- Aún sigue, aún sigue. Lo tengo obsesionado, van ya doce años de lo de Cuba y todos los días trae algún papel nuevo. Como si no tuviéramos poco en casa.
- Bueno mujer, él en su mundo. Mira, mucha suerte tienes que es un buenazo. Otros…. igual se hubieran ido.
- Calla, solo de pensarlo. Y hay algunos que se van, no son humanos ni hombres ni nada.
El agua corriendo entre los dedos le tranquiliza. La protección de teja en este punto del río, el tacto aceitoso del jabón y la tela rozando la piedra. Este verano es húmedo y cálido, con su propia ropa pegándose a su cuerpo. El marido de Cecilia debe de haber salido pronto esta mañana y ella está más habladora que de costumbre.
- ¿Y tú, cómo estás? Porque esas manchas… ¿vomitó ayer también?
- Sí, mujer, sí. Esta temporada le da todas las semanas. Yo creo que va a peor, los temblores le van a más. Le da la calentura y empieza a temblar que me asusto toda.
- ¿Y habéis ido a la capital? En Arbop hay un doctor nuevo….
Cecilia misma no ha estado en la capital desde que nació Juanito hace ahora tres, no, cuatro años. Pero ahora el marido conduce uno de esos automóviles para alquilar, llevando señoritos a la capital.
- ¿Y cómo lo vamos a pagar, Cecilia? Mario en la diputación no gana ni tres pesetas.
¿Y qué importa? Tres o treinta. Todos los días vuelve de la diputación e insiste en enseñar a leer a Mario pequeño. Inconsciente de la limitación mental de un niño al que nunca quitará el sueño el desastre de Cuba, que nunca soñará con la hija de nadie y al que nunca echarán del seminario.
- Y con toda la uva de tu padre…
- A ver, por dinero no es y llevar lo hemos llevado a Montagüado.
- ¿Y qué os dice?
- Que los temblones son una etapa del crecimiento y que no todos los niños tienen que aprender a leer.
Presiona la tela contra la piedra, aprieta sus manos para escurrir el agua y la rabia. Cada día pone todo el peso de su cuerpo contra el algodón y se inclina hacia delante y hacia atrás.
- Seguro que se le pasan pronto. ¿Está con tu padre ahora?
- Oh, sí, están todos que empezamos a recoger la uva. Mario no carga nada, pero con los primos lo meten en el barril grande a pisarlas.
Es verano de 1910. Ramón, Julio y Mario pisan uvas dentro de un barril de castaño. Sobre el hollejo blando los tres cojean como Mario. Los tres ríen frenéticamente sin hablar y los tres gritan sin miedo cuando aparece un escarabajo. El alpendre que los cobija multiplica y mezcla sus voces y, a lo lejos, su abuelo no puede diferenciar a Ramón, a Julio o a Mario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario