martes, 28 de abril de 2020

La frustración

Desde que me diagnosticaron un trastorno de la personalidad mi vida cambió radicalmente. Vivía en Barcelona, donde me acababa de independizar, en una habitación enana donde solo existían un colchón en el suelo y una ventana en el techo que nunca fui capaz de abrir. Para sobrevivir, trabajaba vendiendo bocadillos en una conocida cadena, un trabajo con malas condiciones y mal remunerado.

Toda esta historia comenzó cuando en el mes de Octubre, pasé unas cuatro o cinco noches sin dormir, lo que me llevo a acudir al médico de cabecera para poder poner solución a este problema. Tras recetarme Diazepam 5mg, me derivo al psicólogo, el cual, ante el desconocimiento concreto de lo que podía padecer me diagnosticó un trastorno de la personalidad no especificado. 

Mi preocupación ante tal diagnóstico creció enormemente y sentí una angustia en el pecho ante la noticia de lo que padecía. No sabía cómo comportarme ni qué actitud tomar ante mi problema, así que empecé por seguir su tratamiento y tomarme la medicación a pesar de los efectos secundarios que pronto empecé a observar. Pasaba el tiempo, yo no me sentía mejor y no dejaba de pensar en mi situación. 

¿Cuál era mi problema? ¿Que no me gustaba establecer demasiadas relaciones sociales? ¿Que tendía a la soledad? Si ese era mi problema, dudo que eso fuera a cambiar. No me gustaban en general las personas, me parecían malas por naturaleza y me parecía que se cebaban con otro ser humano cuando encontraban el mínimo motivo para hacerlo, como en el caso del bullying que tan de cerca había conocido. 

El caso es que ante el disgusto del diagnostico que me había aportado el psicólogo, decidí compartirlo con mi familia, con mi escaso grupo de amigos y con mi jefe del trabajo. La respuesta puso en jaque mate la poca fe que tenía en nuestra Sociedad.

Mi familia reaccionó diciéndome que no sabía qué excusas buscar para ejercer el papel de víctima. Esta falta de sensibilidad no me pilló desprevenida viniendo de mi familia pero sí que me cogió por sorpresa con mi grupo de amigos. Su primera reacción fue de apoyo y tranquilidad, diciéndome que no pasaba nada y que estaban conmigo, pero lo cierto es que poco a poco fui desapareciendo progresivamente de los planes festivos que llevaban a cabo hasta que llegué a sentirme realmente sola. Porque sí, me encantaba la soledad, pero cuando era elegida y no impuesta. Por si esto no era suficiente, mi jefa me sugirió amablemente que dejara el trabajo porque no quería tener "a alguien como yo" atendiendo al público. 

Mi aislamiento fue a peor. Ahora apenas salgo de casa porque no quiero incomodar a nadie de mi entorno. Soy consciente de que tengo un problema y debo actuar como tal y, para ello, debo de poner especial cuidado en no hacerle la vida imposible a nadie. 

Es lo justo para el mundo.

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