Aquel miércoles de Semana Santa me levanté terriblemente cansado. Hacía tiempo que la sensación iba y venía. No sabía el motivo de aquella afectación, pues la jornada anterior, anteriores, la ocupación fue como todos los días.
Actividad física no realizaba, ¿y mi diabetes?, más o menos controlada; no tenía bajada de glucosa, como me había sucedido otras veces, pero últimamente parecía tener cansancio crónico, como cuando te infectas de mononucleosis, laxo todo el tiempo. Además, estaba gran parte del tiempo tensionado; tenía la "piel muy fina"; discutía y me enfadaba constantemente por nimiedades, que reconocía poco después. Era un conflicto continuo, familiar y laboral. Aunque pasaba muchas horas en el trabajo, a veces me distraía con cualquier cosa, y luego tenía que recuperarlos en el ordenador por la tarde o noche, para estar al día. Tenía tendencia a trabajar de madrugada.
El sector público me había dado sentido de servidumbre, a lo colectivo, y no podía entender a otros compañeros, ya que siempre había tenido un sentido estajovinista del deber, sobre todo si había recompensa económica en forma de horas extraordinarias.
-Disponible las veinticuatro horas, les decía a los consumidores, cuando me llamaban por teléfono, para cualquier incidencia. La falsa moral social del trabajo me enseño así.
Hacía años que no tomaba vacaciones, y mi sentido del descanso era estar todo el día ocupado con cualquier cosa.
Después de laborar toda la Semana Santa, seguía igual, como si fuera Sísifo transportando la piedra por la eternidad. Mi mente estaba muy liada, pues todo empezaba a salirme mal, rematadamente mal. Pasaba de estados depresivos a cierta ansiedad, cuando no sacaba las tareas adelante. No tenía ganas absolutamente de nada. Solo de estar tumbado con algún programa inocuo de televisión. Mi sueño había comenzado a alterarse.
Pasaron semanas y mis relaciones sociales y mis salidas empezaron a aminorarse. Eran muy pocas cosas las que me entretenían. Todo era aburrimiento.
Aquella tarde, un programa de la TV2, analizaba el concepto de salud mental. Empecé a interesarme por lo que decían los dos médicos sobre las causas y consecuencias, y una de ellas, el exceso de funciones, coincidía mucho con los efectos y sensaciones de lo que yo sentía desde hacía meses. Consulté con amigos y compañeros, y todos me corroboraron, que lo mío era excesivo; que no era supermán. Consulté a mi médico, aclarándome que coincidía con el síndrome de Burnout: el síndrome del trabajador "quemado". Me aconsejó cambiar drásticamente mi vida, y bajarme de aquel carrusel laboral, vital y relacional, en el que había montado hacía treinta años, y no había parado desde entonces. Todo ello me estaba pasando factura.
Hoy miro hacia atrás, un año atrás. Mi vida ha cambiado. Me costó esfuerzo. Ya no realizo horas extras; no me llevo el trabajo a casa; organizo mejor mis tareas y esfuerzos; salgo a pasear todos los días; me dedico y me relaciono más con la familia.
¿Ha valido la pena comenzar de nuevo? ¡Sí!
El estajovinista quedó atrás.
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