Mundos se crean en el espacio vacío de un ligero parpadeo y vidas se tejen en un abrir y cerrar de ojos. Los seres humanos parpadeamos aproximadamente cada cinco segundos, teniendo así, miles de oportunidades para crear los escenarios en los que verdaderamente queremos habitar.
En ese instante entre pestañeo y pestañeo pude ver como siglos atrás surcaba los mares el barco de los llamados locos, alejando del resto de la ciudad a aquellas personas que eran consideradas peligrosas, distintas, anormales, enfermas,… ¡locas!
Ese barco se hundió por su propio peso pero los restos de juicio y dolor fueron los cimientos de aquellos nuevos muros con los que se levantaron los temidos hospicios. El encierro y la falta de cuidados potenciaban la sintomatología y cronificaba la enfermedad.
Pero cayeron los muros con la fuerza de las valientes voces de aquellos y aquellas que demolieron lo insostenible. Aparecieron entonces nuevas oportunidades para que las personas se fueran experimentando sin la violencia ejercida por las viejas instituciones en dirección hacia los recursos comunitarios.
Las etiquetas tan pesadas incluso para los hombres y las mujeres más fuertes y resilientes fueron quemadas en la hoguera del no juicio, y en esas brasas de anhelada conciencia se fueron deshaciendo las duras consecuencias que conforman el estigma.
Las personas al respirar sin cadenas recuperaron los ecos de su voz perdida para poder tomar las decisiones que la reubicaban como dueña, participe y responsable de su tratamiento y de su propia vida. El derecho a la utodeterminación fue proclamado como himno y bandera de aquellos deseos y necesidades disfrazados hasta entonces, de una invisibilidad permanente.
Se cuidaron las redes y los vínculos personales como si de tesoros se tratase, desapareciendo así el perpetuo aislamiento de las personas con enfermedad mental. Su asistencia se mantenía si era necesario pero siempre que fuera posible en su ambiente habitual de caricias y rutina.
Cambió el imaginario social brotando por los rincones espacios inclusivos donde se luchaba conjuntamente por derechos y responsabilidades. Incluso los y las profesionales se desprendieron de sus máscaras impuestas generando más encuentros auténticos y desde el corazón.
Así fuimos juntos y juntas de lo individual a lo colectivo, cuidando la fragilidad y navegando con respeto en las profundidades del ser ajeno.
Caminemos distinto hacia ese destino sin final, sumando voz y corazón para la eterna mejora de la situación y los derechos de las personas con enfermedad mental. Que afloren los cuidados, la fuerza y la vida para que cada día estemos más cerca de la dignidad merecida y la libertad de volar. La vida dura un momento aunque perpetuas son nuestras huellas, pisemos entonces con determinación dejando el mundo en mejores condiciones que lo encontramos. Caminemos pasado para sembrar futuro, porque eso hacemos juntos y juntas; simplemente caminar.
La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso sirve, para caminar.
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