Morí… víctima de la autocrítica y la autoexclusión. Por si a alguien le pueda interesar, la muerte es roja, compuesta por ese mismo color de la vida, así es la muerte, solo que esta es fría, helada y el aire es tan denso que no cabe por la garganta. Todo a mi alrededor vá más deprisa de lo que podría analizar y en todo este alambre laberíntico de acero oxidado suena una melodía que en ocasiones me trae una imagen de cuando estaba viva, mi hija
Tendré que: hablar más, llorar menos, reír pero no a carcajadas ¡no morder! Sobre todo no morder, femenina pero no morbosa, escribir solo cuando implique a alguien más que a mí misma, hacer música solo si no es clásica, leer pero no estudiar, caminar porfavor sin saltar. Correr, correr, correr, alimentarme con semillas, trabajar y hacerlo bien, como quiere el sistema, como bien me quiere a mí, pensando por miles de personas y sin pensar en mí. Así tengo que ser: Social, felíz, mamá.
¿Pero dónde está mi hija? Con su papá, porque no he sido capaz de superarlo, de superarme, de ser menos, más o dejar de ser algo, dejé de serlo todo.
Y ahora necesito un psiquiatra, otro más, para que pueda sacar todo esto que tengo en el cerebro y volvermelo a alinear de tal manera que sea correcto, para poder sentarme en una mesa con más adultos o quizás ir al colegio a recojer a mi hija, trás haber dormido cuatro horas y haberme alimentado a base de tostadas con mermelada los últimos tres meses y llevo diciendo tres meses durante siete en realidad, pero está todo bien. Ya puedo escribir lo que nadie es capaz de escuchar más. Incluso estas son sus palabras, yo en realidad ni lo pienso, yo en realidad si lo quiero, si te quiero. En fín, todo mal.
Y entonces ahí esta mi hija sentada, en el asiento delantero de nuestro viejo mercedes y yo la observo, ella me pregunta ¿ Adonde vamos ? y yo le respondo: Nos vamos a África.
(Fragmento biográfico de una madre con esquizofrenia).
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