martes, 11 de mayo de 2021

Abro los ojos


Abro los ojos: la luna llena sigue ahí, luna de viernes santo. En la calle no hay nadie. Intento escapar del sueño, como he hecho otras veces. Pero de esta pesadilla cuesta demasiado salir. Es imposible porque todo ha sido real.

Mi pie derecho cuelga, inútil. La angustia se mezcla con un pensamiento confuso. No queda otra que pedir auxilio.

—¡Socorro!

Pero nadie sale en mi ayuda. ¿Qué ha pasado? Empiezo a recordar: me he tirado por el balcón.

Mejor dicho: me he descolgado al intentar escapar. Pero ¿por qué? Alguien me perseguía. Mi piso se estaba cerrando, como un búnker.

¿Qué hora es? Mierda, me he dejado el móvil arriba. Por suerte, sólo hay que subir una planta. No hay ascensor. Pero me las apaño, consigo subir tirando de los brazos.

Por fin el teléfono. ¿A quién llamo un viernes santo a estas horas? Debo pensar rápido. A Amparo, mi vecina que vive a… ¿500 metros? Seguro que ella me coge el teléfono, es la agente secreta del CNI encargada de reclutarme. Ella sabrá qué hacer. Primer pitido. Segundo pitido….

—Dime.

Menos mal, lo ha cogido.

—Tienes que venir a mi casa. ¡Ya!

Seguro que entendía la orden.

—¿De qué hablas, tío? Estoy en un concierto.

Respiro.

—Amparo, tienes que venir. Me he tirado por el balcón. Creo que me he roto la pierna.

—¿Cómo? ¿Qué ha pasado?

La pregunta me bloquea. No puedo explicarle nada. Mis pensamientos son muy confusos.

—Amparo…

—Voy para allá, no hagas nada.

Amparo llega y se encuentra las paredes de mi apartamento completamente cubiertas de hojas de papel en las que, en los últimos días, he ido apuntando ideas y proyectos que no paraban de venirme a la cabeza. Nunca mi mente había ido tan rápido. Ella me prepara para lo que va a venir.

—Nunca te has intentado suicidar. ¿Queda claro?

Todo pasa muy rápido. Primero llega la policía, después la ambulancia. Tengo miedo. Me trasladan al hospital.

—¿Te había ocurrido esto antes? —me pregunta un psiquiatra.

—¿Esto?
—Sí, si has tenido problemas de salud mental antes —

Sigo sin entender nada. Me trasladan al quirófano.

—Respira profundamente —me dice alguien antes de colocarme el oxígeno.


Despierto en una habitación del hospital. Están mi madre y mi padre. Lo último que recuerdo es lo de la anestesia a través de la mascarilla. Mi padre está sentado en una silla con la mirada perdida. Mi madre me agarra la mano mientras me mira. No me sale decir nada. Ante ellos siento vergüenza. Mi madre coge las riendas de la situación.

—Te has roto una pierna al bajar por las escaleras de tu casa, que son muy inclinadas. Y ya está. Nadie más tiene que saber lo que ha pasado. Ni en tu trabajo, ni en el pueblo.

— Pero ¿qué ha pasado, mamá?

El psiquiatra le ha explicado que se trata de un brote psicótico, me dice. En ese momento aparece Amparo. Interrumpe a mi madre.

—De lo que no se habla, nunca sanará.

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