Permítanme que les relate algo sencillo para la mayoría de ustedes. Un trayecto en coche entre Águilas y Lorca. Treinta y cinco kilómetros por autovía. Fácil, ¿verdad? Puede que no tanto si padeces de agorafobia. Les invito a acompañarme:
El trayecto comienza tres días antes, cuando te enteras que tienes que hacerlo. Comienzan todos los pensamientos negativos atacarte sin piedad: que si no lo vas a conseguir, que si te va a dar un ataque de pánico, que si como te van a socorrer, que si esta vez te dará un infarto…Esos miedos anticipados se verán acompañados por pensamientos vinculados a la responsabilidad: que si puedes provocar un accidente, que si puedes matar a alguien…Y por último buscarás afirmarte en pensamientos que te tranquilicen: que si nunca te ha dado un ataque al corazón, que si seguro que hay una patrulla de la guardia civil en carretera que estaría allí en menos de cinco minutos…
Sufres. Sabes que si no te enfrentas a los miedos la agorafobia se apoderará de ti por completo y tu vida se verá cada vez más limitada de lo que está. No quieres volver a no poder salir de casa prácticamente. Te ha costado mucho llegar hasta ahí. Tu salud mental está en juego.
Llega el día. Arrancas el coche. Te diriges a la salida de Águilas. Antes de entrar en la autovía hay una rotonda. Das dos vueltas en ella y vuelves a entrar en Águilas. No te has atrevido. Sabes que una vez que entres en la autovía no habrá vuelta atrás. Arrancas de nuevo. Sudas. Agosto es asfixiante. Vas con las ventanillas bajadas porque el coche que llevas no tiene aire acondicionado. Llegas a la rotonda. De forma impulsiva entras en la autovía. Tu corazón se acelera. Llevas casi cinco kilómetros y late cada vez más fuerte. Miras por el retrovisor para ver si vienen coches detrás. Piensas que si paras y sales del vehículo dejándote caer en el arcén, alguien parará. Sigues, tus manos no paran de sudar. Pones la radio para tratar de distraerte. Imposible. Crees que te va a dar un infarto. Tu corazón late cada vez con más fuerza. Tu cuerpo empieza a temblar. Es la parte peor. Tras esa subida de tres kilómetros todo será más fácil. Un autobús te adelanta. Crees que te mueres. La vista se nubla un instante. Intentas coger el móvil para llamar. Bajas la velocidad. Tu estómago va a explotar del dolor por las palpitaciones. Los temblores son incontrolables a esas alturas. Gritas: - ¡Voy a poder contigo cabrona!-. Golpeas el salpicadero con rabia. Has iniciado la bajada. Lorca está cerca. A un kilómetro hay una gasolinera donde podrás parar, y a unos cinco está el centro comercial. El castillo parece saludarte. Te dices a ti mismo que lo has vuelto a lograr. Luego comienzas a pensar en el regreso. Será mañana. En dos horas, todo volverá a empezar.
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