A esas mentes que quedaron silenciadas y huérfanas de su sitio.

Ante el espejo

Anoche no tuve pesadillas: la noche fue una pesadilla. Vueltas sin vencerme el sueño, el despertador amenazando con golpearme en cualquier momento…

Tictac… Sus agujas clavándose en mi sien.

Giro, giro pero no caigo, ¡no caigo dormido! Hoy no duermo...

"¡Despierta!", grita la alarma martilleando. En la vorágine del despertar de un nuevo día, mi cabeza es un trompo.

Este zombi consigue arrastrarse al baño. Se refleja una cara en el espejo. Soy yo, estoy horrible. Encandilado, veo una mancha oscura sobre mi frente. Las sábanas marcaron mi cara, cual arado sobre tierra inerte. Mis ojos lo dicen todo; yo digo: quiero volverme a la cama. ¿Cómo ir a trabajar así? El autómata abre el agua gélida: la bofetada de buenos días. Ahí sigue ese borrón, esa sombra… ¿Qué es esa nube negra…? Vuelvo a lavarme, no se va. ¿Es el nubarrón que se cierne sobre mí cada mañana…? Amenaza tormenta en mi cabeza, como siempre… ¿Son las nubes que arrastro, esos malos recuerdos que no me abandonan, de los que no escapo ni perdonan, teniéndome así, derrotado y gris?

Entonces paso la toalla por el espejo, y me digo: "¡No es ninguna nube, es el espejo que está sucio!".

Marchitar para florecer

A tu lado cuatro años, pero se marchitó tu amor.

Me dejaste, me rompiste y me hundiste.

Y no supe cómo subir de este pozo sin fondo en el que me sumí.

Y se me pasó por la cabeza marchar para esa pena en el pecho apagar.

Sin ganas de nada, sin aliento y sin motivación, ¿qué podía quedarme en la vida sino desesperación?

Desesperación por perderte, desazón por quererte, un amor que quemaba, caliente, en un cuerpo helado, inerte.

Y desde la altura vi la serenidad, en el salto al vacío, la claridad.

Las voces se irían y el dolor desaparecería.

Pero mamá me abrazó y todo terminó.

Dejé de esperar un amor marchito y marché por recuperar mi amor, el propio, el que llena cada uno de los pedacitos que componen nuestra esencia, nuestro armazón.

Y hoy lo celebro con las heridas del pasado, las que habitan en mi cerebro, las que no me han abandonado.

Siguen ahí porque caí pero vencí.

Sí, pensé en saltar y del tormento escapar y con mi lamento acabar.

Pero decidí volar.

Con los pies en el suelo quise seguir, sin miedo a volver a vivir.

Ecos familiares

La calle Laureles está llena de vida, luces que chisporrotean, niños que corretean entre las piernas de sus padres y gente descansando en bancos municipales, junto a sus bolsas de compra, carritos de bebé o simplemente comiendo pipas cuyas cáscaras se mecen pendularmente hasta caer al suelo.

Almudena Velasco no recuerda la hora a la que salió de casa, ni siquiera sabe qué es lo que ha comido hace escasas tres horas. Le suenan las tripas, bebe un refresco porque aún recuerda que su padre se lo compraba cuando iban a la playa a hacer castillos de arena.

.- Papá, ¿dónde estás? – Dice mirando al frente.

Conchi, su amiga del alma, se sienta para acompañarla a diario, sabe que está y no está. Almudena, engalanada con sus mejores textiles, con mirada constante, desenfocada, sigue observando el horizonte. Todos los días se sienta en ese banco, aunque a horas diferentes.

.- ¿Quieres que te acompañe a casa, Almudena? – Pregunta Conchi, sabiendo de antemano la respuesta.

.- No, déjame un poco más, Papá. – Contesta desorientada.

Almudena Velasco, se levanta, camina diez metros, abre su bolso, saca una rosa y la coloca a los pies de "Evaristo Velasco – Escultor Honorífico de Pozoblanco 1984".

¿Qué queréis?

Doña Marisa me ha pedido que escriba las historias que me pasan. Esta mañana han venido a buscarme, la vecina les ha llamado por teléfono. Siempre hay personas en mi casa. Les pregunto quiénes son y qué quieren, pero no me contestan.

Aquí no necesito ropa, me han dado un camisón que se cierra por detrás. No hay forma de ponerme el pijama, las dos piernas quieran entrar por el mismo camal. Lo mismo pasa con los calcetines y los zapatos, los dos pares quieren colocarse en el mismo pie. Por eso voy descalzo y enseñando el culo.

Opina doña Marisa que las cosas que escriba, si son manías y miedos míos, desaparecerán de mi cabeza. Le he preguntado si las personas que lean mis historias se pueden contagiar. Dice que no. Ella es psiquiatra y en mi ficha ha puesto que tengo una enfermedad mental grave que afecta la forma en que pienso, siento y me comporto.

Tengo que terminar de escribir y esconder la libreta; la habitación se ha llenado de gente. Voy a meterme en la cama y hacer como que duermo, a veces prefiero los bichos que recorren mis brazos antes que estos hombres silenciosos.

El muro

Recostó el cuerpo en el muro de las sensaciones mágicas. Experimentó que su giba—en la que tenía almacenada los tuétanos de la tristeza—, levitaba hasta alcanzar la cima y se perdía en el horizonte de las aventuras. Decidió posar el vientre en el muro. Las pulsaciones del útero marcaron el compás de la marcha de los órganos de la vida que no quieren seguir viviendo. Recostó la oreja derecha y su oído fue invadido por el eco de risas y cantos. Desorientada, aplastó los ojos sobre el muro y pudo ver su espalda y su vientre que danzaban —en el otro lado—al ritmo de la sinfonía del amor. Se quedó contemplativa, sacó un aerosol de color negro y escribió en el muro ¿Qué es la felicidad? Y a medida que escribía las palabras, uno a uno, se derrumban los ladrillos del muro.

Gran Vía, Madrid

"Qué pena, con ese pelo rubio y esa sonrisa podría haber llegado a mucho". No.

Ella era mucho más que físico, era carácter, era personalidad, era sentimientos que los demás no escucharon a tiempo, todo porque su sonrisa no reflejaba el caos que había en su mente. De pie en un tejado de Gran Vía, Madrid, dejó su vida volar y su alma se quedó presente en todos aquellos que la amaban.

Nadie se lo esperaba. Nadie se lo creía. Nadie tiene una vida perfecta, y para ella era pura miseria.

Si las personas de su entorno hubieran sido menos egoístas, quizá ella no hubiera dejado su alma vagando en este mundo sensible. No cuesta nada preocuparse por la gente. Si alguien no pide ayuda, no significa que esté bien. Si alguien pide ayuda, la sociedad le deja de lado. Dejemos esa sociedad atrás.

Ella no era una peor persona por estar mal, era, más bien, alguien con mucha vida por vivir, impedida por los deseos de su mente que al final le ganaron la batalla, más no la guerra de los demás. Que no se quede en un lamento. Que tu alma siga encerrada en tu cuerpo.

Cuando cayó el sol, Lorisnight sintió mucho frío

Esa terrible mañana, la más amarga e inesperada, sucedió lo que Lorisnight sospechaba. Todos salieron a la misma hora, su silencioso, rutinario y depresivo padre, le dijo adiós.También a la esposa e hija mayor.

Fue al banco y cobró su pensión. Regresó al apartamento como un autómata, algo que le pareció extraño a aquella ave encerrada en el lavadero. Él tenía que llegar a las 12 m, como siempre, no a las 10 am.

Atravesó la sala derrotado y a los 10 minutos, la desgarbada lora escuchó una explosión que le hizo estallar sus diminutos oídos. No volvió a salir de su cuarto.Ni almorzó. la hija lo encontró. Hubo confusión, llanto, visitas de la policía, sentidos de culpa. Al atardecer, Lorisnight sintió hambre, sed y frío.

En los siguientes días, faltaron las bolitas de masa, el agua y la manta para cubrir la jaula por las noches. La olvidaron sin querer. Ella se fue con él.

Con el alma quebrada, la familia difundió su historia y nunca más apresó a un pájaro.

