Y era necesario entrar en el cuadro. Me había enojado nuevamente sin razón alguna y veía nuevamente el cuadro, perfectamente delineado en el piso.
¿Hacía cuántos días no entraba en él? Lo sabía perfectamente: doce días. La noche anterior lo había celebrado en silencio, en la cama, mientras intentaba dormirme. Ahora sucedía que había fallado, pero ella no me inquirió, no me lo reprochó. Prefirió quedarse en silencio, mirándome de una forma bondadosa como solo ellas lo saben hacer. Su sabiduría o su instinto le sugirió en ese preciso momento que lo correcto para ese momento era no replicarme sino darme la oportunidad de yo decidir. Vi de soslayo nuevamente el cuadro y sentí por primera vez desde que todo comenzó que el objetivo no es evitar a toda costa entrar en el cuadro sino evitar aquel estallido interno que se exterioriza sin control cuando ya ha tomado cuenta de mi salud mental. Eso era lo realmente importante. Entendí entonces que eso era realmente el objetivo y que no entrar al cuadro lo conseguiría por añadidura.
Pero recomenzar es difícil, ¿cierto?, doce días pueden ser doce meses cuando se está recluido en casa intentando no explotar. Y la decisión era en ese ahora, y al tomarla mis pasos fueron reticentes en dirección a él, en una constante lucha entre la conciencia y el corazón. Pero cuando estaba a punto de entrar y recomenzar todo, ella me llamó desde la otra esquina de la sala. Solamente me dijo Ven, pero fue la palabra más corpórea y melodiosa que había oído en toda mi vida, era una palabra que parecía tener brazos y manos que me extendían una nueva oportunidad. Una palabra que había salido de la boca de la persona a quien había ofendido, exaltándome sin razón, pero se dice que el amor todo lo puede y lo perdona y nuevamente estaba ella y su voz salvándome. Ella, quien había gastado todo en mí, ella que podía pasar todos sus días y sus noches conmigo en el único mundo de esa casa, me había dado una nueva oportunidad.
Y al escuchar su palabra supe que nunca moriría solo, no obstante segundos antes había caído en cuenta que tarde o temprano debemos enfrentarnos a nosotros mismos.
Cuando ella volvió a llamarme ya estaba en el cuadro. Nunca antes me había sentido tan sereno. Nunca antes había percibido en su mirada un brillo tan especial. Algo había cambiado para siempre en ese instante.
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