Caminé desde muy joven en un mundo que para muchos parecía de película; me lo hicieron saber mis amigas.
El día que cumplí diecisiete años, papá me hiso una excelente propuesta, ya terminaste el colegio, vas a tener tiempo para la universidad y por las mañanas trabajar en la clínica.
Con mucho entusiasmo luego que pasó el año nuevo, comencé mi labor como recepcionista.
Calculo que como a los seis meses, papá limitó mi ingreso, solo podía moverme en el área administrativa, al ser intempestiva la prohibición, la curiosidad por conocer al nuevo huésped fue grande.
Una mañana al sentir gritos, abrí la puerta y me asomé al patio, era Paulina, a la que vi mover los pies como marioneta, el nuevo y gran huésped había sacado el brazo entre las rejas de la ventana de su habitación y la tomó por el moño; desobedecí y caminé hacia donde estaban ellos.
Lo único que tenía claro, es que era reacio a tomar la medicación y no aceptaba alimento alguno; supuse que tenía hambre; frente a él algo lejos de la ventana, le ofrecí un pan. Al escuchar mi voz se recostó en su brazo y sonriendo dijo:
- ¡Eres el Principito del cuento!, aceptando de inmediato el pan; conversamos mucho y me enteré, que le agradaba tocar guitarra.
Al día siguiente llevé la mía, y para todos en el jardín fue muy agradable el escucharlo cantar y tocar la guitarra; me enseñó las pisadas de "Recuerdos de Ipacarai"
Por su gran tamaño lo apodamos "Roperito". Le agradaba el sobrenombre.
Continué frecuentando a los huéspedes; una mañana a la hora del desayuno Roperito me confesó que las pastillas las escondía entre los dientes, expresándose con disgusto del médico, le confesé que era mi papá y le pedí que no dejase de tomar la medicina.
Recurrí al truco de placebos con gelatina, y coloqué dos cápsulas en un pequeño pocillo, me lo alcanzó una enfermera y delante de él las ingerí; fue muy bueno para todos verlo tomar las suyas.
Cuando el tratamiento hiso efecto, dejo de llamarme "Principito"; serás la princesita me dijo. El día que le dieron de alta, fue tan solo un hasta pronto, me visitó en casa el día de mi cumpleaños, con una gallina de chocolate.
En la Clínica papá repetía: Brindarles trato digno es nuestro deber, y para ellos un derecho; el respeto y lograr la aceptación es el apoyo a su recuperación.
La sensibilidad de un paciente Psiquiátrico duplica la nuestra, ofrecen una amistad sincera, desinteresada y agradecida. El diagnostico: Maniaco depresivo, y no fue una ruptura en su vida, Percy volvió a desempeñarse como Topógrafo, no dejó de visitarnos, especialmente a papá.
Por casi cuarenta años, rodeada de cada ser tan único y particular; hoy el poder redactar una de mis vivencias, me permite darle nombre a mi película en la que me sentí: Una Huésped cinco estrellas.
El día que cumplí diecisiete años, papá me hiso una excelente propuesta, ya terminaste el colegio, vas a tener tiempo para la universidad y por las mañanas trabajar en la clínica.
Con mucho entusiasmo luego que pasó el año nuevo, comencé mi labor como recepcionista.
Calculo que como a los seis meses, papá limitó mi ingreso, solo podía moverme en el área administrativa, al ser intempestiva la prohibición, la curiosidad por conocer al nuevo huésped fue grande.
Una mañana al sentir gritos, abrí la puerta y me asomé al patio, era Paulina, a la que vi mover los pies como marioneta, el nuevo y gran huésped había sacado el brazo entre las rejas de la ventana de su habitación y la tomó por el moño; desobedecí y caminé hacia donde estaban ellos.
Lo único que tenía claro, es que era reacio a tomar la medicación y no aceptaba alimento alguno; supuse que tenía hambre; frente a él algo lejos de la ventana, le ofrecí un pan. Al escuchar mi voz se recostó en su brazo y sonriendo dijo:
- ¡Eres el Principito del cuento!, aceptando de inmediato el pan; conversamos mucho y me enteré, que le agradaba tocar guitarra.
Al día siguiente llevé la mía, y para todos en el jardín fue muy agradable el escucharlo cantar y tocar la guitarra; me enseñó las pisadas de "Recuerdos de Ipacarai"
Por su gran tamaño lo apodamos "Roperito". Le agradaba el sobrenombre.
Continué frecuentando a los huéspedes; una mañana a la hora del desayuno Roperito me confesó que las pastillas las escondía entre los dientes, expresándose con disgusto del médico, le confesé que era mi papá y le pedí que no dejase de tomar la medicina.
Recurrí al truco de placebos con gelatina, y coloqué dos cápsulas en un pequeño pocillo, me lo alcanzó una enfermera y delante de él las ingerí; fue muy bueno para todos verlo tomar las suyas.
Cuando el tratamiento hiso efecto, dejo de llamarme "Principito"; serás la princesita me dijo. El día que le dieron de alta, fue tan solo un hasta pronto, me visitó en casa el día de mi cumpleaños, con una gallina de chocolate.
En la Clínica papá repetía: Brindarles trato digno es nuestro deber, y para ellos un derecho; el respeto y lograr la aceptación es el apoyo a su recuperación.
La sensibilidad de un paciente Psiquiátrico duplica la nuestra, ofrecen una amistad sincera, desinteresada y agradecida. El diagnostico: Maniaco depresivo, y no fue una ruptura en su vida, Percy volvió a desempeñarse como Topógrafo, no dejó de visitarnos, especialmente a papá.
Por casi cuarenta años, rodeada de cada ser tan único y particular; hoy el poder redactar una de mis vivencias, me permite darle nombre a mi película en la que me sentí: Una Huésped cinco estrellas.
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