Te escribo a pesar de Cesar, claro, que siempre está con lo mismo, con el paso del tiempo, con que necesito ayuda, que la salud mental hay que cuidarla y todo ese rollo.
Como si yo no supiera que algo te pasa conmigo, muñequita, y por eso no venís; algo, no sé, vaya a saber qué ofensa para dejarme así esperándote. Porque si algo te gustaba era que yo estuviera a tu lado; yo, tan inquieto, tan bobo, tan distinto a los que huían de tu silla de ruedas.
Además, ¿a mí qué me hacen Cesar y el resto?, si jamás me importó un carajo la gente.
Quererte era tan fácil…; como tan difícil sacarte una sonrisa, esa que yo te provocaba de puro bufón y a morisqueta viva, para que se asomara tan tímida en tus dientes, como una llovizna, una brisa, una cascarita de durazno en la arena. Lo demás: un placer. Te arrancaba de los dedos el libro de historia –ese que te tragabas tarde a tarde, para dar la materia libre- y te llevaba a ver una de Errol Flynn al cine donde el taradito de la entrada ponía excusas para no dejarte ingresar con la silla. Si lo habré puteado por vos…
Si hasta fingir era lindo. Hasta disimular tus lágrimas cuando aparecías untada de no sé que mierda con olor a eucalipto, y ahí yo dele hacer piruetas hasta robarte una carcajada.
Te esperé tanto aquella tarde… Pero no viniste. Pensé de todo: un enojo, tu familia, el médico. Mi vieja no me dejó salir. Yo pegué la boca en la ventana; cerca de tu casa vi gente, flores, murmullos que llegaban deformados, coches negros.
Te esperé, te esperé, te esperé…
Alguna vez he vuelto a verte, o al menos eso creo. Siempre de lejos. Estás igual, aunque sólo alcancé a distinguir tu pelo castaño. Te chisté, te llamé por tu nombre, pero la gente que te lleva parece mirarme como un chiflado y el final es siempre el mismo: tu figura difusa que se pierde y yo gritando "¡vení esta tarde!".
Ni sé para qué te lo escribo, si ya lo sabés; siempre termino triste, porque jamás me hacés caso y me quedo con los alfajorcitos de maicena sin tocar. Y para no darle la razón a Cesar que dice que estoy medio loco, salgo a caminar por Buenos Aires pensando en nada. Pensar en nada…, sí, se puede; es tan lindo olvidarse de todo. Lástima que siempre te interrumpe alguien…, qué sé yo, una viejita, un chico corriendo, o una encuestadora que te acosa: ¿Cuál es su edad? ¿Qué perfume usa? ¿Qué actor de cine admira actualmente?
Mirá qué pregunta…Y yo, de puro idiota que soy, todavía se la contesto: Errol Flynn, piba; Errol Flynn.
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