Me llamaron loco. Loco. Me quisieron despedir del trabajo. Mi pareja me quiso dejar. Cada vez que me miraba sentía su desesperación en sus ojos. Sabía que me quería, quería ayudarme pero es difícil saber cómo. Eres un hombre, no puedes ser anoréxico.
Cada mañana abría los ojos y no quería salir de la cama. Desayunar era para mí como subir al Everest, sin bombona de oxígeno y desnudo entre la nieve. Ir de la cocina al salón era el equivalente a correr un maratón contra Usain Bolt. Nunca sentía que ganaba en mi batalla diaria contra mí mismo. Y ya ni siquiera hablar de lo que significaba ver mi reflejo en un espejo. Cada vez que me miraba el odio me inundaba, me daba asco.
No sabía si era un loco, un desquiciado por tener anorexia siendo hombre o simplemente por tenerla. No sabía muy bien si lo que me perseguía eran los marcados roles de género que impregnan la sociedad o el estigma y crucifixión que sufren todas las personas que padecen una enfermedad mental. De hecho sigo sin saberlo.
Fueron cientos a las personas a las que tuve que explicar que no, que no era anoréxico, sino que tenía anorexia. La anorexia es una enfermedad, no una condición. Se cura, se erradica. No me define. Muy pocos lo entendían en ese momento.
Un año después ya es más fácil de comprender. Me siento bien, aunque aún queda camino por recorrer. Conocí a gente que se sentía como yo y, entre todos, creamos un vínculo que nos hizo sobrevivir. Éramos las columnas que soportaban un techo pesado, pero no nos íbamos a dejar caer. Y no lo hicimos.
Hoy acompaño a aquellos que, como yo tiempos atrás, sienten miedo, desesperación y asco. Hoy les intento ayudar a sentirse cómodos con lo que son, a evitar que se sientan como locos. Hoy les explico que no, que no se definen por lo que padecen, de hecho, les define su manera de luchar contra la lastra que viven.
Me siento orgulloso cuando veo en mí el reflejo de una persona que ha sobrevivido a la lucha más dura. He sobrevivido a mí mismo, he sobrevivido a las preguntas incómodas, a las miradas de compasión, al sentimiento de incomprensión.
Y como cada jueves por la mañana, hoy toca hablarles a ellos, a los que cada día luchan y se enfrentan a sus miedos de la manera más feroz. Les voy a mirar con orgullo y, como cada jueves por la mañana, empezaré a hablarles con la misma frase, hasta que se les grabe a fuego en el alma: "La sociedad no te define. Tu enfermedad no te define. Eres tu lucha, y eso te hace valiente y capaz de todo".
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