Me han arrancado las palabras. Como si a un caballero templario le quitaran su armadura y le enviaran al campo de batalla hacia una muerte segura o como si a un cirujano a punto de operar a corazón abierto le robaran el bisturí.
Me han dejado sin palabras. Lloré en el cementerio de los libros que no escribí, ríos de tinta y busqué en otros textos lo que no podía emanar de mi interior.
No hay nada más jodido que un escritor con depresión. Una palabra que destruye todas las demás. Y ahora, ¿qué hago? ¿Cómo me gano la vida? Si mis personajes han huido de aquí y las páginas en blanco se desdibujan como mi cuerpo entre las sábanas, todo el día, toda la noche, duermo y no tengo sueños. Lo intento superar, mis personajes se merecen una historia, todos han muerto. Me veo con una libreta en la parada de autobús mientras los transeúntes se preguntan qué hago: imagino sus vidas porque siento que perdí la mía.
Un verdadero desastre, tengo arrugas en la frente de estar con el ceño fruncido, y leo, leo mucho para inspirarme, pero esos personajes me dan envidia: tienen una vida que yo ya no tengo. Como si me hubieran puesto unas gafas de sol en un oscuro día de invierno, busco las letras, sílabas, tiro del mínimo hilo de las ideas pero no consigo pescar más que párrafos vacíos porque hueco me siento en el interior.
Pero, ¿saben qué? No dejaré de intentarlo si has llegado conmigo hasta aquí. Leeré más, visitaré más paradas de autobús y hasta ¡Qué narices! Hablaré con más gente, superaré mi fobia social. Busco el mínimo atisbo de luz para correr hacia ese túnel de la vida. Incluso cuando estamos en el pozo más profundo pensamos que puede haber agua cerca. Esa mínima esperanza en la que el caballero puede pelear sin su armadura. Porque, maldita sea, aunque estemos perdidos en el camino, tenemos que seguir intentándolo. Aunque te arañen el alma y te arranquen las palabras. Tú puedes. Tú puedes. Yo puedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario