Es cierto que me cuesta levantarme de la cama por las mañanas, pero con un poco de esfuerzo lo hago cada día. Pienso mucho, tanto que me sumerjo en mis ideas y mis paranoias y a veces me resulta muy difícil salir de ellas. Hace dos semanas empecé un tratamiento, dice mi psicólogo que es muy suave y funciona muy bien. Yo tenía mucho miedo de los antidepresivos; conozco mucha gente que ha sufrido los efectos secundarios, pero la verdad es que de momento no me están sentando mal.
Creo que todo empezó cuando se fue mi padre; mi héroe, mi gran apoyo. Ese día perdí a mi padre y a mi mejor amigo. Solo tenía diecinueve años y me quedé prácticamente sola. Mi tía me ofreció varias veces la opción de quedarme en su casa el tiempo que hiciese falta, pero yo la decliné educadamente. Quería estar sola, y quizás ese fue el error más grande que he cometido. Tal vez si hubiese estado con alguien en este trance las cosas hubiesen sido diferentes.
No penséis que estoy todo el día encerrada en mi piso, sin salir de la habitación y llorando. Ni de lejos es esa mi rutina. Sí, lloro mucho, eso es cierto. Pero no me impide llevar una vida más o menos normal. Trabajo en un supermercado a jornada completa en Barcelona. Mi piso está en Sabadell, así que cojo un tren para ir al trabajo; me han recomendado que no conduzca innecesariamente.
Además, estudio filología hispánica a través de Internet, porque sinceramente no me apetece entrar en una clase con veinte personas más. Pero me mantengo distraída. Y tengo amigos, claro. Gracias a ellos esto es más ameno. Mi mejor amigo se llama Jose, tiene mi edad y trabajamos juntos. Le conocí el año pasado, empezamos los dos el mismo día. Él viene muchas tardes a mi casa y vemos películas, series… incluso de vez en cuando salimos a tomar algo. La verdad es que por suerte me queda poco tiempo para pensar.
Pero cuando cae la noche es mas difícil. Siempre salgo a fumar a la terraza; me enciendo un cigarro, me siento en la mesa y miro al cielo. Es lo que hacía con mi padre. Normalmente hablábamos de cómo nos había ido el día, de qué haríamos mañana… ese era nuestro momento, el que teníamos reservad el uno para el otro, sin importar lo que pasara. Cada noche sigo saliendo al balcón, sigo con la costumbre. A veces miro arriba y le digo: "Hola viejo, te echo de menos." No sé si me oye, pero sé que lo sabe.
Cada día veo un poco más cerca el final de esta etapa, y creo que acabaré saliendo. Lo haré por ti papá, aunque me gustaría haberlo hecho contigo.
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