jueves, 30 de abril de 2020

Azul

En segundo lugar, porque el médico te ha dicho que no debes ver a nadie que te altere. En tercer lugar, y finalmente, porque desconoces cómo actuarías si la tuvieses delante. Siempre has sido muy impulsivo, pero lo de ahora es diferente. Y mira que hay ratos en los que piensas que da igual, que te conoce desde los cuatro años. No te va a juzgar, te repites una y otra vez. Sin embargo, te niegas a verla. ¿Y si es correcta y educada?¿Y si te trata como a un extraño? No lo soportarías. Sabes que tu visión es muy particular y que no hay particularismo sin miseria, pero esto no te disuade. La única situación que te permite poder escucharte es la actual: estás solo en tu habitación, anochece, los pájaros hablan cada vez más bajito. En algún momento las cosas cambiarán, pero tú no puedes hacer nada. Sólo esperar a que tu mente se reconstruya, a que cada pedacito encuentre el camino de vuelta… Cuando piensas en esto te viene a la cabeza la típica bola de cristal con nieve dentro: está recién agitada, pero poco a poco los copos se irán posando de nuevo sobre el suelo.

En el pueblo dicen que te tiraste a las vías del tren, pero esto no es cierto. Tú estabas cruzando las vías del tren y justo el tren pasó. Son dos cosas diferentes. No hay que confundir un intento de suicidio con un despiste. De hecho, ahí aún estabas bien. Después de meses, puedes determinar el momento exacto en el que empezó el brote: pintabas en tu habitación y el color azul dejó de existir. El resto permanecían allí, suspendidos, observando tu catarsis. Tú mirabas la paleta, y lo que ocurría era que del azul no quedaba más que la ausencia. Y entonces pensaste que la noche no podía seguir siendo, y vino a hurtadillas el día, como un leproso. Luego empezó la huida, al principio en pequeñas dosis y luego en otras más grandes: se te revelaron en diversas formas los pequeños fantasmas sin hogar. Te arrastraban al vacío y, si les daba por desaparecer, no tenías nada a lo que sujetarte. 

Estás intentando inútilmente enfocar a Leo. Leo es Dios, nunca ha sido otra cosa. Es la única persona a la que admiras. De hecho, te atreverías a afirmar que es la única persona a la que quieres de una manera completamente pura: no la quieres porque ella te quiera a ti, o porque los seres humanos necesiten querer a otros seres humanos; la quieres meramente por el lugar que ocupa en el tiempo y en el espacio. Deseas salir de esta historia extratemporal y que ella aparezca en la puerta, que puedas palpar sus manos, su rostro. Pero, a la vez, es lo que más te aterra por varios motivos. El primero de ellos, porque no podrías soportar que ella también te mirase de esa otra forma, entonces sí que no tendrías nada a lo que aferrarte. 

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