José tomó posiciones como entrenador. Estaba nervioso. Habían llegado muy lejos. Notaba a Emilio muy nervioso, aunque disimulaba muy bien. No daba pasitos, no movía los brazos, mantenía la vista al frente... Jamás pensó que su hermana la psiquiatra lo iba a convencer para abrir un centro especial de karate, para mejorar la salud mental de los pacientes del centro donde ella trabajaba. Él quería ganar dinero como maestro de karate, no ocuparse de jóvenes enfermos con los que no sabía tratar.
Emilio dio un paso al frente, su karategui nuevo crujía con cada movimiento. Otro paso y paró, saludó al otro karatega y se puso en posición. Esperaba en el filo del tatami, concentrado. Llevaba cinturón azul, así que tenía que esperar a que su contrincante, de cinturón rojo, terminara su kata. Hacía esfuerzos para mantener su mente en calma, su cuerpo relajado, su vista al frente, donde estaba su maestro y no perder el contacto visual.
Había trabajado mucho cada paso del ritual de la competición. Su maestro era duro: la actitud positiva, el saludo directo, la posición con la cabeza al frente, el control de su cuerpo y de su mente, cada paso estudiado y repetido miles de veces… Estaba preparado, se suponía.
Emilio había llegado a la final, nunca había llegado tan lejos. Todos eran buenos en este campeonato y tenía dudas sobre muchas cosas. Quizá se podría olvidar de un movimiento, a lo mejor no saludaba a los jueces correctamente, a lo mejor se desequilibraba… pero miraba al frente, a José, su maestro y amigo. Recordó la conversación de hacía unos minutos, antes de entrar en el tatami.
― Emilio, estás aquí. Lo has hecho bien ¿Quién eres?
―Soy Emilio y he llegado a la final. Pero tengo miedo, soy retrasado.
― ¡No eres retrasado! Eres Emilio ¿Eres discapacitado o no?
―Sí, tengo dificultades, pero soy bueno.
―No, Emilio, tienes dificultades y eres el mejor. Te has medido con Andrés González. ¿Quién es Andrés?
―El campeón de España.
―¿Y qué pasó?
― Que empatamos.
―¿Y Andrés es discapacitado?
―No.
―Y tú ¿Quién eres?
―¡Soy Emilio y soy el mejor!
―Sí Emilio, eres el mejor. Sal ahí y demuéstraselo a todos.
José le hizo un guiño y Emilio entró en el tatami. Allí ya no era un pobre chico pesado con síndrome de Down. Ahora era el campeón de España de karate que luchaba contra sus miedos y les ganaba.
Emilio se movía por el tatami con pasos resueltos, escuchaba su respiración, pensaba en cómo colocaba sus pies, su cuerpo, sus manos. Respirar, deslizarse, fuerza y control. El crujido de su karategui se escuchaba en el silencio del pabellón cada vez que movía los brazos y las piernas. Cuando hizo el saludo final, el pabellón rompió en aplausos que hicieron que elevara un poco la vista a las gradas y sonriera a su maestro, que también aplaudía emocionado. Emilio levantó los brazos. Se sentía un héroe. Era un héroe.
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