Nicolás olvidó primero los colores fríos, las praderas del cielo, los campos de trigo, las aguas del mar, las hojas de los árboles, los arándanos, el lapislázuli; la esperanza misma. Todos ellos adquirieron con los años tonalidades neutras. Después, tras ser internado en la residencia para la tercera edad de Santa Dympna, olvidó también el rostro de sus once hijos, desde entonces nunca los ha visto.
Numerosas mañanas al levantarse se pierde camino del comedor, le cuesta orientarse e igual aparece por el jardín, la sala de visitas, la capilla o el excusado. La enfermera María siempre acude en su búsqueda y le indica la trayectoria correcta, aunque sabe que la olvidará pronto.
Sentado en salones anónimos, donde las horas pasan lentas y rápidos los años, espera con paciencia cartas que nunca llegan, llamadas con un timbre familiar o visitas de personas que le ofrezcan un beso.
Muere la mente, mas no el sentimiento, vive al amor aunque olvidó su historia y camina saltando sobre las escasas reliquias con vida que aún conserva de cuanto le aconteció en el pasado. Cuando eso sucede, una chispa ilumina por breves momentos sus memorias idas y aparecen, cual vuelo de luciérnagas, las personas a quienes ama dentro de su oscuridad: la madre buena, el padre protector, la bella esposa, los once hijos y Dios. De este modo transcurren los meses anónimos y opacos.
—Feliz Nochebuena. —le felicita María todos los años en esas fechas.
Estas dos palabras constituyen una señal para que su corazón imprima otro ritmo a sus latidos y para que un cambio de ánimo y una crisis de personalidad le devuelvan el pigmento a los colores perdidos y provoquen que aquel hombre, obsoleto y sin recuerdos, desaparezca durante toda la noche.
En un hecho singular, desde que Nicolás reside en Santa Dympna, entra sin llamar en casa de sus hijos por la madrugada del veinticinco de diciembre. Al pie de los árboles navideños iluminados con pequeñas bombillas de colores, percibe de nuevo los tonos vitales de la existencia, y deposita junto a los demás regalos colocados bajo las luminarias, una caja pequeña, envuelta en papel verde, con el único regalo que les puede ofrecer: Olvido.
Considera que este regalo les proporcionará toda la felicidad que necesitan para ser dichosos un año más, un bendito Alzheimer que hará olvidar a sus hijos la molesta obligación de cuidar al padre en una enfermedad que tanto exige de los cuidadores. Ese regalo es el supremo acto de amor de un hombre que siempre deseó lo mejor para sus hijos.
Nadie sabe como acaecen estos hechos y ninguna cámara de vigilancia los registra.
Después, un hombre mayor recorre los pasillos laberínticos de una residencia de ancianos acompañado por una joven mujer llamada Dympna.
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