"Los suicidios forman parte de una pandemia de la que nadie habla", reflexionó una de sus hijas días después.

miércoles, 29 de noviembre de 2023

El despertador de los pensamientos

El día comienza con el sonido del despertador, ese sonido que me recuerda a lo que tengo que enfrentarme un día más, el que me devuelve a mi mundo real.

Debo moverme, levantarme y llenarme de ánimo y fuerza, como si ambos se encontrasen en la caja de cereales y fueran mi desayuno. Ojalá se pudieran comprar y tomar cada día como una píldora de vitaminas.

Desde hace unos meses he dejado de ser yo, soy consciente de ello. Mis pensamientos han cambiado, son distintos, más grises y oscuros. Es muy difícil de explicar, a veces me faltan palabras, pero siento que mis pensamientos tienen vida propia y deseos propios de huir para que se acabe esta sensación, para que ambos seamos felices, ellos y yo, como antes. He intentado explicar cómo me siento. Las palmaditas en la espalda y las palabras de ánimo afirmando que todo el mundo tiene algo me hacen sentir más perdido, ¿No hay solución posible para silenciar estos pensamientos? Parece que es más común de lo que creo, quizá es lo normal y todo el mundo malvive con ellos, quizá el fallo es mío por no silenciarlos, quizá la solución es dormir para siempre, sin despertador.

No hay más preguntas

Y con un torrente de preguntas desbordando su mente se quedó paralizado ante el precipicio que, abierto al espacio infinito, le invitaba al descanso. Con veinte años ya no le interesaba su pasado de dolor, oscuro y siniestro, plagado de desaires y aislamientos por su condición sexual, que con tanto celo había guardado; ni quería pensar en el futuro, escandalosamente incierto que tanto miedo le proporcionaba. Su única atención estaba ahora centrada en la balaustrada sobre la que se posaban sus pies que no respondían a los impulsos de las órdenes de su cerebro y se negaban a saltar al vacío y terminar. Expulsó un grito, un alarido descomunal por su garganta, que esparció su dolor por los tejados: "Pero… ¿por qué a mí?". Y lloró.

Al momento, unos brazos fuertes lo sujetaron en el instante crucial en el que, olvidando su esencia, saltó. Aquellos brazos lo contuvieron, lo retuvieron, lo abrazaron y, susurrando suavemente, le hicieron despertar, convencido, al amor.

Mientras, abajo, en la calle inmensa de la ciudad, miles de personas festejaban entre luces de colores, que pronto sería otra vez Navidad.

El laberinto

"No se puede hablar contigo".
"Eres una exagerada".
"Qué susceptible eres".
"Siempre te estás haciendo la víctima".

Cuando Vera era pequeña, escuchaba muchas veces estas palabras. Desde su infancia, sus allegados habían destacado su facilidad para llorar, su manera de sobredimensionar las experiencias, su sensibilidad. Solía estar sola en el colegio, pero no le faltaban recursos para escapar de sus penas: el dibujo, sus padres, los libros y los largos cuentos que escribía en una libreta.

Vera no lo sabía, pero era diferente. Efectivamente, era una persona muy sensible, pero con el tiempo se dio cuenta de que también era muy sencillo para ella llorar de felicidad, emocionarse con una canción o inspirarse con un atardecer.
Clara escuchaba también todas esas afirmaciones durante su adultez, y se torturaba al cerciorarse de cuánto le afectaban, de cómo intentaba que le diesen igual, sin éxito. Aceptarse así le costó tiempo y mucho autoconocimiento. Sin embargo, era incapaz de llegar a entenderse del todo. Todo lo que le dolía, ¿era por su sensibilidad? ¿Distorsionaba la realidad? Aquellas sentencias, ¿le impedían discernir entre la responsabilidad externa y la propia? ¿Cómo podía llegar a saberlo realmente?
¿Qué espacio había entre ella y la verdad?

Tramuntana

Sube por la escalera del rellano, desde el primer piso hacia la azotea, cargando con la palangana de ropa limpia y húmeda que acostumbra a colgar en el lado de solana. Lleva el batín y las zapatillas de ir por casa de invierno, aunque haga casi 30 grados en el octubre más caluroso que se recuerda. El cuerpo ajado, encorvado, envejecido prematuramente por una vida penosa, los pasos cortos, arrastrando los pies, primero uno y después el otro.

El sol ciega sus ojos al franquear el umbral y salir al exterior, pero conoce de memoria ese espacio y no necesita detenerse para adaptarse al cambio de luminosidad. En otro tiempo la combinación de aire fresco y luz cálida le hubiera resultado placentera, uno de esos pequeños momentos de dicha primaria, orgánica, inconsciente. Tiende la ropa, separando cada prenda con cuidado, lo suficiente para que pueda secarse correctamente. Al acabar se dirige al muro que delimita la azotea y la separa del vacío. Mira al frente, a lo lejos los viñedos y en el horizonte la Serra de Tramuntana. Mira hacia abajo y no siente nada, ni el vértigo ni su ausencia. Vuelve a mirar al frente, salta.

Hay que aprender a gritar y aprender a escuchar

Me estoy ahogando, me niego a respirar ¿Dare el salto? Tengo miedo ¿Qué será de mi madre? De mi padre ni me entero, el nunca se entero de mí. Le doy vueltas a mi vida, intentado desatar el nudo que yo mismo hice. Morir es una decisión egoísta; no pienso en el dolor que puedo causar, pero ¿Me importa? Ya no estaré para escucharlos ¿Saltare entonces? Lo dudo, aun no me decido, mis piernas tiemblan. Quiero, pero no del todo. No quiero alejarme, ni despedirme; quiero que pare el dolor pero no hay paliativo que ahogue mi pena. Me siento perdido. En realidad estoy confundido, la diversidad e inmediates del mundo me socava; no quiero irme pero me niego a continuar de esta forma ¿Y la salida? No la hay. Próximo a decidir no veo la luz. Solo lloro, sufro y pienso. Grito pero ya no hay quien me escuche.

Al final salte; y tengo un solo arrepentimiento: haber gritado lejos y en silencio.

jueves, 23 de noviembre de 2023

Poesía cargada de futuro

Cuando albergo ideas oscuras me pongo Palabras para Julia a todo volumen. Quiero que el mensaje penetre en los pasillos peligrosos de mi mente y los alumbre, que no deje que suenen otras voces, solo la de Goytisolo, la de Paco Ibáñez.

La profesora de Lengua nos puso esa canción un día casi negro de viento y de tormenta, como si pudiera adivinar que dentro de algunos de nosotros empezaban también a agitarse los meteoros adversos; como si hubiera visto desde su tarima las cicatrices de mis muñecas y, más allá, las de mi alma. La busqué luego en casa, la escuché y la leí decenas de veces y supe que yo era Julia; que aunque los consejos de mis padres, las orientaciones del psiquiatra o los abrazos de mi gente no siempre hubieran encontrado la manera de llegar hasta mí, el poeta sí lo había hecho. Ahora me sé la letra de memoria y si, al asomarme al balcón siento la llamada del vacío, un resorte de mi cerebro canta inmediatamente: "Nunca te entregues ni te apartes…nunca digas no puedo más y aquí me quedo."

Entonces vuelvo a cerrar las puertas de cristal y salgo de nuevo al camino.

Prolepsis

Concordia entre vida y muerte, es la paz del que tiene la muerte anunciada, acepta con quietud y abriga la anticipación. La armonía del que se rinde a su destino. No es menos cobarde, al que se conforma a una vida de apatía.

No se puede juzgar al suicida o al condenado, porque ya obtuvieron su sentencia. Hágase su voluntad, y cuiden a sus allegados. La carga del exánime es carga útil para el cercano.

En el frágil equilibrio entre el coraje y la aceptación, vi mi libertad en la caída y que por azar mi cuerpo persistió, pocos obtuvieron mi suerte. Brote la esperanza al tocar fondo.

Entre sábanas y paredes blancas, alas del hospital, la resiliencia es la fuerza que el cuerpo entiende. Bajo el peso de las decisiones trascendentales, llevo la carga de aquellos que optaron por un camino irrevocable, mientras yo, por ventura, tuve una segunda oportunidad. Agradecida, descubro un destino donde vislumbré un final; hoy veo un nuevo comienzo.

Relato testimonial, cuento historias entrelazadas de aquellos que se enfrentan a la dualidad, con aceptación y la tibia promesa de que, incluso en el abismo, la esperanza puede florecer.

