Nunca me escuchas. Por eso, ya no pierdo el tiempo en contarte cómo me encuentro. Prefiero a Verne. Viene a mis pies y se restriega para que lo coja. Se enrosca, se acomoda en mi regazo y, después, ya es todo oídos.
A ti no te cuento que hace meses que no me apetecen las cosas que antes me hacían tanta ilusión. Las horas se columpian sobre una cuerda floja y, a veces, veo cómo se precipitan por el inodoro. Me aburre el cine. No voy ni por ver a Brad Pitt, yo que he bebido los vientos por él. Me canso con solo pensar en salir a pasear. Ni al Retiro, que debe de estar precioso ahora en primavera, entre magnolios y castaños de indias. Sé que Verne me aguanta porque le hechizo con cosquillas y caricias por el lomo. El otro día le decía, aunque me miraba extrañado porque nunca le había hablado tanto, que me agotan las conversaciones ajenas. No quiero charlas de amigas ni llamadas de teléfono ni nada. Solo de imaginarlo, se me encoge la barriga.
Tampoco te molesto con estos desvaríos que me rondan por la cabeza. Ni con mis miedos. Los engullo sin masticar y no los digiero. Después, paso el día regurgitándolos a escondidas. Verne ya conoce estos momentos y me huye. Se mete debajo de la cama y se queda quietecito. Pero yo sé que me mira. Sus ojos fosforecen en la oscuridad como piedras de esmeralda. Intuyo que él también tiene miedo.
Ayer fui al médico. Son tantos los días sin dormir que apenas puedo arrastrar los pies. La comida se me queda atorada en la garganta. Si me obligo a tragar, acabo vomitando. A ratos, tiemblo, se me eriza la piel, irradio una palidez inusual. Me dijo que le contara. Intenté ponerle en situación. Creí que me iba a resultar más difícil, pero, en cuanto empecé a soltar lastre, sentí que me aliviaba. Le hablé de las toneladas de apatía y desánimo que cargaban mis bolsillos, y de la tristeza con la que me vestía a diario. Él asentía con la cabeza, como si también lo estuviera pasando y supiera bien de lo que hablo. Le brillaban los ojos como a Verne cuando se confina bajo la cama.
Me ha recetado unas pastillas con las que, al parecer, todo va a cambiar. Yo le he dicho que sí a todo. Parecía tan seguro que no me han quedado dudas. Me ha anotado su número de teléfono en la receta. Por si le necesito. Se lo consultaré a Verne, pero una cita a lo mejor me anima. Puede que un paseo no me venga mal. Parece simpático.
Porque tú, desde hace mucho, ya no me escuchas.
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