Sara observó a la mujer que tenía frente a sí. Probablemente no era la primera vez que la veía, pues su rostro le parecía lejanamente familiar, aunque su problema le impedía estar completamente segura de ello.
-Creo que me recuerdas a mi madre –dijo Sara.
-Qué extraño... jamás me has hablado de ella.
-Es que sólo la recuerdo en imágenes sueltas, jugando, riendo...
-Ah, es verdad… Olvidaba lo de tu amnesia disociativa… una memoria agradable la tuya. Vaya suerte, nada de malos recuerdos, ¿verdad?
-No sabría decirte. Mis recuerdos son los que son. No entiendo el significado de "malos recuerdos".
-A mí también me gustaría olvidar lo malo… Yo fui madre, ¿sabes?
La historia que vino a continuación, la del hijo pequeño listísimo y guapísimo, que se le murió de pronto, le sonó a Sara como un eco lejano.
Sabía que le sería imposible retenerla ni cinco minutos, al igual que era incapaz de comprender cualquier tipo de dolor.
Sara también tenía su propio hijo, listísimo y guapísimo, Mario. Eso lo recordaba perfectamente, porque parirlo había sido un momento feliz, a pesar de todo. ¡Cómo se metía la manita en la boca cuando le estaban saliendo los dientes! Y luego, cuando comenzó a hablar… Qué besos le daba, chillando el muá, tras decirle "¡Te quiego mudcho mami!".
¿Dónde estaría en ese momento? ¿Haciendo alguna travesura? Sara sólo recordaba las que le habían hecho reír, como aquella vez que, con cinco años, utilizó su pintalabios para regalarle un corazón muy rojo.
Cuando aquella mujer se fuera lo buscaría para preguntarle si hoy le habían ido mejor las sumas en clase, si le había tocado el turno de ser el novio de aquella niña tan mona, o si ya se había reconciliado con Albertito.
-¿No es absurdo? ¿Cómo puede morir un crío que el día anterior era solo alegría? –continuó la mujer. – ¿Cómo puede soportar un padre ese dolor?
El suicidio del marido. Era la historia que venía a continuación, recordó de pronto Sara. Era extraño y perturbador recordar algo así. Decidió distraerse de la historia fijándose en otros detalles.
Observó que la mujer vestía muy similar a ella, pero era más joven. ¿Cuántos años tendría ella misma? No lo recordaba.
La mujer siguió hablando de su esposo fallecido. Sara recordó entonces su propia boda ¡Qué nervios pasó! Pero qué día tan maravilloso.
Ya era la hora a la que solía llegar Ricardo. Seguramente le habrían entretenido en la oficina, pero era extraño porque, desde el primer día de vida en común, nunca se había retrasado a la hora de comer. ¡Cómo le gustaba comer! Era divertido verle engullir a dos carrillos. Comían los tres juntos desde que Mario fue lo suficientemente mayor para comer casi sin ayuda.
-Bueno, ¡qué tarde se ha hecho! –exclamó la mujer.
La imagen de aquella mujer triste comenzó a difuminarse en el espejo, vislumbrándose una sonrisa en su rostro mientras miraba su propio reflejo.
Ojalá no vuelvas. Déjame con mis buenos momentos. Permíteme ser feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario