7:15 de la mañana. Apago el despertador que ahora suena con el cantar de los pájaros que grabé el sábado pasado cuando fui de excursión al bosque. 6 de enero.
Desbloqueo el móvil, ningún WhatsApp, últimamente mis amigas y mi familia están enormemente distantes. Hoy era un buen día: tenía clase de boxeo, mis dos horas favoritas de la semana. Bajé a la cocina y aunque sin hambre comí algo y fui de camino a la universidad. Tenía 23 años, compaginaba la carrera con un trabajo como camarera en un bar familiar del barrio donde vivía.
Aquel día estuve parte de la mañana en clase, aunque mis notas no cambiaron, hace poco empecé a sentirme desalentada y desmotivada, prácticamente se me hacía imposible ir a la universidad. Tampoco podía concentrarme en el trabajo, sentía que los clientes me miraban raro "¿habré engordado?" pensaba. Este pensamiento comenzó a ser tan recurrente que con el tiempo dejé de ir a boxeo, sentía que mis manos y brazos pesaban demasiado incluso para coger los guantes. Acabó el día y me fui a casa, me senté en el sofá y aunque intenté ver una serie, desde que escuché aquellos ruidos de la televisión no me atrevía a encenderla, tampoco hoy, "a ver si va a ser verdad que nos espían", pensaba. Me quedé dormida casi por aburrimiento.
7:15 de la mañana. Apago el despertador con el sonido de los pájaros que grabé en aquel bosque. 6 de marzo.
Notaba desde algunos días atrás mi cuerpo tremendamente cansado, intenté dormir más pero no pude a pesar del agotamiento. Esperé sentada en el sofá a que llegara la hora de volver al trabajo, cogí mis cosas y de forma automática estaba atendiendo a los clientes. Llevaba días sin hablar con mi madre y mis amigas estaban distantes y frías. No podía parar de rumiar sobre lo extraña que me sentía. Esa misma tarde empecé a notar el corazón acelerado, sudores fríos y las manos heladas. Me metí en el almacén a intentar respirar y la vida me obligó a frenar.
2 días después
Tumbada en la cama del hospital en el área de salud mental escuchaba como mi madre me relataba lo sucedido. Sufrí un brote psicótico. Jamás habría imaginado que me pasaría algo así. Perdí todo contacto con la realidad, mi cabeza parecía un juguete de cuerda que yo no controlaba, volaba por sí misma. Ajena a todo, el descontrol se había hecho real, fue adueñándose de mí sin ser consciente de ello. Fueron dos meses muy duros intentando recuperar la autoridad sobre mis pensamientos, gracias a la ayuda de gente que conocí allí, profesionales y pacientes, entendí todo: mi realidad no era la única, simplemente fue parte sesgada de algo más ingente y complejo.
Y así es como la salud mental atravesó mi vida como una daga ardiendo que necesita detonar para enseñarme que "en cualquier momento y a cualquier persona", que esto es transversal a la vida y forma parte imprescindible de ella.
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