martes, 11 de mayo de 2021

Anestesia psicológica



Diez. Nueve. Ocho. Mi cuenta atrás apenas alcanza tres números para sentirme anestesiada. Lo digo porque tengo un cerebro de lo más lindo. Borra lo que le da la gana. Y me deja recordar lo que me gustaría borrar de un plumazo. El doctor habla de doble personalidad. Como si dentro de mi cerebro viviéramos dos personas diferentes. La apocada. La dominante. Una por vez. La una no conoce a la otra. ¿Dos Marguerite? ¡Manda huevos! Si con una ya me cuesta ir tirando. Hoy ha sido ese olor a cerveza agria. Menudo viaje. Al menos al principio he entrado en pánico. Después no recuerdo como le he sacudido con el zapato. Al doctor digo. Estaba muy enfadado, él que normalmente es de lo más calmado. Ha preguntado si me tomo la medicación. Y le ha dicho a mi madre que igual convenía ingresarme. Por seguridad -ha añadido. Mi yo apocado le ha suplicado. Que para encajar las piezas del rompecabezas no hacía falta hipnotizarme. Que solo era cuestión de tener paciencia. Probar a darle la vuelta del derecho y del revés hasta encontrar el sitio. Que soy una tía aplicada y le traeré los deberes hechos. Lo de concentrarme en los signos. Lo de respirar profundamente. Lo de buscarle el lado bueno a las cosas. Entiendo por donde va. Si la parte apocada se libera y la dominante se retrae, puedo volver a ser solo Marguerite. Cuando deje de escuchar los gritos de papá y esconderme bajo la cama todo volverá a ser como antes. Propone terapia de grupo. Con otros tan relocos como yo. Se van presentando. Una enseña las muñecas cortadas. Otro habla con Napoleón. Un tercero ni habla, solo llora. El cuarto tan pronto ríe como se encabrona pataleando el suelo como un crío. Los miro sin dar crédito. ¿Quién está loco, ellos o yo? Y es entonces cuando mis piezas encajan. Siento el cerebro como recién amueblado. Como si quisiera huir de golpe hacia la felicidad. Tres. Dos. Uno. Despierto. Marguerite a secas.

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