Gracias, mamá, por cuidarme cuando no pude.

El dibujo que salvó a la maestra

La maestra Claudia ama a los niños, por eso se dedica a la educación. Cada día les prepara actividades divertidas y les entrega sus evaluaciones con dibujos de sus animales favoritos, para motivarlos a aprender. Claudia estaba esperando un bebé con mucha ilusión, pero sufrió una tragedia en el parto y lo perdió. Después de un tiempo, regresó a dar clases, pero ya no era la misma. Se la veía apagada, cansada y descuidada. Ya no les hacía dibujos a sus alumnos, ni se reía con ellos. Algo andaba mal con la maestra, pero los niños no lo entendían. Un día, tomó la decisión de quitarse la vida, después de corregir el último examen de sus pequeños. Pensó que nada tenía sentido sin su hijo. Pero al revisar las hojas, se encontró con una sorpresa que le cambió el corazón. Los niños le habían hecho un dibujo de ella, con un mensaje de cariño. Te queremos maestra, decían. Eso la hizo romper en llanto y darse cuenta de que aún tenía motivos para vivir y seguir enseñando. Abrazó los dibujos y agradeció a sus alumnos por compartir su amor.

Mi vida y los otros malos pensamientos

Xenia había perdido la cabeza; empezó a balbucear como poseída por algún demonio. En ese intervalo, no existía nada que la distrajera; su concentración era intensa; sus pensamientos se revolcaban intentando resolver lo insoluble para devolver las ganas de vivir. ¿Qué más podía ella hacer por si misma?

Afanosamente, sus miradas rebuscaban en su habitación los símbolos de la razón para descubrir alguna motivación que le diera una pista para seguir con vida; y sin darse por vencida, recurrió a sus neuronas que las condujeron a viajar dentro de su cerebro en dirección a los gratos recuerdos; y las escenas felices llegaron hasta su mente desafiando los malos pensamientos de suicidio; a tal punto que encontró los valores para darse una oportunidad de vida. Y empujadas por las palpitaciones de su corazón que bombeaba un torrencial de sangre por las venas para mantener la respiración viva. Ella misma se permitió encontrar un punto a su equilibrio mental. Solo le valió descubrir el sentido de la vida. A partir de ahí, descubrió, lo que vale vivir. Xenia pensó, reflexionó y se valoró; y regresó a su lugar de origen; donde el amor a sí misma la esperaba con los brazos abiertos.

El penúltimo abrazo de noviembre

La penúltima luz del crepúsculo dibujando un abrazo al fondo del acantilado. Un abrazo acolchado de sombras y silencio para dejar de sufrir sin necesidad de la tediosa medicación. Un abrazo que espera la caída del día y la precipitación definitiva del dolor. Un abrazo dulce y sin aristas.

Nadie me va a juzgar, nadie me observa. Triste noviembre, a solas con mis miedos ante un abismo de dudas. Ella me dijo que todo se iba a arreglar, que había que tirar para adelante. Qué fácil es hablar atrincherado tras una mesa, una bata blanca y una sonrisa terapéutica.

El penúltimo cigarrillo dibujando figuras de humo, como el aliento cálido de los eneros a la intemperie. Imágenes imaginarias para seguir pensando que la vida es ficción y la muerte sosiego. Apago la colilla contra una roca y me subo las solapas de la chaqueta. Hace frío.

Miro hacia abajo y recorro con los ojos la repetida secuencia de olas ametralladas contra la pared. La próxima será la mía…

Entonces recuerdo la penúltima noche de fuegos artificiales en este mismo escenario, abrazado a quien más me ha querido.

Doy media vuelta y me dispongo a recuperar sus huellas y sus besos.

Alicia en el país de las maravillas

Alicia se sentía atrapada en una isla pequeña y asfixiante. Todo comenzó como una gripe, pero no se recuperaba. La fatiga y el dolor se apoderaron de ella. No tenía fuerzas para nada. El médico le dijo que todo estaba bien, pero ella sabía que no era así. La rabia que solía sentir se había transformado en hastío. La tristeza la anulaba. Alicia estaba atrapada en su propio país.

Un día decidió que no quería seguir viviendo así. Se armó de valor y empezó a nadar hacia el horizonte, a pesar de que las olas la golpeaban. Finalmente y tras mucho esfuerzo, llegó a una nueva orilla. Allí encontró a un grupo de personas que la recibió con los brazos abiertos. Le dijeron que ellos también habían pasado por lo mismo. Juntos empezaron a construir un nuevo mañana.

Apoyo mutuo

Esa tarde, Ricardo salió muy abatido de la sesión de apoyo mutuo. Era la primera vez que contaba el suicidio de su hija. Tantas emociones encontradas, la mirada perdida y en la memoria constantemente la cara de su hija. Temblaba y estaba agotado, se sentó en un rincón de la acera, cerca de un parque. Así se quedó un par de horas. Hasta que la luz de una farola se encendió. Empezó a caminar hacía su casa, como los grabados nocturnos de Martin Lewis.

Susurros de oscuridad

No dejaba de caminar. Caminaba sin rumbo arrastrando la chaqueta por la arena, no sentía nada y sin embargo, no podía dejar de caminar, buscaba la paz del mar. Llamaba desesperada a la voz profunda que a veces me hablaba, una voz firme y segura que acudía en los momentos débiles, cuando los susurros me abatían y no me dejaban seguir. Llevaba luchando un tiempo contra sus peticiones y ahora susurraban una vez más. Me senté en mi roca, me envolvió la brisa del mar, respiré profundamente, escuché que el mar me hablaba, quería que me perdiese en él, resultaba delicioso pensar en fundirme en sus aguas, agarrarme a sus olas y desaparecer. Tal vez así, los susurros se olvidasen de mí y llegara mi paz. Entonces apareció Erik, se sentó a mi lado, me abrazó, me besó, respiró conmigo y estuvo allí hasta que se desvaneció su recuerdo, pero antes de irse con su voz profunda me recordó que regresara limpia, sin escuchar los susurros de la oscuridad que mi mente atraía y que no existían. Regresé a casa, me tomé mi medicación, me tumbé tranquila y esperé que pasase otro día más.

La Metamorfosis de Alba

Alba muestra una expresión apática y una mirada distante con cierto tinte de desconfiada y culpabilidad. La joven desconoce las alternativas a las que optar tras el incidente ocurrido con su tío en casa, siente que se encuentra en estado de shock: una combinación de culpabilidad y bloqueo emocional que le desequilibra, le impide pensar y actuar con claridad y naturalidad.

- "¿Qué piensas tía? No te pongas tan seria otra vez cariño- Intercede Rebeca-.

- Os tengo que contar…no puedo más –responde Alba.

Como la desembocadura de un mar de angustias, las palabras de Alba salen a borbotones, sin posibilidad de ordenarlas, justificarlas o regirse por unas reglas espacio- temporales que las ubique. Es consciente de que su atrevimiento en esta confesión va a derivar en acciones y, todo el desahogo anterior, se convierte en tensión y terror por unos instantes. El desconcierto de Alba se desvanece cuando percibe el apoyo incondicional de su grupo de iguales.

Las fieles camaradas tenían sospechas de que algo en el entorno familiar de su amiga no estaba bien, aunque lo más llamativo y que Alba siempre intentaba ocultar, eran las señales de cortes que presentaba en sus muñecas.

Mi tercera vida

Cuando el médico me dijo que estaba limpia fui consciente de la inmensa suerte que tenía. Había vuelto a esquivar a la muerte, por segunda vez. La primera había sido muchos años atrás, cuando mamá llegó antes del trabajo y el bote de pastillas recién ingerido todavía no me había causado un daño irreparable. Recuerdo su angustia y su enorme sentimiento de culpa. Nos costó muchas sesiones de terapia perdonarnos mutuamente.

Al salir de la consulta, pensé en todo lo que me habría perdido si entonces me hubiera salido con la mía. No habría padecido penas en precarios trabajos, ni dolorosas infidelidades ni un desgarrador divorcio. No habría llorado de rabia, tristeza o miedo, ni me habría sentido sola, incompleta e incomprendida en muchas ocasiones. Pero tampoco habría vivido los últimos abrazos de mi madre, muchas carcajadas y confidencias con grandes amigas, varios amores de pareja, ver crecer a mis hijas... No habría sabido lo que era perdonarme, superar mis temores, aceptarme y quererme… la lista de cosas sencillas pero a la vez grandiosas era infinita.

