Antonio Fretes se cree Luis Carrizo. No lo cree desde la imagen visual y bidimensional, como un póster o un mural. Lo cree firmemente, con todas las particularidades que adornan la personalidad de Luis. Lo cree con tanto entusiasmo y pasión, que acaso varios piensan que lo es. Y sepamos con seguridad que la personalidad de Luis Carrizo no es más que la de Antonio.
Al menos en lo referido a éxitos sociales, triunfos profesionales, o logros familiares, Antonio no tiene nada que envidiarle. Cuando logra asentarse y no dispersarse, es un tipo ameno, noble, tímido, meditabundo. Es entonces que le cuesta trabajo expresarse sin sentirse intimidado o dar a conocer sus pareceres sin abochornarse.
Es habitual creerse un personaje famoso y exitoso, o mimetizarse con figuras públicas destacadas, pero Antonio prefiere ser Luis Carrizo, un mediocre coleccionista de estampillas, desenvuelto, atrevido y audaz, al que a pesar que las cosas no le han salido tal cual las soñó, la gente contempla con cierta envidia. Hay algo que Luis tiene naturalmente y que Antonio no ha podido conseguir por más intentos que haya realizado. Luis tiene carisma. A poco de ingresar en un recinto concurrido, Carrizo es capaz de lograr que todos sepan quién es. En el mismo sitio en el que Antonio suele entumecerse, trastabillar o titubear, Luis brilla y destaca. Su mérito es que lo admiren por no haber logrado nada importante.
Siendo Antonio elige el confinamiento, la introspección, y cualquier actividad que lo distancie del resto. Siendo Luis, apunta a la conquista, la seducción, al encantamiento. Ha de saberse que detrás de tanto brillo no hay virtudes que lo apuntalen, aunque poco importa si nadie se dedica a profundizar.
Al señor Antonio cada vez le cuesta más esfuerzo permanecer coherente y alineado. Lo que sea que aqueja su mente, por momentos lo sume en pozos de confusión de los que le cuesta cada vez más salir. Debe ser por esta razón que a veces duda. Debe ser por eso, que a veces cree que siempre fue Luis Carrizo y que inventó a un tal Antonio Fretes, sin demasiado encanto ni personalidad, pero orgulloso y complacido de sus logros, para no sentirse un fraude vacío y frívolo. Cuando se contempla en el espejo, no se reconoce. O lo hace de manera exigua. Se observa como a un pariente lejano al que hace tiempo no visita. Se reconoce como a alguien con quien convergió un par de veces en la calle.
En esos momentos no le importa demasiado si es Luis o Antonio. Lo único que pretende es ser feliz; cosa que ocurre todos los lunes, cuando lo visitan sus tres hijas en el hospital. Es únicamente entonces cuando recuerda que se llama José Soto, que es un escritor con trastorno de identidad disociativo, y que no pretende ser nadie más que él mismo.
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