Intento cerrar los ojos y encontrar alguna luz que me indique que esto va a terminar pronto. Hace mucho frío, pero no dejo de sentir calor y de tener espasmos. El pecho me oprime, como si alguien hubiese decidido matarme apretando entre sus manos mis pulmones. Tengo el corazón latiendo a demasiada velocidad. De repente, noto unas punzadas en el corazón, a la altura del pecho. Intento acurrucarme en la esquina de la habitación pero no remiten. Me cuesta muchísimo respirar y tengo muchísimo miedo a que esta vez sea la vez definitiva, a que mi cuerpo no soporte esto muchas veces más.
Begoña, mi hija, me encuentra en la habitación y me lleva al médico de cabecera. El dolor sigue ahí, no es tan fuerte pero sí se mantiene constante. El Doctor Cabanillas, acostumbrado a mis coqueteos con la medicina de familia debido a mis problemas de estrés, mira la primera hoja de mi expediente médico y ve numerosas citas médicas a las que he acudido con los mismos síntomas. Me mira y sonríe con actitud confiada.
Salgo de la consulta con la confirmación del último diagnóstico: trastorno de pánico, como siempre. Debo retomar el tratamiento con Alprazolam y esperar unas 5 semanas hasta que pueda atenderme la psicóloga de la Seguridad Social.
Los síntomas no remiten, pero al llegar a casa me abalanzo sobre las pastillas y me tumbo esperando el efecto milagroso que otras tantas veces han tenido para mí. Pero la calma no llega. La presión en el pecho se vuelve mayor y las punzadas que noto en el pecho se acrecientan. Intento llamar a mi hija pero me falla un poco la voz y tampoco la quiero preocupar. Instantes después, aturdida por el dolor en el pecho que estoy soportando, llega la calma.
Cuatro horas más tarde, Begoña llama desesperada al centro de salud pidiendo una ambulancia para su madre. No tardan mucho en llegar. Comprueban mi estado general y se llevan a mi hija a la entrada de casa. Hablan durante minutos pero no se entiende muy bien la conversación debido a los llantos entrecortados de mi hija.
En la consulta, el doctor Cabanillas vuelve a comprobar mi historial y descubre en la segunda página un recuadro donde alguien ha señalado mi hipertensión y mis problemas cardiovasculares. Comienza a notar él también la presión en el pecho ante la idea de no haber realizado del todo bien su trabajo.
El infarto de miocardio había sido fulminante.
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