Esperanzada, volví a mi casa mientras fantaseaba qué nuevas experiencias me traería mi tercera vida. Fueran buenas o malas, iba a vivirlas a tope.

Carta de los odiadores

Querida Eugenia, somos los seis «haters››, u odiadores, que te hacen la vida imposible. Chicos y chicas a los que observar tu atractivo, y saber de tus buenas notas en el Instituto, pone nerviosos. Claro que no reconocerás nuestros alias, aunque veas nuestros rostros a menudo.

Nos han dicho que has intentado matarte con un alijo de pastillas. Hasta en eso has fallado, boba. No quieres regresar a las aulas, pero adonde vayas irás con tu móvil y nosotros te seguiremos.

Yo fui ese colega que te apretó un beso, y gimió que te amaba, para grabarlo y echarnos unas risas. Quizá me siento un poco arrepentido. Pero no te voy a aconsejar que tengas confianza en ti misma, que busques solo a quienes te aprecian, que no te mires en el espejo de los que, cobardemente, no dan la cara. Que dentro de unos años, ya una mujer, con ese afán de estudio llegarás a tu objetivo mientras los demás naufragamos. Y que con tu belleza te sobrarán novios y diversiones. Esa bazofia de explicación la dejo a los maestrillos y padres.

Ahora que lo pienso, de ninguna manera te voy a enviar este mail.

El Reconocimiento

Las puertas del hospital detectaron su presencia, abriéndose. Las del ascensor hicieron lo contrario tras pulsar el botón. Destino: cuarto piso. Entró en la habitación, poca luz entraba por la ventana, él notó el olor a dolencia, a enfermedades pasadas impregnadas en las viejas paredes. Sentada estaba su hermana que le saludó con dos besos recios. En la cama, su madre dormitaba, vio su boca, entreabierta, el color de su piel, gris pálido y sus muñecas, vendadas y sintió un escalofrío.

-Impresiona, ¿verdad? -dijo su hermana- pero está bien, ha salido de peligro.

-No entiendo cómo pudo hacerlo.

-Dice el doctor que sin duda tuvo un momento de lucidez, aunque yo pienso que fue de locura. Escribió esto-dijo tendiéndole un papel.

"Perdonad, pero quiero que me recordéis como lo que fui, no como lo que seré, soy la que reía en la playa y bailaba en la cocina."

Entonces su madre abrió los ojos, y levantó una mano temblorosa. Él se acercó agarrándola con cuidado.

-Mamá, cómo pudiste hacerlo -dijo llorando- nosotros te querremos siempre, somos tus hijos.

La mujer apartó la mano como si hubiera sentido un calambre.

-Perdone, pero yo a usted no le conozco de nada.

Aléjate de mí, ansiedad

La fragilidad de mi mente;

El ruido de fondo que no cesa, que no mengua, que no me da ni un maldito día de tregua.

El temblor de mis manos, presagio de la falta de raciocinio y de aire.

Una ansiedad que me absorbe, que me acecha, que me invade hasta el último de mis sentidos.

Una cadena infinita y pesada, cuán soga asfixiante y tersa.

Hasta aquí. No vivo para no vivir; no respiro para no respirar; no quiero para no quererme; no hablo para que me tiemble la voz ni escribo para que me tiemble el pulso.

No vas a ganar, sólo fue una mala batalla no el final de la guerra. Este campo maldito ha resurgido muchas veces de sus cenizas para florecer en primavera.

Mis pies descalzos ya han sentido el asfalto y no me da miedo caminar un poco más. Pienso llegar al precipicio y sin rozar el borde, arrojarte.

Llévate tu miedo, tus inseguridades, tus vacíos mortales, tus ataques nucleares. Llevo muchos años en batalla y no vas a venir tú a echarme un pulso.

Se acabó, ansiedad. Te desecho de mi vida y de mi cerebro. Que vuelva mi paz.

Adiós, sombra mía.

Guerra interior

Sola, sentada a la orilla de su cama, cabila entra la realidad que vive y la fantasía del mundo en que le gustaría vivir, y al volver en sí, se siente aún más patética, quisiera gritar, correr, llorar, pero el mar de lagrimas que lava su cara, no la deja ver, solamente puede mirar hacia dentro, ver su interior devastado, por un dolor del que nadie puede imaginar su magnitud. Se prepara para salir a la calle porque a pesar de la falta de aliento y fuerza para caminar debe mantenerse viva, debe cumplir con lo que le exige la cotidianidad, debe prepararse para ir a su trabajo, aún cuando no le encuentra sentido a su vida, preparar su rostro para la actuación del día, sonreír y fingir, todo el mundo pensará que, aunque no sea siempre feliz, tiene los suficientes motivos para vivir, y se atreverán a opinar en caso de que dejes ver tu realidad, se creerán con el derecho a juzgar y condenar.

Solo ella sabe la lucha que debe vivir, esa guerra silenciosa que vive cada segundo de su vida, en contra de ese monstruo aterrador que la tiene atrapada desde que era a penas una niña, sus feroces garras, la hacen sangrar por dentro, y solo puede sentir el silencio aún cuando esta rodeada por mucha gente, sabe que nadie comprende su dolor, nadie se imagina como se aferra a ella con tanta fuerza, que le grita e invade el silencio de su mente con pensamientos oscuros, que le habla al oído, diciéndole ___ no luches más, tienes la solución en tus manos…. Sería tan fácil terminar con todo de una vez, deja de ser cobarde, serían solo unos segundos de dolor en comparación con lo que te falta por sufrir… sin embargo en esos incontables momentos de lucha ella se aferra a la vida con las fuerzas que aún le quedan, lucha aun cuando no le encuentra sentido, lucha porque a pesar de su propia desolación, sabe que no puede ser egoísta, piensa en la consternación que su partida inesperada puede causarle a los seres que la aman.

Mira hacia atrás y aunque ha hecho muchas cosas en su vida, se siente vacía y temerosa, siente miedo, porque no sabe hasta cuando podrá seguir enfrentando esta lucha, su guerra interior no le deja ver salida, y sufre cuando piensa en que en algún momento cierre sus ojos tan fuerte que no vea, ni el más mínimo vestigio de luz, y se convierta en uno mas de aquellos que se dio por vencido ante una lucha soltaría y sin fin, y termine de una vez por todas con su agonía, que huya por la única puerta que encuentre, y termine de una vez con su vida.

Nunca imaginó que tendría que enfrentar una guerra tan difícil, y aunque siempre se pregunta por qué tenía que ser precisamente ella, no encuentra respuesta, llora y en sus gritos ahogados de silencio, pide al cielo misericordia, y se llena de valor para enfrentar un día más su lucha soltaría, con la esperanza de despertar una mañana, con la gran alegría de haber podido vencer su monstruo interior, con la ilusión de ser comprendida por aquellos que no entienden que la guerra más difícil es la que tienes que enfrentar con tu propia mente, un capricho para quien nunca ha tenido que enfrentarlo.

Amanece un nuevo día y ella solo puede limpiar sus lágrimas, abandonar su cama e ir en busca de su alma, continuar su lucha silenciosa, en contra de ese monstruo aterrador, conocido como depresión.

La cena

Era su momento favorito del día. El momento en el comedor del hospital en el que podía ver a todos sus compañeros, y, a falta de palabras por parte de K., ellos hablaban.

V era una tacoma. Su pijama siempre tenía gotas de sangre de cuando se abrían sus heridas más recientes. En su piel no había un lugar sano. Todo era carne viva. K. no se atrevía a mirarle las manos mientras comía, pues, si el pijama se levantaba, podías ver muñecas ensangrentadas que no podían curarse si se abrían una y otra vez.

N. era una farmacia. Conoció a K porque, antes de llegar, se había tomado todas las pastillas que había encontrado en su casa. Tranquilizantes sobre todo, pero también antipsicóticos, relajantes musculares, antidepresivos… más de veinte blisters en su estómago. Por lo que le había contado a K., antes de estar allí, había ido a otro lugar, en el que le lavaron el estómago, pero no el cerebro. Tenía la idea de volverlo a hacer.

Y así siguieron, hablando y hablando mientras K. escuchaba. Pero, en un mundo así, ¿quién quiere decir palabra? Se preguntaba él.

Finales que marcan nuevos comienzos

Buscaba esperanza, una sonrisa agradable…, un motivo para seguir viviendo. Pero, solo veía gente acelerada y estresada.

Caminando me encontré a mi misma en aquel lugar… Sentía paz, ¡por fín, el sufrimiento se acabaría!

¿Qué haces?- escuché una voz conocida.

No te importa- respondí tras comprobar que era Pablo.

¡Cobrarde! ¿Qué quieres hacer? ¿Suicidarte?- vaciló.

¿Cobarde yo?- respondí. ¡Acércate!

Dudó un segundo.

¿Serías capaz de tirarte desde aquí? No mientas, no están tus amigos.

La seriedad le invadió.

No - admitió.

Entonces ¿le temes a la muerte? ¿Quién es más cobarde ahora?

¿Por qué no te asusta morir?

Porque será el alivio de mi dolor…- aclaré.

Lo siento.

Un lo siento no arregla años de sufrimiento…

Solo bromeaba contigo en clase. No creía que te lo tomaras tan en serio.

No son bromas, es bullying.

Mi padre me abandonó… Creía que sí hacía a la gente reír me iban a querer…

Sus ojos se humedecieron.

Lo siento mucho…- repitió.

Me tendió su mano.

Desde ahora seré tu amigo…

La rechacé.

Te lo prometo.

Algo en mí quería creerle y seguir aferrándome a la vida. Finalmente, acepté su mano y nos abrazamos.

Todo va a ir bien, estoy aquí para ti…

Mi cuarto

- ¿Miguel? Voy a pasar.

- Mamá, te he dicho mil veces que no me gusta que entres a mi cuarto.

- Hijo, ¿qué tal estás? ¿cómo has pasado hoy el día?

- Como siempre mamá, bien.

- Desde que empezaste el instituto te veo más cansado. Más serio, ¿de verdad va todo bien? Puedes contarme lo que quieras. No me voy a enfadar.

- Mamá estoy bien. Voy a estar bien.

- Soy tu madre y siempre lo seré. Hayas hecho lo que hayas hecho.

- Ya lo sé mamá, no te preocupes. Está todo solucionado ya, aquí en mi cuarto estoy bien. Nadie me molesta y puedo veros todos los días.

- Miguel, te echo tanto de menos...

- ¿Sabes mamá? En realidad sí me gusta que entres a mi cuarto. Me siento mejor y más calentito cuando vienes a verme aquí. No sé por qué, pero últimamente siempre tengo frío... Ojalá lo hubieses hecho antes, cuando sí estaba.

- ¿Sabes hijo? Me gusta fingir que de verdad hablo contigo, cariño. En este cuarto siento que estás presente, aquí, a mi lado. Eres parte de mí, ahora y siempre. Ojalá hubiese hecho esto antes, hijo mío.

El corazón de Lilith

Una pequeña de brillante sonrisa gustaba de coleccionar rocas. Lilith era su nombre, y alegraba a todos con su sonreír, sobre todo cuando añadía una piedra más a su colección. Mas, todo cambió cuando halló una pieza de oscura obsidiana, pues esta al sostenerla, no sintió gozo, sino de pesar.

Llevó la piedra a su hogar, y se la mostró a su mamá. Tras observar el inusual objeto, sonrió y le dijo:

- Amada hija mía, esta no es una piedra cualquiera, esto es, en realidad, un espejo.

- ¿Un espejo?-preguntó sorprendida Lilith-.

- Sí, Lily, así es -respondió paciente su madre-. Los espejos que tenemos en la sala, en los dormitorios o sobre el lavabo, reflejan nuestros rostros, y cómo nos vemos por fuera, pero este pequeño trozo de vidrio natural, puede reflejar lo que tú sientes en el interior, yo lo llamo, un espejo del alma.

- Pero, ¿por qué me siento así al verlo?, yo siempre sonrío.

- Ese es el problema, cariño mío. Sonreír siempre, también lastima. Está bien llorar y sentirse triste, todos pasamos por momentos dolorosos, lo importante es saber que no estamos solos, y que siempre hay alguien dispuesto a extender una mano.

El héroe del día

Se había convertido en el rey del disimulo matinal. Todos conocían su crítica situación, y por su edad lo complicado que sería volver a contratarlo. Los vecinos lo miraban con ternura por su combate diario, y por haberle ganado la batalla a la desesperación. Aquella negrura insoportable que lo tuvo preso los meses siguientes a su inesperado despido. Siempre que salía de la ducha, después del afeitado y antes de salir del baño, le dedicaba al cristal empañado un disparo que siempre acertaba en la diana dibujada. Con el café en la mano, y la cartera en la otra, masticaba la tostada rápidamente, les daba un beso a los chicos que desayunaban sin inmutarse, absortos mirando el móvil. El otro mimo era para ella, que lo despedía apoyada en el marco de la puerta con la habitual tristeza de todos los días. En el ascensor, empezaba a aflojarse la corbata, y a las pocas horas de salir de casa nada quedaba del pistolero triunfador. Se había diluido en el asfalto mientras sacaba currículos del maletín de cuero gastado. Pero el cristal se había desempañado, y una carta manchada de lágrimas lo esperaba hoy entre las emocionadas manos de su mujer.

El parri

Al igual que él,(Toño),y no hay que generalizar sin fundamento, en el transcurso de su vida se había encontrado con mucha gente al borde de la desintegración mental, pero como se suele decir en el argot popular, la poca lucidez que les quedaba les había salvado ("!comodines!, por ejemplo: lectura, deporte, paseo campirano o citadino,...si quieres , tú puedes).

lunes, 20 de noviembre de 2023

Por mí y para mí

Aprendí a ver la vida de otra manera cuando me di cuenta de lo innecesario que era escuchar la opinión de los demás.

Es inevitable la relación entre seres humanos, claro está, pero muchas veces esa relación nos transmite cosas que no necesitamos en nuestra vida, sobre todo opiniones negativas. Muchas veces juzgamos y prejuzgamos sin darnos cuenta del dolor que podemos causar. No es difícil pensar las cosas antes de decirlas.

Solían decirme desde que tenía seis años que era "rellenita", que mis dientes estaban torcidos, que tenía los ojos enormes, todos comentarios sobre mi forma física. ¿Qué más le da a la gente como sea yo? ¿Es que si engordo van a ganar menos dinero? ¿O va a irles mal en su día? Basta ya de prejuicios.

La vida cambió cuando aprendí a decirme que mis ojos grandes eran perfectos, que mis dientes podían arreglarse con un poco de ortodoncia si quería, que se podía estar en la forma física que más me apeteciera siempre y cuando me mantuviera sana. Aprendí que las cosas se hacen por y para uno mismo. Aprendí a escucharme a mí misma.

Amarme

Diego se fue hace unos días.

Aunque lo extraño muchísimo, mi mente y mi corazón están muchos más calmos.

¡Cómo solemos ignorar el bien que hablar le hace a nuestra salud! Y ni decir de las sesiones y orientaciones de la psicóloga. La salud mental es tan menospreciada y dejada de último, cuando debería ser lo más importante, porque de nuestros pensamientos se desprende cómo vivimos la vida.

Ojalá, lo hubiera hecho mucho antes.

No sólo soy una persona altamente sensible (PAS), también tengo un tipo de trastorno dismórfico corporal, que me hace autopercibirme de una forma distorsionada. No es culpa mía, ni de alguien de mi entorno, no es por un trauma, sólo mi mente se formó así. Sí, evidentemente los estándares de belleza latina, no ayudan, pero al menos he podido entender qué es lo que me pasa y comenzar a trabajar con el autodesprecio.

Combatiéndolo con autocuidado. Con una buena alimentación, con ejercicios, con afirmaciones positivas sobre mí. Parece mucho para una adolescente, pero quiero ser, quiero vivir una mejor vida, y habrá días malos, donde querré mandar todo a la mierda. Pero, esta es mi decisión, mi camino ninja. Mi luz y mi meta.

Amarme.

Antes de que sea demasiado tarde

—Cuando te das cuenta de que la verdadera batalla no está entre el "no lo hagas" y el "hazlo" que hay en tu cabeza, es cuando has empezado a sanar.

—¿Y ya está? —Chasqueo la lengua con disgusto—. ¿Ese es tu consejo de mierda? Enhorabuena, viejo. Tal vez fueras para filósofo y te quedaras a medio camino. —Le doy una palmadita en la espalda, una burla en toda regla, mientras sonrío sin rastro de humor—. No voy a hacerlo.

Miro el bote de pastillas que hay sobre la encimera, uno que he abierto casi sin darme cuenta.

—Eso no tienes que explicármelo a mí —me recuerda. Su voz es un arrullo para los sentidos.

Cuando se está dando la vuelta para marcharse, aprieto furioso el puño y le increpo:

—¿Por qué, eh? ¡Solo quería morir en paz! ¿Por qué no puedes dejarme hacer ni eso, viejo entrometido?

—Porque hace años me hubiera gustado que un viejo entrometido ayudara a encontrar su luz a mi hija. Por desgracia, yo no llegué a tiempo. Nadie lo hizo. Y ahora, ya es demasiado tarde…

Convivencia

Conocí a Lucía hace algo más de un año en esas exigentes clases de violín, a las que ella acudía obligada por sus padres. Algo vi en su mirada que me invitó a acercarme tímidamente. Y desde ese momento, hemos sido inseparables. Cada día y, especialmente, cada noche, hemos estado juntas, dándole vueltas a esto y a lo otro sin llegar nunca a ninguna conclusión coherente. He sido tan feliz con ella…

Pero ya no es la misma. Y sé perfectamente cuándo empezó todo: con las visitas a esa tal Marta los martes a las cuatro. El primer día fui con ella y no dejé de agarrarla fuerte todo el tiempo mientras hablaban. Tras algunas sesiones, no me permitió cruzar el umbral y ahora va sola. Hoy nos hemos cruzado en la Facultad y ni siquiera me ha mirado. Pensé que tal vez no me había visto pero cuando he llamado a la puerta de su habitación esta noche, no ha abierto. Y sé que estaba allí. Siento que toda mi existencia se desvanece y es curioso porque, simultáneamente, Lucía tiene un brillo especial y derrocha una seguridad en sí misma que me apaga a su paso.

Diario de tu vecina

Siempre tarde, siempre en el momento equivocado, siempre tocando el timbre cuando no hay nadie en casa, siempre a punto de enviar el mensaje cuando la batería se acaba y el móvil se apaga de repente. ¿Alguna vez seré oportuna? Me pregunto si algún día tropezaré y caeré en la fortuna, si alguna vez el espejo me regalará una sonrisa, aunque sea torcida, aunque sea amorfa, aunque sea borrosa. Me pregunto por qué no puedo desterrar la opresión que embarga mi pecho, y me pregunto por qué estoy aquí, por qué llenando este espacio que no creo merecer, lugar que ni siquiera me gusta. Porque sí, me gustaría ocupar un rincón pequeño, tan diminuto como el que abarca una hormiga, desde el cual poder mirar el mundo, escondida entre losetas de caucho que alfombran parques infantiles siempre vacíos. Y no, no temo que me pisen, pues ya lo han hecho, ya lo has hecho. Lo has hecho cada vez, con cada mirada, con cada susurro sobre mí que ha escapado de tus labios. Me pregunto muchas cosas, pero mi principal pregunta es: ¿Eres consciente de lo mucho que puedes dañarme?

¿Y ahora qué?

Los blisters están vacíos en el suelo, a la botella tampoco le queda agua. Ella supone que para tragar treinta pastillas se necesita bastante líquido.

Se sienta en el frío suelo de su habitación. Tiene cuatro horas, bueno, un poco más. Solo le queda esperar. Algo que se le da muy bien porque lleva toda la vida aguardando este momento.

Entonces surge algo que no había previsto: el miedo a lo desconocido. Toda su vida estaba segura de que la muerte era el final, pero, ¿y si no lo es? ¿Significa que hay más camino que recorrer? ¿Las pastillas no te permiten el descanso eterno? Su cuerpo empieza a temblar. Hasta ahora había estado impasible, no lo dudó en ningún momento. Pero ahora, con el trabajo hecho, teme que entre los cálculos, la igualdad "pastillas = fin" no sea cierta.

¿Y ahora qué hace? ¿Se arriesga y confía en sus ecuaciones? Demasiadas incógnitas para resolverlas todas en unas pocas horas.

Decide buscar algo que le diga qué hacer. Pero está sola. Así que toma una decisión, puede que se arrepienta, puede que no, eso ahora no lo sabe. Pero pase lo que pase, continuará adelante.

La Noticia

Fue como si mi vida entera se hubiese derrumbado. Me aterré. No podía creer que aquello estuviese sucediéndome a mí, en carne viva. Intenté buscar culpables, pero resulté ser el único. Me sentí ultrajado por mi propio ser. Traicionado. Me odié.

Me convencí de que mi vida había terminado. Parecía que mis alegrías, mis sueños, y hasta mi personalidad, ya no me pertenecían. Dije mi nombre en voz alta y sentí dolor, un luto por mi antiguo yo. Comencé a llorar y me pedí perdón muchas veces. Traté de entender en quién me había convertido ahora. Todo se veía extremadamente difícil. Ya no quería existir.

Tuve suerte. No pasó demasiado tiempo hasta que reaccioné: necesitaba hablar con un verdadero amigo, desahogarme, quitar las toneladas emocionales de mis hombros. Me levanté. Me costó muchísimo. Me daba vergüenza, miedo, creí que me rechazaría de inmediato. Pero no fue así, fue todo lo contrario. A medida que hablé, mis temores se hicieron más pequeños; mis problemas más ligeros; mi angustia se transformó en poder. Me sentí querido, encontrado. Esta novedad no me derrotaría, así no sería mi historia. Ese día recibí el mejor abrazo de mi vida. Mi gran vida, la de siempre.

Cuando el sueño regresa

No imaginé en mi vida...enfrentar está situación y que el otro fuera un ser querido.
_No logró conciliar el sueño -dijo mamá.
_¿Desde cuando sucede?-pregunte.
_Hace un tiempo -respondio.
_¿Realmente, qué ocurre?-dije.
Habló.
Con voz parsimoniosa.
_En las noches -dijo.El reloj marcando las horas y yo con los ojos abiertos, entonces llegan los pensamientos feos. El sueño desde una esquina invitándome tomar un frasco de medicamentos. Miró el reloj y me salva la llegada del crepúsculo.
Anuncié.
_Necesitamos el criterio de un médico.
La consulta.
_Tu mamá presenta un problema de salud mental.
_¿Algo grave?
_Nada que no se pueda remediar.
_Doctora, ella no ha presentado síntoma de demencia senil.
_Su estado responde a otros factores.
_¿Qué hacer?
_Necesita un cuidador voluntario.
_Yo me ofrezco.
Para evitar el insomnio y la idea del suicidio establecimos un horario con dieta balanceada
Incluidas las frutas. Iniciamos la práctica de ejercicios físicos. En las tardes, juntos leímos los cuentos de Julio Cortázar.
_La lectura me relaja - decía y añadía ¡Pum! Adiós al estrés.
Cuando el sueño regresa la vida se nos ofrece con hermosos colores.

Profe

Al poco de entrar en primero de primaria, mi profesora me dijo que le recordaba muchísimo a su hijo, siete años mayor que yo. Me lo repetía cada poco tiempo. Cuando llegó el momento de dar el salto a secundaria tras seis años con ella como tutora, me deseó suerte y me volvió a hablar del hijo al que tanto me parecía.
—Igual te lo encuentras por allí. Solo tiene un año más que tú.

Cursando bachillerato volví a cruzarme con ella por el pueblo. Estaba como siempre. Recuerdo que me contó que su hijo, tres años menor que yo, se parecía muchísimo a mí de pequeño.

Intercambiamos contactos y seguimos hablando periódicamente hasta que, ya en la universidad, quedé un día en visitar su casa y conocer a su hijo, al que ya le llevaba ocho años.

Me recibió, me mostró la casa y fuimos al cuarto del niño: reluciente, los juguetes en las estanterías, la pared repleta de pósteres, pero ni rastro de él.

—Qué raro, no está aquí… —me dijo mi profesora.

Le apreté el hombro con la mano. Estaba a punto de echarse a llorar.

—Profe… no pasa nada por decir que ya no está.

La chica del espejo

Permanezco quieta, en silencio, como si nada y a la vez se fundieran por igual. Siento que no pertenezco, que en esencia no tengo ningún lugar al que volver después de la tormenta, del desastre.

Y me pierdo, porque no sé a dónde ir, a dónde volver o si alguna vez hubo un lugar.

No recuerdo desde cuando me hice tan frágil, cuál fue el punto de partida, de inestabilidad.

Lo único de lo que soy plenamente consciente, es de que me ahogo, me ahogo en silencio, y no sé nadar, hace tiempo que olvide como hacerlo.

Miro a ambos lado en vano, no hay nadie que me pueda salvar de lo que se avecina.

Pero esta ahí y me mira con ojos de furia, en su mirada no hay compasión alguna, me detesta, por ser tan frágil, por estar tan rota. Siempre había evitado el contacto directo con ella, no lo soporto.

Pero hoy se acaba todo eso, cojo el filo con el que tantas veces había marcado mi piel, y la golpeo una sola vez, con eso es suficiente, mi peor enemiga se hace añicos. He acabado con mi oscuridad, quiero ver la luz.

Él no te ama

Más de un año desde la ruptura ella nunca pensó que tuviera tanta fortaleza. No podía permitirse el lujo de flaquear, principalmente por sus padres, por sus hijas y por ella misma.

El hombre que fue su pareja durante ocho años no quería dejarla marchar. Obsesionado con ella, sus mensajes daban pavor. Audios suplicando, amenazando, surrando o gritando.

Ayer me llamó llorando desconsolada. Le bloquea pero se hace cuentas nuevas para volver a acosarla. Está aterrorizada y sobrevive a base de ansiolíticos y somníferos.

Fuimos a tomar un café. Me contó que se quedó paralizada mientras echaba gasolina al coche, minutos antes de nuestra quedada. Vio un poco apartado a un hombre fumando que al principio le pareció idéntico a él. Se quedaron mirando unos segundos hasta que por fin vio que no era él. Aún así, temblaba mientras sus manos rodeaban la taza en la cafetería. Menos mal que vive a miles de kilómetros. ¿Pero, quién sabe?

Él le dice que no tenga miedo porque la ama y jamás le haría daño.

Y yo le digo a mi amiga, que alguien que te quiere, nunca te haría pasar por esto, pues preferiría que fueras feliz.

Lunáticos

Vivíamos en una fábrica abandonada.
Cuando llovía, el sonido de las gotas chocando en los techos de chapa era tan atronador como agradable.
Un colchón en el suelo.
Nuestro hogar siempre olía a café recién hecho.
Unas cajas de madera como mobiliario y velas. Muchas velas. De vainilla.
Nunca habíamos sido tan felices.
Nos gustaba mirar la Luna por las noches. Ella siempre decía que, cuando fuéramos ancianos, viajaríamos hasta la Luna y viviríamos allí eternamente.
Nada podía con nuestro amor…
Hasta que algo pudo.
Esa sombra negra que se cernió sobre nosotros y se instaló en su cabeza.
Pasaban los días y la mujer que una vez conocí iba dejando de ser.
Las velas ya no alumbraban lo suficiente para contrarrestar la oscuridad que lo cubría todo.
El sonido de la lluvia en las chapas del tejado se volvió ensordecedor. Tanto que, una noche de tormenta, ella no pudo soportarlo y decidió irse.
De nuestra fábrica abandonada. De este mundo. De mi lado.
Sé dónde está y, cada vez que sale la Luna, la saludo y le susurro que pronto nos veremos, enciendo una vela de vainilla y preparo café mientras escucho el sonido de la lluvia.

Nife. "Silencio"

Caminábamos caminos de locura, unidos y apretados en silencio. Mas los años pasaron, sin apenas estridencias, dejando una estela de recuerdos. Y un día en silencio nos miramos y, de pronto, ya viejos nos vimos. Y la parca vino a visitarnos. Toda la vida pasé temiendo ese momento e, inexorablemente, se instaló en nuestra casa, misteriosa y mirando al suelo, sin descubrir su auténtico rostro.

Entonces no pude ni llorar. Todos decían que era muy fuerte. No era fuerza, era incredulidad. Ahora paseo por nuestra vivienda y pienso que estás en la cama durmiendo, pero enseguida caigo en la cuenta de que has muerto y rompo a llorar. Sí, ya consigo llorar. Cuando tuve la anterior depresión tú me animabas y estabas siempre pendiente de mí. Pero ahora solo Silencio y Soledad son los huéspedes de nuestra casa.

No hago otra cosa más que llorar y fumar como una posesa. Realmente, no me importa morirme por un cáncer. Si existe algo más allá de la muerte, me reencontraré contigo aunque sea en un estado diferente. Todos dicen que con el tiempo terminaré por aceptarlo. No creo. No se oye nada, es como si estuvieras durmiendo. Silencio, silencio, silencio.

Pequeños pasos, grandes distancias

Con disimulo oculta sus muñecas con unas gruesas pulseras, pero nadie en la sala se da cuenta. Espera que las miradas no sean acusadoras. Extraños que la acogen en su círculo y comprenden. Cuando termina de hablar, los aplausos la animan. Una mujer de su edad se acerca al finalizar la reunión. Tras un fuerte abrazo le dice que ella pasó por algo similar. Que debe seguir sin que esas cosas la empujen de nuevo al abismo. No existen y no le van a hacer daño. Sale de la sala. Al fondo del pasillo, un hombre sin ojos abre una boca de dientes afilados, las voces son intensas en su cabeza. Sigue caminado a paso acelerado. Al salir a la calle ve a un niño que la saluda y llora sangre. Las voces son menos intensas. Sigue hacia el coche. Su hermana la espera al volante.

- ¿Que tal ha ido?

-Bien.

- ¿Los has visto?

-Sí.

El coche arranca y al mirar por la ventanilla, dónde había visto al niño, sólo había una papelera desencajada. Suspira aliviada. Se toca las muñecas y está segura de que jamás va a volver a suceder.

Que no termine la función

-Estoy rota por dentro, no me hablen, necesito algo que me haga dormir para siempre.

Había aprendido a no dar explicaciones, intuía que para ellos eran deshonestas mis conductas, mis quejas vacías.

-Tengo un nudo que me sujeta y no me deja respirar, no soy capaz de ver la luz, las tinieblas me atormentan.

Andaba aprendiendo a vivir con ello, en mis días abocados a una montaña rusa, disfrutaba de las subidas, me perdía en las bajadas.

-Saben lo que les digo a todos, que ya está bien de estigmatizar la enfermedad mental, cuando a ustedes les duele una rodilla, acuden a un especialista y siguen un riguroso tratamiento, pues a mí me duele el alma, quiero gritar y tengo ganas de llorar, estos son también signos de una enfermedad como los dolores de sus rodillas. Ya está bien de silenciar, de soportar, nos enseñaron que la afección mental se la provocan los flojos. Pero es una enfermedad por la que se debe buscar ayuda, hoy abiertamente os digo que yo acudo siempre que lo necesito.

Julio y María ante un público desbocado en aplausos, saludan conscientes de que tal vez con la función de hoy, hayan evitado otro suicidio.

Edad francesa

Quién no tiene sueño en esta vida y querría que la utopía durase para siempre. A mi me pasó a la edad francesa, donde me hice muy amiga de una chica a la que halagaba. Resulta ser un recuerdo angustioso. Me acabó dando dificultades a corto y largo plazo para abrirme entre más gente a pesar de dejar de invitarla a suficientes cumpleaños míos.

Rompí la amistad y nada se pudo hacer al respecto para no salir perjudicada. Todo se acabó y querría pensar que no queda más que el recuerdo. Mi ruptura se vivió con vergüenza y deshonor. No dije nada. Ella disfrutó del subidón. Y yo me hundí en la amargura. Me imaginé cayendo desde el séptimo de mi balcón. Pensé que en esta vida, nada más merecía la pena. Aprendí a tener miedo a la gente. A rehuirla.

Mi vida y los otros: promoción de la salud mental y prevención del suicidio

Será que no puedo más, será este intenso dolor.

No me juzgues, dime qué puedo hacer para recibir ayuda...No consigo levantarme, no consigo vislumbrar un atisbo de esperanza. No me digas que no me lo plantee ya que no veo otra salida.

