La primera palabra que le viene a la mente es soledad, esa que conoce desde siempre, soledad con gente, soledad consigo, soledad de lunes y de viernes, de día y de noche. Ha aprendido a entenderla, a saborearla en todas sus facetas, incluso a disfrutarla por momentos, cuando se siente tan miserable que no quiere moverse de la cama, asomándose entre los sueños para ver si quizás todo ha terminado. Pero el cuerpo siempre responde y suspira, mirando ese techo que conoce tanto que podría dibujarlo sin mirar, como cuando era niño y encontraba placer en los lápices y se pasaba horas doblado sobre la mesa, cuando todo era ahora y no había ayer ni mañana.
El sol está alto, y debe ser casi el mediodía aunque tenga sabor a madrugada. La noche anterior ha intentado por enésima vez dormir un poco más temprano, y como siente que ha probado todo, pareciera que no tiene solución: su alma, esa que duele por ser, quiere estar de noche, ama el silencio de la ciudad cuando duerme pero odia el silencio de la mente y no la deja descansar, recordando cosas que mejor olvidarlas, y planteando futuros que son terribles, llenos de dolor y angustia, abundantes en sentimientos de los que no se salen del cuerpo y permanecen allí, esperando que algo los despierte y vuelven a aparecer, como los invitados sin invitación de la fiesta, camuflados entre la gente y mirando todo desde arriba.
Cuántas veces ha tratado de explicar algo que no tiene explicación, ya no sabe, aunque no fueron tantas y siempre aparece alguien con un nuevo plan, terapia, curso, salir a caminar, o quizás todo junto. Pero salir de la cama es difícil, si no imposible para él, que encuentra allí ese calor maternal que perdió hace años, que esconde su ser debajo de esas sábanas y espera que el tiempo pase, quizás, no sabe pero sospecha, haya luz al final del túnel, quizás.
Es otro domingo más de madrugada, ha dormido o no, imposible saberlo, pero está amaneciendo y debería dormir, pero no quiere, está tan cansado de sí mismo que prefiere permanecer despierto hasta que los ojos duelan y el cerebro parezca tan nublado que se pierda en otra persona o en él mismo, pero como cuando era niño y dibujaba sin pensar y sin saber, donde existir no se sentía como un aguja en el centro del ojo. Y toma un bolígrafo azul y empieza a escribir, algo que si alguna persona lo entendiera, lo haría sentir mejor.
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