Hace mucho tiempo que tengo una compañera de piso. Nunca quise convivir con nadie y jamás puse ningún anuncio de alquiler de habitaciones. Ella vino sin avisar y todavía no entiendo cómo llegó, quién le abrió la puerta, por qué me escogió. Llevo días preguntándome desde cuándo está aquí. Nada ha cambiado para que viniese, quizá ese sea el problema. Cada noche se tumba conmigo, la siento, cierro los ojos con la esperanza de que al día siguiente ya no esté. No obstante, se aferra a mí con todas sus fuerzas y no consigo soltarme. Me acompaña a todas partes, me sigue, ¡no me deja en paz!
Paz, eso es lo que necesito. Cuando mis padres me pusieron ese nombre, pensaron que sería todo lo que les traería.
- Solo se requiere Paz - decían.
- Solo te necesitas a ti…- repetían.
Me necesito, lo sé. Sin embargo, ella me puede y cada día me va ganando una batalla. Ha conseguido que ahora lo único que quiera sea alejarme de mí. Salir de este cuerpo para que ella me deje tranquila, pero nada, imposible, no se va. Me frustra, me abraza, me envuelve. Quiero gritar, pero ella me lo impide. Me domina.
Mis hijos me miran y me preguntan por qué estoy todo el rato con ella, por qué no la echo de casa, de mi vida. ¡Cómo si fuera tan fácil! ¿Se piensan que yo no quiero que se vaya? ¿Se creen que a mí me gusta sentirme así? No lo entienden, no me comprenden. Mi pareja dice que está aburrido de mis llantos, que tengo todo lo que necesito para ser feliz, que no entiende por qué tengo que vivir con ella.
- ¡Pues vete! – Le dije a él, no a ella. Porque ella consigue que aleje a todos los que me rodean. Paz, eso es lo que necesito. Ellos no me la dan.
Cuando noté que alguien estaba conmigo, fui a un especialista. Me la diagnosticaron y me recordó a los anuncios de compresas, en los que una mujer vestida de rojo toca tu puerta y te dice: «Toc, toc, soy tu Menstruación». Aunque mi compañera de piso no viste de rojo, viste de negro y nunca tocó mi puerta para avisar de que llegaba, nunca me dijo amablemente: «Toc, toc, soy tu Depresión». Ella vino poco a poco, como el polvo que se va acumulando en tu casa, despacio, sin que te des cuenta, hasta que un día las pelusas se acumulan en cada esquina, avisando de que es tiempo de limpiar.
Pero ella no se marcha ni pasando la aspiradora en mi mente y corazón. He pedido ayuda, voy al psicólogo. Me hace hacerme preguntas que a veces no quiero responder, dice que tengo que hacerlo, para que se vaya. Ahora hay días en los que me siento más fuerte y puedo con todo. Otros en los que no consigo escucharme. Pero pronto, Paz, pronto. Te necesitas.
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