Cada día cae sobre mí como una pesada losa y miro cómo puedo acabar con todo. Poner fin y descansar. Me ronda una y otra vez la idea del suicidio. Tengo que anclarme a algo que me haga volver a resurgir. Simplemente quiero que me escuches cuando estoy mal, que me mires, que te sientes a mi lado.

La gente se pregunta el porqué de mi estado si, aparentemente, lo tengo todo. En mi mente no tengo nada: sólo sufrimiento.

La sociedad me ha golpeado una y otra vez. Demasiadas cosas para mi frágil mente que no he podido asimilar. Porque me has insultado cuando era niña, porque me has humillado cuando estaba luchando por emerger, porque me has acosado sexualmente, porque … por tantas y tantas cosas.

Detrás de un suicidio siempre hay una o varias historias personales y después nos preguntamos: qué le pasó?, cómo pudo ser?.

Inversión pública e información en salud mental, por favor.

Biomecánica articular del suicidio

Votaron el estómago, el ligamento anterolateral de la rodilla, las tres cabezas del hombro, el pulmón izquierdo, las cutículas de las uñas, el surco nasolabial y las cuerdas vocales. Algunos se mostraban reacios y otros no entendían qué estaban votando.

- ¿Qué ha pasado?- preguntó la vesícula al hígado-. Ayer no dormimos muy bien.

- El cerebro quiere que dentro de unos días nos suicidemos.

La bilis amarilla de aquella vesícula comenzó con su vaivén nervioso. Sin comprender, intentó proclamarse en desacuerdo:

-Perdón, pero a mí no se me ha informado nada.

Desde El Palacio del Peritoneo, el estómago tomó la palabra y trató de poner orden pero otra voz, estertórea y a la vez tensa, a la altura de la garganta, lo interrumpió: era el hueso hioides.

-A mí no me van a colgar ninguna soga al cuello. ¡Ninguna!

El cuerpo hizo silencio y solo se escuchó el murmullo de los pies que preguntaron:

-¿Las manos ya votaron?

En el Palacio de las Meninges, el cerebro permaneció en un sigilo lamentable.

Al pasar dos días, se contaron los votos: los tejidos habían votado "sí". Sí a la vida, aunque doliera, aunque mañana terminara el mundo.

El cuerpo había hablado.

Cita Confirmada

Y pase de no sentir nada, a sentirlo todo, ahora no sé si estoy mejor así o como estaba…vacía sin nada por ambicionar ni querer.

Días encuentro sentido a todo, tengo la fortaleza de seguir, y otros simplemente estoy al borde del suicidio, evitándolo solo porque ellos están aquí. Necesito dejarlos seguros, arreglarlo todo, dejar lo que más pueda en paz, y en el fondo tengo la esperanza que mientras dejo todo en orden, la terapia haga su trabajo. Entonces empiezo a escuchar el ritmo de mi respiración acelerarse, el pánico está a unos centímetros de mí, y no puedo correr, no tengo a dónde, nadie va a venir a protegerme ni ahora ni después. -piensa confundida entre su pasado y su presente, luchando con todas sus fuerzas por quedarse en donde está. Ha sido una mujer fuerte y valiente, escucha cada semana y empieza a creérselo, pero no sabe por cuánto tiempo pueda permitirse esta vez serlo.

A casi dos horas de su última crisis se encuentra tendida en la cama, casi casi derrotada, pero con los ánimos de hacer una llamada, la que siempre se dice será la última.

-Quiero confirmar la cita con mi terapeuta, gracias.

Pretérita

Me detengo en el presente. Al fin, presente. Ahora todo es quietud, cicatrices blancuzcas y tempestad contenida. La oigo lejos y sé, o intuyo, que no podrá hacerme daño desde tal distancia. Miro al canario, aún sin nombre, sin etiqueta, sin diagnóstico ni identidad, yendo de un lado a otro en su jaula. Compré la más grande que me permitieron estos metros cuadrados. Lleva conmigo tres días, canta con un volumen tan bajo que apenas alcanzo a escucharlo. Es tímido. Salta por toda la superficie que puede habitar, como yo.

Súbitamente, interrumpen su melodía mínima: por la ventana se cuela el grito de alguien. No sé si es risa tremenda o puro llanto. En todo caso, esa fricción en la garganta es quejido de cuerpo ante un exceso. Exceso de júbilo o de pena. Se me erizan los vellos del brazo al recordar mis pasadas abundancias. Me reconozco en la demasía que albergaba aquel grito. Yo: grito, redundante y pretérita. Busco entre las calles al culpable, si no víctima, de la tempestad que no se contuvo, de la herida sanguinolenta. Nada. No encuentro más que el sol escondiéndose entre los edificios. Tengo que tapar al canario.

jueves, 16 de noviembre de 2023

Rafa, ¡Despierta!

Que la máquina te asigne el número cuarenta para ser atendido siempre es una mala noticia. ¡Ni para entrar en el cielo esperaría tanto! A Rafa, este pensamiento le hizo gracia. Y es que tramitar los papeles para cobrar el paro le parecía una forma, aunque fuese provisoria, de alcanzar el paraíso.

Llegó su turno y la conoció. «La espera resulta sanadora», le susurró la funcionaria cuando percibió la ansiedad. «Lucía, un ángel, sin duda», pensó. La funcionaria irradiaba belleza, chispeaba alegría, iluminaba a las personas que, como él, se cronificaban en el desempleo. Meses de relación, de nuevo la vida cobró sentido; ambos maduros en el desamor, sin ataduras. Bueno, él enseguida le pidió matrimonio, formalizar la relación. Ella salió corriendo.

Decidió que esa sería la última vez que los nervios le arruinasen la vida. Contó las pastillas: cuarenta. ¡Macabra coincidencia! Tragó la primera… Entonces recordó la frase de Lucía y el sentido que encerraba: todo suicida es un adelantado, un negacionista de la espera. Apartó las pastillas y postergó la decisión. A fin de cuentas, la espera en la cola del paro le había premiado con un trozo de paraíso. ¡Quizá otro estuviese por llegar!

 

Alguien más te espera

Él llegó en silencio y la encontró con su mejor amigo. Se le desmoronaron los sueños de llegar juntos a viejitos. Lo único que quería era desaparecer y no sufrir las burlas de los vecinos, no quería escuchar las condolencias de los familiares, ni vivir el terror de una mudanza ante la mirada de ella. Allí callado, en un pequeño pasillo que conectaba las habitaciones de su hogar; pensó en dispararles y después por supuesto, dispararse a sí mismo. Como buen escolta, siempre llevaba consigo el arma en la cintura. Tenía todas las posibilidades a su favor. Pero, justo en ese instante de sombría oscuridad, llegaron hasta ese lugar las oraciones de una joven que diariamente hacía rituales para atraer al amor de su vida. Una hermosa luz lo rodeó y suspiró; sin saber lo que le estaba ocurriendo, sin saber que pensar. Solo sintió en su corazón que alguien lo esperaba y debía ir en busca de ella. Entonces arrojó a propósito, un matero al suelo, para que se asustaran y tal vez, les diera vergüenza. Caminó hasta su auto y arrancó. Rumbo a construir una nueva vida al lado de esa que suspiraba por él, sin conocerlo aún.

El siguiente minuto

No lo entiendo muy bien y no voy a fingir lo contrario. Yo nunca he sido muy lista. No, es verdad, nunca he sido muy lista. Pero amo la vida y, sobre todo, te amo a ti. Sí, no me mires de esa manera, claro que te quiero, en las alegrías y en las penas, ¿recuerdas? Especialmente en las penas, porque ¿qué mérito tiene amar lo perfecto?

Anda, ven aquí, que yo no sé cómo será mañana, pero sí que esta noche dormiremos juntos y nos buscaremos de madrugada, para despertar de la mano como siempre: «Para no caernos y no perdernos». ¿Te acuerdas? Claro que te acuerdas, eso lo dijiste tú y qué razón tenías, así que hagamos como si amaneciera.

—¿Y luego?

Pues luego ya veremos, cariño, tampoco voy a fingir que lo sé. Yo crecí sin tener mucho, «sólo el siguiente minuto», que decía siempre papá, «pero es lo más valioso». Lo decía para que nos conformáramos como buenos pobres, pero tenía razón.

Así que, por favor, ven. Dame la mano como cada mañana y aléjate de esa ventana.